Vacunarse en la catedral
Una iglesia, donde se acude en busca de alivio y aliento ante las adversidades del mundo, es un lugar idóneo para ponerlo a disposición de todos en este terrible trance
Las iglesias son lugares para adorar a Dios. Durante 20 siglos, los cristianos las han levantado por todo el mundo. Las hay sólidas como el románico y esbeltas como el gótico. Algunas se extienden por América con sus torres jesuíticas y sus espadañas. Otras jalonan Eurasia desde el Báltico hasta el lejano oriente de Rusia con coloridas cúpulas con forma de cebolla. Dondequiera que vaya el viajero, desde Melilla, donde brilla la iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Jesús, hasta Ciudad del Cabo, con sus catedrales de Santa María y San Jorge, allí donde los cristianos celebran su fe se levanta una iglesia.
En torno a ellas ha girado la vida durante siglos. Alí se hacían los primeros amigos —a veces, incluso antes que en el colegio— y se conocía en ellas al primer amor, que podía ser para toda la vida. A ellas acude el creyente necesitado de los sacramentos para atravesar este valle de lágrimas.
También a Jesús lo buscaban los que necesitaban curar su cuerpo y curar su alma: los ciegos, los sordos, los que no podían andar ni levantarse, los últimos, los descartados. A Él acudían los desesperados que no podían con el peso de sus propios pecados. Como dice el célebre himno Amazing grace —escrito por John Newton, un marino dedicado al tráfico de esclavos que se convirtió y cambió de vida— «estaba ciego, pero ahora veo».
Por eso, no debe sorprendernos que, en la propia catedral de Salisbury, se hayan habilitado espacios para administrar la vacuna de la COVID-19. Bien pensado, una iglesia, donde se acude en busca de alivio y aliento ante las adversidades del mundo, es un lugar idóneo para ponerlo a disposición de todos en este terrible trance. El templo atesora el maravilloso órgano Father Willis construido entre 1876 y 1877, que tocan para hacer más amena la espera. No en vano la música es propia de ángeles y de reyes.
Católicos, anglicanos, ortodoxos y tantos otros cristianos compartimos el sufrimiento y la muerte que esta pandemia está sembrando en todo el mundo. Oramos por su fin. Pedimos la curación de los enfermos y el consuelo de sus familias. Lloramos a los difuntos como Jesús lloró por Lázaro. Nos abrazamos a la cruz y solo a través de ella podemos contemplar el horror que nos rodea.
Pero creemos que Cristo ha vencido a la muerte.
Y esa fe nos sostiene.