Volvemos a la parroquia
Con la entrada en la fase 1 del desconfinamiento de nuevos territorios y la relajación de las restricciones para aquellos que se mantienen en la inicial, los fieles de todo el país ya pueden participar, desde el pasado lunes, en la Eucaristía de manera presencial. En los templos de ciudades como Madrid o Barcelona se palpa estos días «la alegría» por celebrar de nuevo juntos y el deseo de recuperar la normalidad rota por la pandemia
Es lunes, 18 de mayo. Es el día de la vuelta a la Eucaristía para muchos fieles en España —todos aquellos cuyos territorios se habían quedado en la fase 0 la semana anterior— tras dos meses por la crisis del COVID-19. En algunos lugares como Madrid, Barcelona o zonas de Castilla y León siguen en el estadio inicial de la desescalada, pero el relajamiento de algunas medidas sí permite celebra la Misa con público.
Son las 08:55 horas y en la parroquia de Santa Matilde, en el barrio madrileño de Prosperidad, está todo preparado. Las normas bien claras en los carteles, un dispensador de gel hidroalcohólico nada más entrar y los lugares que pueden ocupar los asistentes bien señalizados. Muchos ya tienen inquilino y eso que todavía faltan 20 minutos. El párroco, Antonio Fernández Velasco, vigila que todo esté en orden justo cuando llega la voluntaria. Ella se va a encargar de que los fieles se sienten en la zonas habilitadas y de administrarles gel hidroalcohólico antes de comulgar. «Qué ganas teníamos de volver», dice tras la mascarilla. Se intuye una sonrisa. Antonio entra en su despacho, que va a ser también confesionario durante este tiempo.
Mientras, el goteo de personas es constante hasta el inicio de la Misa. Todos, con mascarilla, siguen el mismo ritual: se lavan las manos y buscan un lugar libre. No parece la primera vez de esta realidad nueva. La situación fluye en un ambiente de recogimiento y sobriedad. Hay 40 personas, más de lo habitual en una Misa de diario. La planta baja del templo casi está llena, pues en fase 1 hay aforo para 48. Aunque todavía hay margen, pues hay disponibles 22 plazas en el coro y 30 en el patio exterior, al que llega la megafonía. El fin de semana será la prueba de fuego y, por eso, se han programado tres Eucaristías más.
Comienza la celebración. Un intento, dos intentos. No se oye. El padre Antonio vuelve a la sacristía. Una vez, dos veces. Por fin consigue poner en marcha la megafonía. «Estábamos desentrenados», dice. Da la bienvenida y traslada «la gran alegría» de volver celebrar con el pueblo cristiano tras «la travesía en el desierto que han sido estas semanas».
Un periodo sin Eucaristía con fieles que no ha significado el cierre del templo. Todos los días, como signo de esperanza, las puertas se abrían para acoger a aquellos que querían rezar o hacer una visita a Jesús en el sagrario.
El párroco anima a pedir al cielo la alegría de la Pascua, una alegría, añade, «entrelazada en nuestro mundo con el dolor y el sufrimiento». Dolor y sufrimiento de las familias y amigos, continúa, que se han visto golpeados por la epidemia y por tantas consecuencias dramáticas que está trayendo.
Precisamente en esta parroquia, tal y como se puede leer en los carteles, la Misa matutina de los viernes se ofrecerá por todas las víctimas de la pandemia hasta que la situación termine, amén de que las familias puedan pedir que se ofrezca la Misa de un día por un familiar o celebrar un funeral.
En la liturgia de la Palabra resuena especialmente el salmo responsorial, que se convierte en acción de gracias por un día tan especial. «Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles», lee el sacerdote. Y la asamblea de los fieles, de nuevo reunida, clama: «El Señor ama a su pueblo». También el Evangelio, en el que Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo. Un Espíritu, afirma Antonio Fernández en la homilía, «con el que Dios fecunda nuestra vida. Un Espíritu que no nos anula, sino que toma todo lo que somos y lo eleva y pone al servicio de los demás».
El momento entre el ofertorio y la oración de los fieles es el elegido por el párroco para explicar algunos aspectos a tener en cuenta en la celebración para prevenir contagios. Dice que él no lleva mascarilla durante la Eucaristía para que se entiendan las oraciones y las lecturas que, por el momento, va a hacer él mismo. También que el copón donde están las formas estará cubierto en todo momento y que se aplicará gel hidroalcohólico antes de dar la comunión, que se hará preferiblemente en la mano. Si alguno tiene la necesidad de recibirla en la boca, tendrá que esperar al final. Todos lo entendieron y optaron por formar un trono con las manos, como decía san Juan Crisóstomo. También respetaron el orden, incluso dando rodeos más largos de lo habitual en la vuelta a su asiento para evitar acercarse a otros.
La celebración concluye dirigiendo la mirada a la Virgen María. «Vamos a dar gracias a nuestra Madre porque nos acompaña y nos da consuelo», concluye el párroco, que entona el Regina caeli. Los fieles le acompañan con la sordina de la mascarilla.
En la parroquia de San Andrés, en un barrio popular de la capital, son 15 personas las que participan en la Eucaristía. Avelino Revilla, vicario general de la archidiócesis de Madrid y adscrito a esta parroquia, preside la primera, a las 08:30 horas, también ese lunes. Todo fluye sin problemas, pues el equipo de sacerdotes con los voluntarios lo había preparado todo: el gel, los asientos…
Sus primeras palabras dan gracias a Dios por poder volver a la Eucaristía y recuerdan a los difuntos de este tiempo. Piden con el Papa Francisco que termine pronto la pandemia y para que la gente tenga esperanza. También caridad y solidaridad, porque «son momentos difíciles y va a hacer falta, viendo la situación social y económica que se avecina».
En los rostros cubiertos de los fieles se encuentra el deseo de retomar una normalidad «que se ha roto por la pandemia». «La vida sigue y hay que afrontar lo que viene, pero sabiendo que ya podemos celebrar presencialmente algo tan importante para los cristianos como es la Eucaristía. Esto anima y ayuda», concluye.
En la parroquia de Sant Oleguer, en Barcelona, la primera Misa del desconfinamiento tiene lugar por la tarde. Hay más gente de lo habitual y el párroco, Joan Obach, pide a uno de los acólitos, justo antes de empezar, que vaya a por más formas para consagrar. En total, 35 personas. Antes de invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pone palabras a «la alegría de poder encontrarnos de nuevo, de vernos las caras».
También hace una lectura de la realidad a la luz del Evangelio y por esos recuerda que «la caridad cristiana se demuestra a través de los actos» que en estos momentos se manifiesta, por ejemplo, portando la mascarilla aunque cueste. «No lo hacemos por una cuestión de obligación, sino por caridad y respeto a los demás. También damos testimonio respetándonos los unos a los otros», añade.
Obach conoce bien todas las normas e indicaciones, que traslada a los fieles. Es el delegado de Pastoral Sacramental del Arzobispado de Barcelona y uno de los artífices del protocolo que se está siguiendo en toda la diócesis. Su labor estas semanas ha tenido que ver con asesorar a los obispos sobre las medidas que tomar, además de elaborar ayudas y pequeños subsidios… un trabajo, dice, para el que han contado con médicos. «Todo lo estamos haciendo bajo la observancia de las autoridades sanitarias», concluye.
Tras la celebración, varios fieles esperan pacientemente para hablar con el párroco para alguna consulta o aviso. De hecho, son tantos que la llamada con Alfa y Omega se produce más allá de las 21:00 horas, la hora convenida.
—¿Cómo estaban?
—Muy emocionados, con una alegría inmensa por poder acercarse de nuevo a la Misa y comulgar. Sin palabras para expresar ese sentimiento.