Virginie Bitshanda: «Hay mujeres en el Congo que no saben que han sido violadas»
República Democrática del Congo es uno de los peores lugares del mundo para las mujeres. Son víctimas perpetuas de violaciones y abusos que en la mayoría de los casos quedan impunes. En medio de ese infierno, Virginie Bitshanda, de la Congregación de las Hijas de la Sabiduría, se ha convertido en un oasis. Lleva diez años arando el camino hacia la autonomía de las congoleñas.
Hábleme del proyecto Mama Hekima que fundó en la República Democrática del Congo hace diez años.
Mama Hekima significa madres de la sabiduría en suajili. Es un refugio en la ciudad de Kisangani para mujeres que han sido despreciadas por la sociedad, que se han sentido atrapadas por la violencia —muchas veces justificada en las costumbres de sus comunidades—, que son pobres y no tienen oportunidades. Siempre quise ayudar a las mujeres de mi país, pero, tras estudiar en Canadá, me di cuenta de que primero tenía que comprender bien las realidades culturales y la mentalidad del entorno para brindar un apoyo real en su camino hacia la autonomía.
¿A qué tipo de violencia se enfrentan las mujeres en su país?
Muchas no saben que han sido violadas, por ejemplo. Tienen tan normalizado desde niñas la violencia que ni siquiera son conscientes de que está mal que un hombre les pegue.
¿Cómo es ese proceso para recuperar las riendas de sus propias vidas?
Nos acercamos despacio, sin invadir, casi de puntillas, para hablar con ellas, intercambiar ideas y reflexionar. Tratamos de ganarnos su confianza poco a poco. Solo así hemos podido comprender mejor las terribles pruebas que la sociedad impone a estas mujeres. Casi todas han sufrido una agresión sexual; muchas por parte de hombres de sus propias comunidades. Pero nunca lo dicen para no acabar repudiadas, pues se considera una deshonra.
¿Cuál es el perfil de estas mujeres?
Actualmente atendemos a 180. Son jóvenes. Muchas se han quedado viudas o han huido de su tribu. La mayoría tiene una media de cinco hijos. Son el pilar para la supervivencia de la familia. Intentan salir adelante como pueden, pero no lo tienen fácil. Nosotros les enseñamos conceptos básicos de economía para que aprendan a ahorrar, que es algo que no existe en nuestra cultura. También ofrecemos cursos de costura y de cocina para que tengan un pequeño oficio y puedan generar ingresos. Todas tienen potencial y talentos, pero es necesario recordárselo. La fortaleza de estas mujeres es impresionante, aportan esperanza a la sociedad.
¿Cómo se organizan los talleres?
Trabajamos en pequeños grupos de unas 20 personas, separadas según sus intereses. Les ofrecemos formación en temas como derechos de la mujer, planificación familiar, gestión del presupuesto de la familia… Además, hemos visto cómo cada vez van llegando más mujeres a pedirnos apoyo. Al escuchar sus historias de superación, se estimula el deseo de autonomía e independencia económica entre sus amigas.
¿Y los niños?
Vienen en condiciones deplorables. Muchos sufren desnutrición aguda o enfermedades. Las madres pueden enviarlos a la escuela mientras asisten a los talleres de formación. Así que también se benefician ellos.
¿Ha sido difícil crear una sola comunidad entre ellas?
Sí. No les pedimos el carné de católicas. Tenemos musulmanas, testigos de Jehová, protestantes, de la llamada Iglesia del Despertar… Al principio nos pedían que las dividiéramos por grupos religiosos, pues no creían que fuera posible trabajar juntas con tantas diferencias. Esto no nos sorprendió. Sabemos que suelen escuchar sermones emitidos en los canales de televisión que son muy negativos: incitan a la división, a la hostilidad y a la violencia.