«Una nueva vida para todos»
«La verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia». Un mensaje que se dirige, al mismo tiempo, a cada persona y al mundo entero. La Resurrección de Cristo es el comienzo de esa vida nueva. Esas palabras resumen la Pascua de Francisco. Una Semana Santa rica de significado, que pasó del encierro en una cárcel ubicada a las afueras de Roma a una multitud congregada para la bendición a la ciudad y al mundo, en la plaza de San Pedro
Los cuatro días más intensos del calendario litúrgico para el Papa comenzaron la mañana del Jueves Santo, con la Misa crismal en la basílica vaticana. Ahí, ante el clero de Roma, el Pontífice aseguró que el clericalismo se inició ya en tiempos de Jesús, cuando los apóstoles recomendaron al maestro despedir a la multitud que lo había ido a oír para asegurarse la propia comida y comodidad. Porque el clericalismo surge del «desinteresarse de la gente».
Francisco invitó a los sacerdotes a «ensuciarse las manos tocando las heridas, los pecados, las angustias de la gente»; a perfumarse las manos «tocando su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad sin reservas de su donarse, que muchos ilustres califican de superstición». «Quien aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y la crueldad», apuntó.
Por la tarde de ese mismo día, el Papa se trasladó hasta la localidad de Velletri, a 60 kilómetros de Roma. Como es tradición desde el inicio de su papado, celebró la Misa in Coena Domini (en recuerdo a la Última Cena) en una cárcel. Cumplió su ya tradicional lavatorio de pies a doce presos, elegidos entre los 557 internos. Solo 250 de ellos pudieron asistir a la celebración, por el reducido espacio del teatro-capilla.
Lavatorio de pies en la cárcel
En su homilía, Francisco recordó a los ausentes. Y explicó el gesto del lavatorio llevado a cabo por Jesucristo. Una acción dirigida a los «hermanos en el servicio, no en la ambición de quien domina al otro, de quien pisotea al otro». Esa es la razón, precisó, por la cual los obispos deben repetir ese gesto cada año, porque él «no es el más importante» sino que debe se siempre un servidor. «Cada uno de nosotros debe ser servidor de los demás. Esta es la regla de Jesús, la regla del servicio: no dominar a los demás, no humillar a los demás».
Y recordó las palabras de Jesús en el Evangelio, que cobraron especial vigencia: «Tengan cuidado, los jefes de las naciones dominan; entre ustedes no debe ser así. El más grande debe servir al más pequeño. Quien se siente más grande debe ser servidor. Es cierto que en la vida hay problemas, discutimos, pero esto debe ser algo pasajero, porque en nuestro corazón debe estar el amor de servir al otro, de estar al servicio del otro».
Después, con paso lento pero decidido, se dirigió a la fila de los doce presos: nueve italianos, un brasileño, un marroquí y uno originario de Costa de Marfil. Ante cada uno se arrodilló, arrojó agua con delicadeza y besó cada pie. Algunos vivieron el momento con lágrimas en los ojos, otros sonreían vistosamente. Francisco miró a cada uno a los ojos. La intimidad del recogimiento se mantuvo hasta el final de su visita.
«Todas las cruces del mundo»
No hubo homilías del Papa en el Viernes Santo. Empezó la celebración de la Pasión de Cristo postrado completamente en el suelo, las manos en la cara, un momento de sugestiva humillación. Encabezó la tradicional adoración a la Santa Cruz, acompañado por cardenales, obispos, diplomáticos y fieles.
Tampoco pronunció un mensaje especial al concluir el vía crucis que presidió esa misma noche en el Coliseo Romano. Como si considerase suficientes las palabras redactadas por Eugenia Bonetti, la religiosa italiana protectora de esclavas y prostitutas, elegida por él para componer los textos para las 14 estaciones del camino de la Cruz. Reflexiones que dejaron a flor de piel los sufrimientos de los descartados de la sociedad: de los niños soldados a las mujeres explotadas.
En cambio, Francisco quiso componer una oración que pronunció ante la multitud. Instó a ver «todas las cruces del mundo», la cruz de los hambrientos de pan y de amor, la cruz de las personas solas y abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes, la de los sedientos de justicia y paz, la de los ancianos en soledad, los «migrantes que encuentran los puertos cerrados a causa del miedo y de los corazones blindados por los cálculos políticos». Sin olvidar a las víctimas de los abusos sexuales por parte de clérigos: el Papa invitó a ver la Cruz de Jesús «en la cruz de los pequeños heridos en su inocencia y pureza», así como en «la cruz de los consagrados que, por el camino, han olvidado su primer amor».
También habló de la cruz de la Iglesia, que «se siente atacada continuamente desde el interior y el exterior». Y de la «casa común», que sufre bajo los «ojos egoístas y ciegos de avidez y poder». «Señor Jesús, aviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte», concluyó.
Contra «la psicología del sepulcro»
Altamente sugestivo fue el ingreso de Jorge Mario Bergoglio en una basílica de San Pedro totalmente a oscuras, en la noche del Sábado Santo. Poco antes había bendecido el fuego nuevo y marcado un gran cirio, en el atrio del templo. Lo portaba en su mano, mientras entraba por la nave central para dar inicio a la vigilia de Pascua.
En ella, recordó el camino de las mujeres hasta el sepulcro y el descubrimiento de la piedra movida, icono de la Resurrección. Entonces, lanzó la pregunta: «¿Cuál es la piedra que tengo que remover en mí?». Habló de la «piedra de la desconfianza», que hace caer en la resignación de la muerte y convierte en personas «cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento». O la «piedra del pecado», que seduce, promete fácil bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte.
Puso en guardia contra «la psicología del sepulcro», por la cual se construyen «monumentos a la insatisfacción», haciendo que la vida acabe siendo «esclava de las quejas y espiritualmente enferma». Y advirtió de que Jesús sabe mirar la belleza imborrable en cada persona, porque en el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. «No tengas miedo: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla», apuntó.
Anuncio de la Pascua
El Papa anunció la Pascua al mundo desde el balcón central de la basílica de San Pedro, la mañana del Domingo de Resurrección. Primero celebró la Misa, en el atrio. Luego subió a la Logia de las Bendiciones para su mensaje urbi et orbi (a la ciudad y al mundo). Desde allí recordó que la Pascua es el comienzo de un mundo nuevo, libre de la esclavitud del pecado y de la muerte.
Entonces pasó revista a los principales focos de tensión del mundo, invocando para ellos la luz del resucitado. Pidió esperanza para el pueblo sirio, junto con un compromiso a favor de una solución política y que favorezca el regreso seguro de las personas desplazadas. Lamentó las tensiones permanentes en Medio Oriente; recordó a los niños «exhaustos por el hambre y la guerra» en Yemen; llamó a deponer las armas y elegir el camino del diálogo en lugar de la opresión en Libia.
Imploró paz para el continente africano, especialmente en Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Camerún. Animó al diálogo en Sudán y Sudán del Sur. Alentó la búsqueda de una paz duradera en las regiones orientales de Ucrania, aún golpeadas por el conflicto.
Dedicó un párrafo especial a quienes sufren las consecuencias de situaciones políticas y económicas difíciles en el continente americano. Habló del pueblo venezolano, con tantas personas carentes de las condiciones mínimas para llevar una vida digna y segura, debido a una crisis que continúa y se agrava. «Que el Señor conceda a quienes tienen responsabilidades políticas trabajar para poner fin a las injusticias sociales, a los abusos y a la violencia, y para tomar medidas concretas que permitan sanar las divisiones y dar a la población la ayuda que necesita», prosiguió. Y deseó que Dios ilumine los esfuerzos para encontrar lo antes posible una solución pacífica y negociada a las dificultades políticas que afectan a Nicaragua.
«Que el Resucitado –apuntó–, que ha abierto de par en par las puertas del sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de los menesterosos, los indefensos, los pobres, los desempleados, los marginados, los que llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un refugio o del reconocimiento de su dignidad».