Verdad: corazón de la palabra
La familia de Manuel Lozano Garrido (Lolo) ha recibido el diploma de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España que acredita al beato Lolo como periodista de honor. El homenaje se celebró el 20 de septiembre en Linares, su pueblo natal. Escriben dos de los presentes: el presidente de la Unión Católica de Periodistas, Rafael Ortega —también director del Congreso Católicos y Vida Pública— y María Solano, profesora de la Universidad CEU San Pablo
«La verdad es el corazón de la palabra»: esta bella frase fue escrita por nuestro beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Y digo nuestro porque ha sido, es y será un ejemplo para todos los que nos dedicamos a esta bendita profesión. La figura de este sencillo hombre de Dios, Lolo, es un referente para periodistas y escritores que quieren, queremos, poner el Evangelio en el enfoque de sus trabajos, así como para los seglares que pueden ver cómo la vida del esfuerzo ordinario de cada día puede ser cauce de su santificación, así como para los enfermos y los que sufren.
El pasado jueves, tuve la satisfacción de asistir, en Linares, pueblo natal de Lolo, a la entrega del diploma de periodista de honor por parte de la presidenta de la FAPE, Elsa González. Fue un acto muy emotivo y a la vez muy sencillo, como seguro le hubiera gustado a nuestro Beato. Hace unos meses, algunos compañeros montaron la polémica a la que nos tienen acostumbrados, pues no consideraban acertada tal distinción. Que yo sepa a nadie que no sea católico y se le haya querido premiar o distinguir con algo ha levantado ampollas. Pero parece que ser periodista y católico sí merece críticas de aquellos que, faltaría más, no permitan la más mínima censura.
Ser periodista y católico es un orgullo. El sustantivo periodista y el calificativo católico, como decía el cardenal Herrera Oria, es definitivo para nuestra profesión, sobre todo en estos momentos donde muchos pseudo-periodistas hacen que nos avergoncemos.
Lolo fue declarado Beato en una espléndida ceremonia que se celebró en Linares el 12 de junio de 2010, pero no es el primer periodista que llega a los altares. El polaco Maximiliano Kolbe murió de una inyección letal en Auschwitz, después de tres semanas sin alimento alguno en un foso de castigo, tras haberse presentado como voluntario para sustituir a un condenado a muerte. Kolbe puso en marcha, en 1927, un gran complejo editorial y una emisora de radio y, posteriormente, cuando era misionero en Japón sin dominar el japonés, editó ocho revistas católicas y dos periódicos. Por su parte, el carmelita y periodista holandés Tito Brandsma animó a la prensa de su país durante la ocupación nazi a no publicar la propaganda alemana. Fue ejecutado en 1942. El alemán Nikolaus Gross era padre de familia numerosa, sindicalista y director de un periódico católico, desde donde condenó el nazismo. Fue ahorcado, en 1945, por traición a la patria. Pero hay ya otros periodistas en proceso de beatificación, como el italiano Odoardo Focherini, que salvó a centenares de judíos en Italia y fue asesinado por los nazis; o el español Francisco Martínez, que fue director de La Verdad de Murcia y alcalde de esa ciudad, y fusilado por los milicianos en un pueblo de Cuenca, porque, según sus asesinos, «había pruebas de que era muy católico».
Es, como decíamos antes, difícil y complicado que muchos crean que un periodista pueda ser ejemplo de santidad; pero los ha habido, los hay y los habrá, porque, si se sirve a la verdad, se cumple el principal objetivo de nuestra profesión, ya que, como hemos recordado al principio y según nos decía Lolo, «la verdad es el corazón de la palabra». Manuel Lozano Garrido, paralítico y ciego los últimos veinte años de su vida, escribió centenares de artículos y una decena de libros. El pasado jueves recibió la distinción de FAPE en el Pósito de Linares, el mismo lugar donde estuvo preso durante la Guerra Civil. Ya entonces fue un ejemplo, pues cuando los que le detuvieron le preguntaron por su nombre y actividad, dijo: «Manuel Lozano Garrido, católico, apostólico y romano». Gracias, Lolo.
Rafael Ortega
Hace justo una semana, Linares, tierra de santos, acogía en la que fuera antigua cárcel, hoy espacio municipal, un homenaje al periodista y escritor Manuel Lozano Garrido, en el que la presidenta de la FAPE, Elsa González, y el presidente de la Asociación de Periodistas de Jaén, José Manuel Fernández, hacían entrega de un diploma de honor a la familia del beato por su aportación al periodismo.
Muchas fueron las palabras de alabanza que desde el estrado de los ponentes regalaron tanto los presidentes de los periodistas como el también periodista Juan Rubio, director de Vida Nueva y uno de los biógrafos de Lolo, y el cronista de la Villa de Jaén, Vicente Oya Rodríguez, que recogió con detalle los motivos que merecieron el amor que todo un pueblo le profesa.
Pero donde de manera más profunda se pudo palpar la categoría de este profesional de la palabra fue en las filas de asientos. En un segundo plano, emocionados por el momento, estaba su familia —varios de sus sobrinos quisieron acompañarlo mientras sus dos hermanas vivas, ya de edad avanzada, dedicaron esa tarde a estar con Lolo en la distancia que impone la enfermedad—; estaban sus amigos, aquellos con los que compartió horas de alegrías, a los que llenó de felicidad, que era lo que derramaba por los cuatro costados. Vinieron las mujeres que, entonces unas chiquillas, lo ayudaron a trasladar al papel las ideas que bullían en su inquieta cabeza, fruto, todas ellas, de su profundo amor a Dios. Vino Linares.
«Un periodista para el que el rostro de los acontecimientos siempre tuvo un alma humana», decía José Manuel Fernández. «Un forjador, desde el sufrimiento, de una alegría desbordante ofrecida al Señor», explicaba Vicente Oya. «La crítica que no hiere, la alabanza que no sonroja», glosaba Juan Rubio. «El periodismo como servicio a la verdad y la justicia, así lo vivió Lolo», explicaba Elsa González. Y entre el público, un susurro de pajarillo, el gorrión, la Paqui, que lo cuidó con esmero desde sus 12 años de niña: «Era buenísimo, un santo. Se lo debo todo».
El homenaje era, en efecto, al Lolo periodista, pero si Lolo fue el gran periodista que sus artículos muestran es por una sola causa. Era, ante todo, sobre todo, un santo. Y todo lo demás se le dio por añadidura.