Viaje al Beato de Liébana
La BNE acoge una exposición dedicada a uno de los manuscritos más célebres de la Alta Edad Media, encargado por los reyes Fernando I y Sancha
No siempre tiene uno la posibilidad de admirar bien de cerca una joya como esta. Hasta el próximo 27 de agosto, la Biblioteca Nacional de España (BNE) acoge la muestra Beato de Liébana. La fortuna del Códice de Fernando I y Sancha, que permite contemplar uno de los Beatos más célebres, copia manuscrita del luminoso Comentario al Apocalipsis del siglo VIII, y de acompañarlo en su asombrosa historia.
Comisariada por Sandra Sáenz-López Pérez, la antesala del Salón de Lectura María Moliner alberga esta pequeña pero bellísima muestra, que nos acerca a una de las obras artísticas más deslumbrantes y coloridas de la Alta Edad Media. Este libro, cuyos folios iluminados con delicadas miniaturas vemos ante nosotros, se debe a un encargo de los reyes Fernando I y Sancha y es un facsímil de noble factura que debemos agradecer a Moleiro Editor. El original se atesora bajo rigurosas medidas de conservación y seguridad en las dependencias de la biblioteca y solo pueden acceder a él investigadores. Pero no se entristezcan, porque la visita vale la pena.
En esta pequeña sala, este Beato está acompañado por más de 20 obras que contextualizan la cultura del libro en la Alta Edad Media española. Escrito en un scriptorium regio leonés para el antiguo monasterio de San Juan Bautista de León (el actual San Isidoro de León), nuestro libro ha tenido una historia llena de aventuras. De León viajó a Madrid. Pasó por Toledo, Plasencia (Cáceres) y Mondéjar (Guadalajara). Su último propietario fue Gaspar Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar. Su biblioteca fue confiscada por orden del rey Felipe V durante la guerra de sucesión española (1701-1714). Así llegó el Beato de Fernando I y Sancha a la Biblioteca Real, de donde se nutrieron los fondos de la BNE.
El visitante ha de detenerse ante las miniaturas coloreadas de los pasajes del Apocalipsis. Sabemos pocas cosas de Beato de Liébana (c. 725-c. 798), que da nombre a los libros que recogen su obra. Contribuyó a la importancia del monasterio de Santo Toribio, en Cantabria, que el próximo domingo celebra su festividad y abrirá la puerta del perdón, inmerso en un año jubilar. Beato ganó cierta fama por oponerse, junto a Eterio, obispo de Osma, a la doctrina adopcionista. A él se le atribuye el himno dedicado al apóstol Santiago, O Dei Verbum. A una primera redacción de sus Comentarios al Apocalipsis en el año 776, debió de seguir otra ocho años después. De su lectura se deduce que creía que el fin del mundo estaba próximo.
Al ver estas páginas, con la Virgen María vestida de sol, rodeada de estrellas y triunfante sobre la serpiente, recordaba aquel precioso texto de Raúl Glaber que contaba cómo, después del milenio, la cristiandad se cubrió de «un blanco manto de iglesias». Reparen en este delicado arca de Noé que prefigura la salvación de los justos. Mucho ojo a esa paloma que llega con una rama de olivo y sirve de señal del retroceso de las aguas. Desde entonces, sabemos, y es una tranquilidad, que Dios no volverá a destruir su creación. El Apocalipsis no es un relato de devastación, sino de liberación y esperanza. Cristo ya ha vencido. La lucha que el libro relata —«Se entabló un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. También lucharon el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron»— está ganada.
Esta exposición es un acto de memoria y una reivindicación de la fe, de la confianza en Dios que tenía el hombre medieval. Al ver estas miniaturas, me venía a la memoria aquella catequesis de Benedicto XVI: «El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. […] Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto». Estos colores, estos dibujos, estos pasajes, iluminados hace más de 1.000 años, siguen teniendo algo que decirnos. Añadía el Papa que «hay expresiones artísticas que son auténticos caminos hacia Dios». No debe, pues, sorprendernos que la contemplación orante de estas imágenes nos lleve a ver la historia con otros ojos. A fin de cuentas, la Resurrección lo cambió todo y esos monjes, como Beato, lo sabían.