Tres verbos rondan estos días por mi cabeza, que orientan el sentido de mi estar viviendo con mujeres que han sido víctimas de la trata con fines de explotación: «ver, conmover, mover».
En una de las conversaciones en la cena de hace unos días salió el tema del sentido de la vida y de nuestra misión en este mundo. Cada una fue compartiendo según su vivir, pero sobre todo su sentir. Se repetía lo de estar en este mundo para ayudar a sus familias, para hacerlo mejor, o simplemente porque Dios lo había querido. Otras todavía no lo habían averiguado. Una de las mujeres me preguntó cómo vivíamos nosotras las diferencias culturales, tener que estar siempre abiertas a recibir en nuestra casa a mujeres desconocidas que normalmente llegan mal, pero que, después de unos meses, máximo dos años, cuando se han recuperado, se crea y confianza y nos queremos.
Me preguntaban cómo hacía para no cansarme de recibir y despedir continuamente. Decían: «Seguro, habrá muchas mujeres de las que ya no sabéis nada». Les compartí la vocación a la que me siento llamada, y cómo en muchas ocasiones creo que se opera un milagro de convivencia y cariño inexplicables; que es verdad que recibir y despedir produce cansancio, pero que en la balanza de estos años pesan más, mucho más, la satisfacción y el cariño dado y recibido. No sé muy bien por qué en la habitación cogí el libro de El Principito, que me lleva acompañando muchos años, y releí, una vez más, el capítulo en el que el zorro se encuentra con el Principito. Que bien lo ha expresado Antoine de Saint-Exupéry. Que importante pararnos a ver, ver a cada una, única y distinta del resto. Conocer desde la distancia pactada la realidad y conmoverse, dejarse tocar, afectar el corazón, los sentidos, las creencias, los valores… Cuando esto ocurre tengo la experiencia de llenarme de energía que me hace fuerte y, esa fortaleza me lleva a moverme. Una vez más siento que la sensibilidad inspirada en Mª. Micaela me invita a vivir de manera coherente, dinámica, flexible… Y se produce el milagro del cambio. Termino con las palabras del zorro: «Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».