Unciones con EPI y bastoncillos de algodón
Los curas del Servicio de Asistencia Religiosa Católica de Urgencia (SARCU), puesto en marcha hace casi tres años por el Arzobispado de Madrid para atender las necesidades espirituales en franja nocturna, se reinventan para administrar las Unciones en los tiempos de la pandemia
Al dominico Carlos Recas le llamaron dos veces, en la noche que le tocaba guardia con el Servicio de Asistencia Religiosa Católica de Urgencia (SARCU), a primeros de abril, para sendas Unciones en domicilio. Un hombre y una mujer, nonagenarios, ambos enfermos desde hacía tiempo y acompañados únicamente por un cuidador cada uno. Y allá fue, «con mi mascarilla, mis guantes, mis gafas…», explica este sacerdote, cuya comunidad se ha visto golpeada por un virus que se ha llevado la vida de cuatro hermanos en Madrid, entre ellos el párroco de la basílica de Atocha.
El coronavirus ha cambiado por completo la forma de acercarse a los enfermos que requieren la Unción, que no son solo los que tienen COVID-19. Pablo Genovés, sacerdote coordinador del SARCU, explica que al principio se adaptaron como pudieron a las exigencias sanitarias para evitar contagios, incluso usando gafas de piscina; ahora, en los hospitales —a los que acuden cuando no tienen servicio propio de capellanía— les dan todo lo necesario, y ellos mismos, gracias a Cáritas Diocesana de Madrid, se han hecho con su propio kit para ir a las casas.
Tanta protección y prevención les ha privado del contacto físico con el enfermo —«les ungimos con un bastoncillo de algodón de los de los oídos», explica Genovés—, y también del tiempo precioso que venía después, el de la charla con el paciente si permanecía consciente, o con los propios familiares, que ya no están. «Ahora está habiendo bastantes Unciones, y además de gente que de repente se empieza a poner muy mal, pero es todo más rápido y mecánico».
«Unidades móviles»
La noche anterior a nuestra conversación con Pablo, el teléfono del SARCU había sonado once veces, y cuatro de ellas fueron salidas. Un tercio de los 52 sacerdotes que componen el servicio, a los que se han sumado cinco voluntarios para este tiempo, están confinados bien por edad o por riesgo de contagios. Lo cual no quiere decir que no quieran entrar en las guardias, porque ahí está uno de ellos, que, a sus 82 años y dos infartos a cuestas, aún insistía: «Si yo despacito puedo».
Para suplir esta falta de efectivos tienen lo que llaman «unidades móviles», sacerdotes que sí pueden salir mientras otros atienden al teléfono. David López, que lleva en el servicio desde sus comienzos, es una de estas unidades. Asegura que este tiempo es de una verdadera «alegría; en unos momentos difíciles, estas iniciativas tan valientes e innovadoras te dan la posibilidad de atender el cuidado del dolor» cubriendo nuevas necesidades. De hecho, su última salida fue a una residencia «que no puede disponer de sus sacerdotes porque son de riesgo».
Crisis de fe y matrimoniales
Ahora, en las noches, que también son tiempo de salvación y por eso nació el SARCU, hay una realidad mucho más dura. «Mi madre ha muerto y no me he podido despedir de ella» o «¿cómo vamos a salir de esto?» son cuestiones nuevas ante situaciones nuevas a las que el servicio también atiende en un teléfono que ha ampliado su horario (de 22:00 a 8:00 horas) y que da continuidad al de atención de Cáritas. Así, la Iglesia de Madrid está abierta las 24 horas del día.
Abierta para todos, porque el SARCU está no solo para Unciones sino también para desahogos del alma. El servicio es una luz en la oscuridad y ahora las llamadas se han triplicado, tal y como asegura Pablo Genovés: «Hay mucha angustia, esa es la palabra, y mucho llanto». Y lo dice sorprendido, él, cuya primera llamada en el SARCU fue directamente un llanto, «pero es que ahora hay muchísima gente que llama llorando, que lo que quiere es una palabra de consuelo, un aliento, un orar juntos».
«Muchas de estas llamadas novedosas hacen referencia a crisis matrimoniales, con situaciones que ya existían pero que se exacerban con el confinamiento», explica Genovés. También acuden aquellos con escrúpulos para los que «cualquier cosa es pecado» y que, ante la imposibilidad de acceder a la Reconciliación sacramental, se sumen en un «tremendo sufrimiento». «Hemos hecho una pequeña guía con una oración de reconciliación, que no es confesarse» pero ayuda, y se les recuerdan las indicaciones que dio el Papa sobre la contrición sincera.
Y algo que también es novedad, y se está produciendo con una intensidad que sorprende a los propios sacerdotes, son las llamadas de personas, «incluso gente cristiana con formación», que se plantean crisis de fe. «“¿Cómo puede permitir Dios esto?”, nos preguntaba una doctora el otro día». La difícil cuestión de la existencia del mal, ante la cual «tampoco tenemos excesivas respuestas; tenemos al Crucificado».