Vigilia de Pentecostés del Papa con los Movimientos eclesiales. «A partir de ahora, nada de Francisco, sino Jesús»
Doscientos mil miembros de 150 Movimientos, nuevas comunidades y asociaciones eclesiales abarrotaron la Plaza de San Pedro, el sábado víspera de Pentecostés, para escuchar al Papa Francisco. Al día siguiente, les pidió eclesialidad: «Los caminos paralelos son muy peligrosos», alertó. «Cuando nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, creamos división», añadió. El Santo Padre fue contestando una por una a cuatro preguntas concretas. Éste es un amplio extracto:
Recibí el primer anuncio de labios de mi abuela
Me preguntáis cómo he podido alcanzar en mi vida la certeza de la fe y qué camino debe seguir cada uno para vencer la fragilidad de la fe. Es una pregunta histórica, porque se refiere a la historia de mi vida.
Yo tuve la gracia de nacer en una familia en la que se vivía la fe de una manera sencilla y concreta; pero fue sobre todo mi abuela, la mamá de mi padre, la que marcó mi camino de fe. Era una mujer que nos hablaba de Jesús y nos enseñaba el Catecismo. Recuerdo siempre que el Viernes Santo, por la tarde, nos llevaba a la procesión de las antorchas al final de la cual llegaba el Cristo yacente; y la abuela nos hacía arrodillarnos y nos decía: «Mirad, está muerto, pero mañana resucita». Recibí el primer anuncio cristiano de labios de mi abuela. ¡Es precioso esto!: el primer anuncio en casa, con la familia. Y esto me hace pensar en el amor de tantas madres y de tantas abuelas a la hora de transmitir la fe. Son ellas las que transmiten la fe, como en los primeros tiempos, cuando san Pablo decía a Timoteo: «Te recuerdo la fe de tu madre y de tu abuela». Dios nos pone al lado a personas que nos ayudan en nuestro camino de fe. No nos encontramos la fe en abstracto, ¡no!, siempre hay una persona que nos dice quién es Jesús y nos transmite la fe.
Pero hay un día en mi vida muy importante para mí: el 21 de septiembre del 53. Tenía casi 17 años, era el Día del estudiante; para nosotros [en el Hemisferio Norte], el día de la primavera; para vosotros, el día del otoño. Antes de ir a la fiesta entré en la parroquia y me encontré a un sacerdote al que no conocía, y sentí la necesidad de confesarme. Fue para mí la experiencia de un encuentro: encontré que alguien me esperaba. Pero no sé bien qué sucedió, no sé por qué aquel sacerdote estaba allí y por qué sentí la necesidad de confesarme con él; pero la verdad es que alguien me estaba esperando, desde hacía tiempo. Después de la confesión, noté que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había sentido como una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que hacerme sacerdote. Esta experiencia en la fe es importante. Decimos que queremos ir a pedir perdón a Dios, pero cuando vamos Él ya nos está esperando. ¡Él está antes! En español tenemos una palabra que lo define muy bien: el Señor siempre nos primerea, es el primero, nos está esperando. Y esto te produce en el corazón un estupor tal, que no te lo crees, y así va creciendo la fe. Alguno dirá: «No, yo prefiero estudiar la fe en los libros». Es importante estudiarla, pero no basta. Lo importante es el encuentro con Jesús, y esto te da la fe, pues ¡justo es Él el que te la da!
Somos frágiles, pero Él es fuerte
Preguntabais también por la fragilidad de la fe. El mayor enemigo que tiene la fragilidad –es curioso, ¿eh?– es el miedo. Pero no tengáis miedo. Somos frágiles y lo sabemos, pero Él es fuerte; si tú vas con Él no hay problema. Con Él estamos seguros. Pero si pensamos que podemos arreglárnoslas solos…, acordaos lo que le pasó a san Pedro: «¡Señor, yo nunca te negaré!»; y después cantó el gallo y le había negado tres veces.
Algo que me hace fuerte todos los días es rezar el Rosario a la Virgen. Siento una fuerza tan grande porque acudo a ella y me siento fuerte.
Pasemos a la segunda pregunta: ¿Cómo podemos comunicar hoy eficazmente la fe? Os diré sólo tres palabras. La primera, Jesús. Él es lo más importante. Si vamos tirando con la organización, con otras cosas, bonitas, pero sin Jesús, la cosa no funciona. Jesús es lo importante. Y ahora quisiera regañaros un poco, fraternalmente. Todos gritáis: Francisco, Francisco. A mí me gustaría que gritaseis Jesús, Jesús, que justamente está entre nosotros. A partir de ahora, nada de Francisco, sino Jesús.
La segunda palabra es oración: mirar el rostro de Dios, pero sobre todo sentirse mirados. Mi experiencia es la que tengo ante el sagrario, cuando por la tarde voy a rezar ante el Señor. Hay veces en que me adormezco un poco, el cansancio del día me hace adormecer. Pero Él me entiende. Y me siento muy confortado cuando pienso que Él me mira. Pensamos que tenemos que rezar, hablar, hablar, hablar… ¡No! Déjate mirar por el Señor. Cuando Él nos mira, nos da fuerza y nos ayuda a testimoniarlo. Primero, Jesús; después, oración: sentimos que Dios nos está llevando de la mano. Subrayo entonces la importancia de esto: dejarse guiar por Él.
Y tercera palabra: testimonio. Este dejarse guiar por Jesús te lleva a las sorpresas de Jesús. Se puede pensar que tenemos que programar la evangelización, las estrategias, los planes, pero todo eso no son más que pequeños instrumentos. Lo importante es dejarse guiar por Él y testimoniar no con nuestras ideas, sino con el Evangelio vivido. Es como una sinergia entre nosotros y el Espíritu Santo. Los santos son los que llevan adelante la Iglesia. Somos cristianos cerrados en nosotros mismos. ¡No, eso no, el testimonio!
Prefiero mil veces una Iglesia accidentada que enferma
Tercera pregunta: ¿Cómo podemos vivir una Iglesia pobre y para los pobres? Vuelvo al testimonio. La principal contribución que podemos dar es vivir el Evangelio. La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada; no es eso. Nosotros no somos una ONG. Y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es sólo una organización vacía. Y en esto sed listos, porque el diablo nos engaña con lo de la eficiencia. Una cosa es predicar a Jesús y otra cosa es la eficacia, ser eficientes. No, eso es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y testimoniarlo.
La crisis que estamos viviendo no es una crisis cultural, es una crisis del hombre: lo que está en crisis es el hombre y lo que puede ser destruido es el hombre. ¡Pero el hombre es imagen de Dios! Por eso es una crisis tan profunda.
¡Por favor, no os cerréis! Éste es un gran peligro: nos cerramos en la parroquia con los amigos, en el movimiento, con los que piensan lo mismo que nosotros…, pero ¿sabéis lo que pasa? Cuando la Iglesia se cierra, se pone enferma. ¡Salid, predicad, dad testimonio! Puede ocurrir lo que puede sucederle a cualquiera que sale de casa a la carretera: un accidente. Pero yo os digo, prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma por cerrada. ¡Salid fuera, salid! En esta salida es importante ir al encuentro. Es una palabra muy importante para mí. ¿Por qué? Porque la fe es un encuentro con Jesús. Vivimos una cultura del enfrentamiento, de la fragmentación, en la que aquello que no me sirve lo tiro, una cultura del desecho. Os invito a pensar en los ancianos, que son la sabiduría de un pueblo; en los niños…, ¡la cultura del desecho! Nosotros debemos crear con nuestra fe una cultura del encuentro, de la amistad, en la que podamos hablar con quien no piensa como nosotros. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios.
Y hay otro punto importante: los pobres. Si salimos de nosotros mismos, encontramos la pobreza. Hoy –duele hasta el corazón de decirlo–, encontrar a un mendigo muerto de frío no es noticia; si acaso, hoy es noticia un escándalo. Que tantos niños no tengan que comer no es noticia. ¡Esto es muy grave! No podemos quedarnos tranquilos. No podemos ser cristianos atemorizados, esos cristianos demasiado educados que hablan de cosas teológicas mientras toman tranquilamente el té. ¡No! Tenemos que ser cristianos valientes e ir a buscar a los que son justamente la carne de Cristo.
Cuando yo voy a confesar –todavía no puedo, porque de aquí no se puede salir, pero éste es otro problema–. Cuando yo iba a confesar en mi diócesis anterior, venían algunos a los que siempre les preguntaba lo mismo: «¿Pero usted da limosna?» –«Sí, padre». –«Ah, bueno, bueno». Y le preguntaba dos cosas más: «Pero, ¿cuándo la da, le mira a los ojos a la persona a la que se lo da?». Respuesta: «No sé, no me he dado cuenta». Segunda pregunta: «¿Y cuando le da la limosna, le coge la mano al mendigo, o le tira la moneda?». Éste es el problema, tocar la carne de Cristo, abrazar el dolor de los pobres.
La pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica o cultural: no, es una categoría teologal. Yo diría que es la primera categoría, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre para caminar a nuestro lado. Ya sé que esto no es fácil, porque hay un problema que no hace bien a los cristianos: el espíritu del mundo, la mundanidad espiritual.
Me preguntabais cómo se debe vivir para afrontar esta crisis que afecta a la ética pública, al modelo de desarrollo, a la política. Dado que es una crisis del hombre, una crisis que destruye al hombre, es una crisis que despoja el hombre de la ética, y en la vida pública, en la política, si no hay una ética de referencia, todo es posible. Lo vemos todos los días en los periódicos. Si las inversiones bancarias bajan un poco, ¡qué tragedia! Pero si mueren de hambre las personas, no importa. Ésta es la crisis de hoy. Y el testimonio de una Iglesia pobre y para los pobres va contra esta mentalidad.
Hay más mártires hoy que en los primeros siglos
Cuarta pregunta: Ante estas situaciones, me parece que mi confesión de fe, mi testimonio sea tímido y torpe. ¿Qué hacer para aliviar este sufrimiento, para cambiar este contexto político-social? Para anunciar el Evangelio son necesarias dos virtudes: la valentía y la paciencia. Muchos hermanos nuestros viven en la Iglesia de la paciencia, sufren: hay más mártires hoy que en los primeros siglos de la Iglesia. ¡Mártires. Hermanos y hermanas nuestros que sufren! Pero el martirio jamás es una derrota; es el más alto grado de testimonio.
Muchas veces se atribuye a los conflictos un origen religioso, pero por desgracia la pertenencia religiosa es utilizada como gasolina sobre fuego. Un cristiano debe saber siempre responder al mal con el bien, aunque a menudo es difícil. Os pregunto: ¿rezáis por esos hermanos y hermanas? ¿Todos los días? No voy a pedir ahora que levante la mano el que reza. Ahora no lo voy a pedir, pero pensadlo bien. Ellos sufren experiencias al límite entre la vida y la muerte. Esta experiencia debe llevarnos a promover la libertad religiosa para todos. ¡Para todos! Todo hombre y toda mujer deben ser libres en la propia confesión religiosa, sea la que sea. ¿Por qué? Porque aquel hombre y aquella mujer son hijos de Dios.
Y así creo que he respondido a vuestras preguntas. Perdón si me he alargado demasiado y gracias. Y no lo olvidéis: nada de una Iglesia cerrada, sino una Iglesia que sale fuera, que va a las periferias de la existencia. ¡Que el Señor nos guíe allá arriba!