Vida íntima - Alfa y Omega

Vida íntima

Conmemoración de los fieles difuntos / Jn 14, 1-6

Carlos Pérez Laporta
Varias personas visitan las sepulturas de sus seres queridos en el Cementerio Viejo de Alcalá de Henares el día de Todos los Santos. Foto: Efe / Fernando Villar.

Evangelio: Juan 14, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice:

«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».

Jesús le responde:

«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Comentario

Ayer celebrábamos el día de Todos los Santos: la certeza de que una gran muchedumbre ha llegado al cielo nos llena de esperanza por nuestra salvación, pero también por la de nuestros difuntos. La fiesta de Todos los Santos reconforta nuestro corazón en la ausencia de aquellos que hemos perdido, porque nos alimenta con la esperanza del reencuentro. Pedir por nuestros difuntos es la consecuencia de la celebración de ayer.

En ese sentido, nos dice Jesús en el Evangelio de hoy que, en su marcha, se adelanta a prepararnos unas moradas, unas estancias en casa de su Padre. Por el tono de sus palabras, la imagen más inmediata es la de Jesús preparando unas habitaciones como haría una madre o un amigo cuando nos reciben en casa. Es diferente al personal que prepara una habitación de hotel, porque la idea del hotel es que uno pueda sentirse fuera de casa, liberado de las cargas del hogar. Por el contrario, en una visita un hogar familiar se comparten los ritmos y la vida de esa casa. El que prepara en un hotel hace mejor su trabajo cuanta más independencia garantice a base de prestaciones: el trabajador no quiere compartir la vida con el visitante ni el visitante con él o con el resto de personas que allí se hospedan. Un familiar o un amigo que nos acoge ofrece su propia comida, comparte contigo su tiempo y los mismos espacios donde vive y reposa. En la casa del Padre se vive la vida íntima que comparten el Padre y el Hijo. Allí la relaciones familiares, también las nuestras, llegan a ser eternas.