«¡Viva la libertad!»
Los pasados días 16 y 17 de junio tuvo lugar en la Casa de Campo de Madrid la tercera edición de Encuentromadrid, bajo el lema El riesgo de educar, como informamos en nuestro semanario. En este evento, ha ocupado un lugar principal la exposición La Rosa Blanca. Rostros de una amistad, que se completó con la proyección de la película Sophie Scholl. Los últimos días, estrenada en España hace unos meses. La historia de estos jóvenes sigue siendo de plena actualidad
Tres de ellos fueron decapitados el 22 de febrero de 1943 en la cárcel de Munich; otros dos fueron ejecutados el 13 de julio del mismo año; el último de ellos, el 12 de octubre. De los seis, cinco eran jóvenes estudiantes, de entre 20 y 25 años, y el sexto, uno de sus profesores. Se trata de los principales miembros de La Rosa Blanca, un grupo de resistencia contra el nazismo que utilizó su mejor arma, la palabra, para intentar abrir los ojos a la sociedad alemana sobre la barbarie del régimen nacionalsocialista.
No les unió la política, sino la amistad. Una amistad profunda nacida de los intereses compartidos y, sobre todo, de la misma concepción del hombre y de Dios, que fue lo que determinó su oposición a la dictadura de Hitler. De origen tanto protestante como católico, los miembros de La Rosa Blanca eran aficionados a todas las formas de arte, y a la lectura. Su amistad se fue formando en tertulias literarias -muchas veces sobre libros prohibidos-, y en largas discusiones filosóficas y teológicas, en las que su rechazo al régimen fue tomando un protagonismo creciente, al mismo tiempo que crecía en intensidad su vivencia de la religión y su compromiso cristiano. Christopher (Christl) Probst, uno de los primeros ejecutados, recibió el Bautismo y la primera Comunión.
Christl, educado en un ambiente liberal, rechazaba el nazismo por la discriminación a los judíos -la segunda mujer de su padre lo era- y los programas de eutanasia. Había sido compañero de instituto de Alexander Schmorell, medio ruso, que sentía un odio visceral hacia el régimen por la guerra contra la que consideraba su patria, Rusia. Gracias a Alexander entró en contacto con Hans Scholl y Willi Graf, sus compañeros de la carrera de Medicina y de la Segunda Compañía de Estudiantes, de pertenencia obligatoria, que les hacía pasar algunas temporadas en el frente.
El grupo de amigos comenzó también a frecuentar las clases del profesor Kurt Huber, debido a sus veladas críticas al nacionalsocialismo. Sophie Scholl, hermana pequeña de Hans, se unió a La Rosa Blanca tras descubrir las actividades clandestinas de su hermano. Como Hans, había sentido en su adolescencia un encendido entusiasmo por los aspectos más visibles del nazismo -los desfiles, los movimientos juveniles…-, y había quedado defraudada al poco tiempo.
Entre junio y julio de 1942, La Rosa Blanca dio el paso definitivo: empezó a copiar de forma clandestina y a distribuir por correo, de forma anónima, sus panfletos, con textos redactados por Hans y Alexander. En ellos se criticaban duramente los fundamentos del nazismo y sus consecuencias prácticas -con datos de primera mano sobre Polonia y Rusia recopilados por conocidos-, se animaba al boicot y la resistencia pasiva, y se abogaba por una reconstrucción espiritual de Alemania y Europa, basada en sus raíces cristianas.
Las actividades del grupo se interrumpieron entre agosto y noviembre de ese año, por estar varios de sus miembros haciendo las prácticas de Medicina en el frente ruso. A lo largo de ese verano, maduraron sus convicciones y sus creencias, y volvieron con fuerzas renovadas. Entre noviembre y febrero de 1943, distribuyeron otros dos panfletos. Tras lanzar unas copias del último en la Universidad de Munich, Hans y Sophie fueron detenidos el 18 de febrero, y poco más tarde lo fue Christopher Probst, que acababa de tener su tercer hijo. Los otros tres miembros fueron descubiertos en las investigaciones posteriores.
Antes de la ejecución, Christopher, Hans y Sophie pudieron juntarse por última vez. Christopher les dijo: «Dentro de unos minutos nos reuniremos en la eternidad». Y Hans, ante el verdugo, se despidió con un grito: «¡Viva la libertad! ¡Viva Alemania!».
El cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco, fue el encargado de inaugurar la exposición. La intervención del cardenal estuvo marcada por sus propios recuerdos, pues él mismo fue estudiante en Munich, cuya universidad tiene su sede principal en una plaza dedicada a los hermanos Scholl y al profesor Kurt Huber. El cardenal Rouco señaló que la muestra «puede ayudar a comprender que romper la relación del hombre con Dios es romper al propio hombre». Y continuó: «Me alegro de que se exhiba esta exposición. Demuestra que lo importante es el bien, la libertad y el sí claro al Señor».