Visitamos San Giovanni Battista, de Mario Botta - Alfa y Omega

Visitamos San Giovanni Battista, de Mario Botta

El arquitecto suizo responde al modernismo centrándose en lo esencial y ligando la naturaleza con el edificio. Muestra de ello es el templo que diseñó en la misma localidad donde nació

Ana Robledano Soldevilla
La iglesia conserva dos campanas originales de 1746
La iglesia conserva dos campanas originales de 1746. Foto: Cortesia de Fondazione Chiesa di Mogno. Fotografo: R. Longoni.

En un lugar recóndito de la cordillera alpina se esconde una iglesia católica que es una interesante obra de arte arquitectónica. Sin embargo, es muy poco conocida. Se trata del templo de San Giovanni Battista, en la localidad suiza de Mogno (Tesino). Construido entre 1994 y 1996, se edificó sobre el basamento de una antigua iglesia de 1626 que fue completamente arrollada y destruida por una avalancha de nieve en 1986. Esta nueva obra ha querido ser un recuerdo moderno de esta iglesia del siglo XVII, por lo que se ha conservado su nombre, con el que queda dedicada a san Juan Bautista.

El arquitecto encargado de este proyecto fue el suizo Mario Botta, nacido en esa misma localidad en 1943. Este conocido autor ha firmado grandes edificios, como el Banco Nacional de Grecia (Atenas), o el San Francisco Museum of Modern Art (SFMOMA). Aunque pudo haber estado fuertemente influenciado por el modernismo arquitectónico mientras trabajó con grandes nombres como Louis Kahn o Le Corbusier, Botta nunca se consideró dentro del movimiento modernista. Más bien le responde. Su objetivo es, de una manera sencilla, ligar la naturaleza con el edificio, centrándose en lo esencial. Él mismo describe su estilo como «una arquitectura que se mide con el criterio de las necesidades del hombre». Con esta firme fidelidad a la simpleza de sus trabajos, Botta no se preocupa de la calidad del material, ya que opina que la buena arquitectura se crea independientemente del medio. Y, para defender esta reflexión, utiliza a propósito materiales de bajo coste, para que la atención no se desvíe de la finalidad de la construcción.

Para esta pequeña iglesia de San Giovanni Battista utilizó la piedra que abunda en el área del valle de Lavizzara y alrededores: el granito y el mármol. El tipo de granito es concretamente un gneis procedente de las canteras de Riveo y el mármol blanco es del valle de Peccia. También usó hierro para la estructura portante del tejado y vidrio para la cubierta, que se dispone originalmente en forma circular inclinada. Con dos zonas que están completamente al aire libre, el espacio interior se organiza de una manera muy simple: se compone exclusivamente de dos filas de bancos de madera dispuestos en paralelo al altar, el cual es de dos bloques de mármol blanco, siguiendo un estilo muy minimalista. La imaginería es escueta y centrada en lo esencial: una estatua de la Virgen, que se alza sobre una pila bautismal de mármol claro en el lado izquierdo, y un Cristo crucificado elevado sobre el altar y coronando el abocinamiento de la puerta a la sacristía.

Uno de los elementos más significativos es el arco rampante, que el autor quiso disponer en honor y simbolizando la antigua iglesia. Este elemento probablemente fue el que hizo posible que una parte de los habitantes de Mogno pudieran protegerse durante aquel alud, el 25 de abril de 1986. Otro de los elementos más destacables por su valor histórico son las dos campanas originales del campanario, datadas en 1746, que afortunadamente se recuperaron y Botta no dudó en incluir en su diseño.

En palabras del arquitecto, recogidas por escrito en un manifiesto, explica que «en el proyecto de esta iglesia, perdida en el fondo de un valle, donde aún persisten los signos de una lucha atávica entre el hombre y las montañas, me pareció vislumbrar una determinación, un coraje y una generosidad que hablan de pulsiones ideales aún posibles y de a qué arquitectura debe una respuesta». Además del recuerdo de la antigua iglesia destruida, prosigue, «el nuevo edificio expresa el deseo de afrontar una futura avalancha improbable (se construyeron refugios contra ellas río arriba) y el deseo de testimoniar y sugerir otros valores simbólicos y metafóricos que poco a poco se han multiplicado a lo largo del recorrido del proyecto». Y concluye afirmando que «todo el proceso de refinamiento del diseño surgió con una simplicidad sorprendente, demostrando claramente que una obra de arquitectura es siempre el reflejo (a veces despiadado) de las aspiraciones y esperanzas que la determinaron».

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