Voluntarios: nuevas historias de humanidad
Roberto, Rebeca, Olga, Magdalena, Pilar y Miriam son una pequeña muestra de las miles de personas que ante la pandemia del COVID-19 y sus efectos han dado un paso adelante para ayudar desinteresadamente a los demás. Son los voluntarios de una realidad nueva. En algunos casos, la pandemia los ha empujado a enrolarse en las filas de una ONG o institución social; en otro, han reforzado y ampliado su compromiso con los más vulnerables. Todos, sin excepción, seguirán.
Solo Cruz Roja ha incorporado a 50.000 nuevos voluntarios para hacer frente a una emergencia en la que esperan atender a 2,4 millones de personas. Una realidad que se está replicando en Cáritas: en Madrid, unas 3.000 personas se han interesado por colaborar en los últimos tres meses. Y en otras tantas instituciones tanto del ámbito eclesial como civil.
Unos colaboran en primera línea, en el reparto y recogida de alimentos, o en la valoración de las solicitudes de ayuda que llegan; otros lo hacen al teléfono, acompañando la soledad desde la distancia. Los hay que trabajan sin ser vistos, en la clasificación de productos que luego se entregan a organizaciones sociales para que los repartan entre los más vulnerables.
Como dice Pilar, una de las protagonistas de este reportaje, ser voluntario «no es un trabajo», sino «una historia de humanidad». Esa, la humanidad que tanto necesitamos en estos momentos.
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Rebeca Coto. Cruz Roja
«Ayudar no cuesta nada».
Rebeca Coto es psicóloga y está preparando oposiciones para entrar en Instituciones Penitenciarias. También trabaja, aunque en las semanas más complicadas de la pandemia se vio envuelta en un ERTE. En casa, y viendo todo lo que estaba pasando, decidió ponerse en marcha y se inscribió online como voluntaria en Cruz Roja para colaborar en lo que necesitasen. Su perfil provocó que, desde el principio, le encargaran la realización de las valoraciones de las personas solicitantes de ayuda, bien presencialmente bien telefónicamente, dentro del Plan Cruz Roja Responde frente al COVID-19.
Han pasado varios meses, se ha extinguido el Estado de alarma y Rebeca ha vuelto a su trabajo, pero como la curva de necesidades no decae, se mantiene al pie del cañón en el centro de Cruz Roja de Móstoles. «Me dan todas las facilidades y se adaptan a mi horario». «Ahora no sé si seguiré en el Plan Responde o iré a otro proyecto. Siempre hay gente que va a necesitar ayuda y está bien que haya personas que tengamos la posibilidad de echarles una mano», explica.
Para ella, la experiencia de estas semanas ha sido impactante. Reconoce que una cosa es que te cuenten que hay gente que lo está pasando mal y otra verlo con los propios ojos. «Lo que más me ha llamado la atención son los perfiles de las personas que solicitan ayuda. No son los que podemos imaginar. He visto personas que podrían ser mis vecinos o yo misma», añade. De todas ellas, muchas llegaban con pudor.
—Vengo con vergüenza.
—Para eso estamos, para ayudar a todos. Además, venir aquí significa que te estás movilizando para salir adelante.
También le ha sorprendido la cantidad de personas que se han volcado. «Hay familias desfavorecidas y vulnerables que necesitan ayuda externa para salir de esa situación. ¿Por qué no ayudar, si no cuesta nada?», concluye.
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Roberto Melián. Servicio de orden en la parroquia
«Me sentí en deuda».
Roberto Melián, ingeniero de sistemas, padre de dos niñas y habitual de la parroquia de Nuestra Señora de Fuente del Fresno, en Madrid, no tenía experiencia previa de voluntariado, pero todo cambió durante el confinamiento. Venezolano de nacimiento, llegó a España hace 14 años, y aquí una de sus principales inquietudes fue mantener la fe transmitida por sus padres. «Venimos de una cultura muy creyente y eso es lo que hemos querido vivir los que hemos salido de nuestro país», afirma.
Cuando estalló la pandemia, intentar vivir la fe se convirtió en un auténtico desafío. «Necesitábamos seguir manteniendo nuestro contacto con la parroquia y con Dios», recuerda. «No poder recibir la Comunión fue un corte violento, tuvimos que dejar de rezar por Venezuela ante la imagen del Cristo de la Misericordia, pero empezamos a seguir las retransmisiones por internet y lo hicimos con mucha alegría». Durante esos días, «recibimos tanto cariño y nos sentimos tan cerca de Dios que, cuando pidieron ayuda para colaborar en el servicio del orden en las Misas tras el confinamiento, me sentí en deuda por todo lo vivido».
Desde entonces, cada domingo, antes de empezar la Misa de las 11:00 horas, Roberto se pone el brazalete amarillo del servicio de orden y ayuda a quienes acuden a acomodarse en los asientos del templo y a acercarse por turnos a recibir la Comunión. Y cuando acaba la celebración, ayuda también a limpiar y desinfectar los bancos.
Todo eso supone para él «mostrar mi agradecimiento por lo recibido y también por haber podido volver» a las celebraciones. Además, esta actividad le ha permitido conocer un aspecto de la vida parroquial del que no disfrutaba: «Yo antes venía a Misa y me iba, pero ahora he podido ver toda la camaradería que hay. Veo que en la parroquia hay una extensión de la familia, y eso es muy bueno».
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Olga Martín. Banco de Alimentos
«El voluntariado engancha».
A Olga Martín la crisis desatada por el COVID-19 le ha hecho reforzar su compromiso con el Banco de Alimentos. Hasta la pandemia, colaboraba puntualmente en la campaña de recogida de alimentos de Navidad, pero, dada la situación, se ha implicado de forma permanente. «Llevo dos meses y seguiré colaborando», afirma en conversación con Alfa y Omega.
Un tiempo repleto de trabajo desinteresado: ha coordinado una campaña en la que han conseguido 660 kilos de comida en solo cuatro días y ha trabajado en los almacenes centrales en la clasificación de los productos. Ha visto cómo los huecos se iban llenando con las donaciones de particulares y de empresas, y cómo ya no hay asociaciones en lista de espera para recibir alimentos y repartirlos entre sus beneficiarios.
También ha reconocido la generosidad de la sociedad que, aunque se le pida una y otra vez, da. Ella lo ha vivido en primera persona en las recogidas de alimentos en centros comerciales.
«El voluntariado engancha. Por una parte, ves que el trabajo sale adelante, que funciona y, por otra, te das cuenta de que hay muchas cosas por hacer. Así que te implicas todo lo que te permite tu trabajo o tu vida personal». En su caso, «tengo la suerte de ser mi propia jefa y por eso puedo dedicar al Banco de Alimentos bastante tiempo», explica.
Y si la situación se agrava por una pandemia, el compromiso se refuerza «sin ninguna duda». Y añade: «Siempre hay cosas que hacer y, ahora, en medio de una emergencia social en la que se han multiplicado el número de personas sin recursos, más. Toda ayuda es poca».
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Pilar Redondo. Obra Social San Juan de Dios
«Ya no es María José, es Pepa».
Pilar Redondo no es nueva en la Obra Social de San Juan de Dios. Lleva tres años colaborando en el mercadillo de Navidad, que nutre de recursos económicos a los diferentes programas de esta entidad de los Hermanos de San Juan de Dios. Eso sí, durante la pandemia decidió embarcarse en uno nuevo, No estás solo, para acompañar telefónicamente a personas mayores que viven en soledad. A ella le tocó María José, una mujer de 79 años que, tras perder a su madre y a su hermana, se había quedado sin compañía. «Una mujer con energía y un espíritu maravilloso», añade Pilar, que la llama regularmente desde finales de marzo.
—¿Cómo fue?
—Ser las dos funcionarias nos ayudó a comenzar la conversación, que luego se fue extendiendo a la experiencia personal de cada una, nuestra vida y familia, el confinamiento… Ha sido maravilloso. Y nos hemos ayudado mutuamente.
Así, entre llamada y llamada, María José paso a ser Pepa. Y Pilar ya no era la que tomaba la iniciativa y llamaba siempre. «He visto cómo la ilusión que había puesto en este proyecto ha dado resultado. Se ha creado un auténtico lazo sentimental y humano», explica Pilar. Y tanto, porque el pasado viernes quedaron en un café para ponerse cara y charlar, ya como buenas amigas.
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Miriam González. Cáritas Diocesana de Mondoñedo-Ferrol
«Mi plan es quedarme».
Como buena ferrolana, Miriam González, de 25 años, lleva muy dentro la Semana Santa. Pertenece a dos cofradías, la de Dolores y la de la Merced, que este año se han quedado sin salir a la calle por la pandemia. Las imágenes y la devoción popular se han parado, pero no los cofrades, que se han implicado en numerosas iniciativas sociales. Es el caso de Miriam, que respondió a la llamada de Cáritas Diocesana para estrenarse como voluntaria durante el Estado de alarma: «Buscaban gente para el reparto y la recepción de alimentos, porque son tareas que realizaban habitualmente personas mayores y que en aquellos momentos tenían que quedarse en casa».
Luego amplió su compromiso en el servicio de duchas del centro de día que Cáritas tiene en Ferrol, y ahora está formándose para echar una mano en un nuevo programa de apoyo a mayores solos que acaban de lanzar conjuntamente Cáritas y la Pastoral de la Salud de la diócesis.
Miriam reconoce que estos tres meses no solo le han ayudado a tocar la realidad o a romper con estereotipos sobre las personas que solicitan ayuda, sino que han cambiado incluso su forma de ser y de afrontar la vida. «Ahora valoro mucho más gestos tan sencillos como una sonrisa o un “gracias”», reconoce. Aunque ha vuelto a trabajar, su compromiso no ha menguado: «Mi plan es quedarme y conseguir que venga más gente».
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Magdalena Pereira. Cáritas Diocesana de Madrid
«Conozco personas concretas por las que rezar».
Magdalena Pereira es una de las más de 3.000 personas que han llamado a Cáritas Diocesana de Madrid en los últimos tres meses porque quieren ayudar. Estudiante de Ingeniería Biomédica, de 20 años, después de un breve período de formación Magdalena comenzó su labor hace unas semanas formateando tabletas donadas para las clases escolares online, para luego pasar al reparto de comida a domicilio a personas contagiadas por el COVID-19. Esto le ha permitido conocer una realidad «que es increíble que tenga a 15 minutos de mi casa», señala.
En años anteriores ha tenido experiencias de voluntariado en comedores sociales y campos de trabajo. «Durante el año, cuando tengo tiempo, hago lo que puedo e intento dar a los demás de lo que yo he recibido», afirma, porque «todo esto que hago tiene que ver con mi fe». Ser voluntaria es «una parte de mi vida que viene de Dios», señala.
Ahora, tres veces por semana se acerca a repartir comida que deja en los portales o en los umbrales de las puertas de la gente a la que ayuda. «Son unas personas encantadoras», afirma, aunque por las características de su labor no tienen muchas posibilidades de conocerse más. Sin embargo, «esto no lo hago por lo que me aporte a mí. Lo que me ayuda es poner rostro a un problema que está ahí fuera y conocer a personas concretas por las que rezar».
Fran Otero / Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo