«Verdaderamente ha resucitado el Señor»
Domingo de Resurrección / Evangelio: Juan 20, 1-9
La historia de Dios con el hombre siempre está entretejida de hechos reales, de acontecimientos históricos, de pasajes que han sucedido verdaderamente. La noche del Sábado Santo empieza a vislumbrarse, con la tumba vacía, la noticia más sorprendente de la historia. Una tumba vacía y, en torno a ella, muchas interpretaciones. Pero hubo una interpretación basada en apariciones, en encuentros, en un choque con la nueva realidad: «Verdaderamente ha resucitado el Señor» (Lc 24, 34). Esta es la primera confesión de fe. Es el primer paso que dan los discípulos para empezar a ser cristianos; no solo oyentes de Jesús, sino cristianos, partícipes de su vida. Es el choque con un acontecimiento real. Fue el primer credo, la primera canción cristiana, el primer coro de la Iglesia: «Verdaderamente ha resucitado el Señor».
En aquella noche, el «hágase» del comienzo de la creación (cf. Gn 1) fue pronunciado por Dios de un modo enteramente nuevo. Aquella noche empezó el día octavo de la creación, la plenitud de la creación. Pero a este «hágase» de Dios, cuya respuesta es la Resurrección de Jesús, responde esta confesión de fe: «Verdaderamente ha resucitado el Señor». Ahora la respuesta no es simplemente la gratitud de los primeros hombres, sino la conciencia pronunciada de que Dios ha intervenido definitivamente en la vida.
Hoy, el credo, la confesión de fe, está amenazado. A veces se piensa que lo importante son los valores: si Jesús resucitó verdaderamente o si aquello fue un símbolo no es esencial, lo fundamental es que eso genere bondad, justicia… Si el punto de partida es un símbolo o una realidad sería secundario. ¿Pero cómo va a ser secundario? ¿Cómo puede generar valores reales, conductas hondas, un símbolo o una mentira? ¿Cómo la no verdad puede engendrar bien? Así podemos llegar a un cierto cristianismo de valores éticos, donde lo importante es ser buenos, donde se predique el pluralismo, el respeto, pero nada más. Estos cristianos están a punto de dejar de serlo, si no lo han dejado ya.
El cristiano auténtico sigue gritando: «Verdaderamente ha resucitado el Señor». ¿Sabéis cuál es el mayor obstáculo para creer esto? La crisis de esperanza. Cuando tanta gente dice: «Estoy perdiendo la fe», al final uno se da cuenta de que lo que está sucediendo no es una crisis de fe, sino de esperanza, que afecta a la fe. Puede creer en la Resurrección, pero como no ve los efectos, como la vida sigue igual, como la violencia es la misma, como no avanza en santidad, afirma que no puede seguir creyendo. La crisis de esperanza afecta negativamente a la fe.
Este domingo es el día para gritar con fuerza: «Verdaderamente ha resucitado el Señor». Encendamos las luces de la fe, recuperemos el uso de la palabra. Fuera los rumores, las dudas y vacilaciones. Pronunciemos afirmativa y claramente: «Verdaderamente ha resucitado el Señor».
Esto conduce al testimonio, y el testimonio puede conducir, antes o después, al martirio. Empiezan el acoso, la antipatía, el ataque, de unos y de otros, por unos motivos o por otros. Entonces, el miedo, la inseguridad, conducen al silencio, al disimulo, al anonimato. Y poco a poco, conforme uno va ocultando su pertenencia y su confesión, la fe va desapareciendo. Hoy hay tantos mártires en tantos lugares. Personas que dan la cara para mantener la fe en la plaza pública, para defender la vida frente al aborto y la eutanasia, médicos que se juegan su porvenir y el pan de sus hijos, fieles y sacerdotes que mueren en atentados en países donde la Iglesia está perseguida, familias que tienen que hacer sus maletas y emigrar para empezar y tratar de vivir con un mínimo de seguridad…
Es tiempo de martirio, es tiempo de confesión de fe. No basta ser bueno, porque no se puede ser bueno si no se recibe la bondad de Dios, que viene por la fe: «Verdaderamente ha resucitado el Señor».
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro, e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.