Nuevo documental de Misiones Salesianas con los niños encarcelados en Sierra Leona - Alfa y Omega

Nuevo documental de Misiones Salesianas con los niños encarcelados en Sierra Leona

Inocencia entre rejas, presentado el miércoles en Madrid, quiere recordar al mundo que más de un millón de niños malviven en prisiones de adultos

Cristina Sánchez Aguilar
Presos en la cárcel de Pademba. Foto: Misiones Salesianas

Llega a la redacción una bolsa de plástico con las pertenencias de un recluso. Son del número 13 de la cárcel de Pademba, en Sierra Leona. Hay una peonza vieja, unas chapas de refresco con la marca casi ininteligible –han sido muchas horas de juego–. Un muñeco hecho con alambres. El envoltorio de un caramelo. Porque el recluso número 13 de esta prisión masificada, creada para 324 internos y que actualmente alberga 1.936, es un niño que tiene, como mucho, 15 años. Húerfano del ébola, o de la guerra civil ininterrumpida, o de la propia miseria, deambulaba por las calles de Freetown. Robó un móvil –o de eso le acusaron–. O mató una vaca. Y la consecuencia de esos actos nunca probados son dos años como mínimo entre cuatro paredes compartidas con otros seis o siete reclusos –las celdas están pensadas solo para uno–. Dormir de pie. Escuchar que tienen menos derechos que las cucarachas. Aguantar golpes.

Foto: María Pazos Carretero

Se llama Alpha Cece, o John Bosco Dixy, o Chennor. Se tapa la cara con un papel cuando Raúl de la Fuente, director del nuevo documental de Misiones Salesianas, entra a grabar a aquel nauseabundo lugar. Inocencia entre rejas, presentado el miércoles en Madrid, quiere recordar al mundo que más de un millón de niños malviven en cárceles de adultos. «Que cuando entran, sin derecho a abogado, ni a juicio, sufrirán abuso físico, verbal. Y podría haberlo también sexual», como explica el misionero Jorge Crisafulli, padre de todos esos chicos –también colaborador de Alfa y Omega– y el único ajeno al que se le permite entrar en la cárcel. Allí busca chicos desvalidos. Les ofrece, lo primero, una sonrisa y una mano amiga. Y después un tropel de abogados. «Hay un 99 % de posibilidades de que hoy le saquemos de aquí», cuenta de uno de ellos. Ponen toda la carne en el asador y después les ofrecen vivir en Don Bosco. Como a Chennor, que ahora es soldador de metal y dio su primer sueldo a Crisafulli para ayudar a otros como él.