Una nación en guerra contra sí misma. La decadencia de Norteamérica - Alfa y Omega

Una nación en guerra contra sí misma. La decadencia de Norteamérica

Los Estados Unidos creían estar en guerra contra Saddam Hussein, cuando, en realidad, lo estaban contra sí mismos y sus contradicciones, que el norteamericano Wendell Berry resume en pocas palabras: la economía «está lisa y llanamente basada en los siete pecados capitales». La editorial Nuevo Inicio, del Arzobispado de Granada, ha publicado ocho ensayos de este autor bajo el título Sexo, economía, libertad y comunidad, que ya reseñamos en estas páginas. Ofrecemos una dura pero oportuna y realista reflexión, extraída del libro:

Colaborador
El 11 de septiembre de 2001, en Nueva York.

Mucho de lo que se dice sobre nuestro poder es cierto, pero también es cierto que estamos en decadencia. Nuestra riqueza es grande, pero nuestra economía ha sido profundamente dañada por la codicia, el egoísmo y la falta de visión de futuro que han llegado a ser sus principios reguladores. Nuestro poder es grande, pero cada vez se aplica de manera más despiadada y torpe. Estamos haciendo que ésta sea una nación de paz, seguridad y libertad para los ricos. Estamos completando ahora la destrucción económica de nuestras comunidades rurales y agrícolas. Estamos destruyendo nuestras tierras de labranza, nuestros bosques y nuestras fuentes de agua. Casi hemos acabado con las pequeñas empresas privadas. Nuestros profesionales se han vuelto avariciosos, sin escrúpulos e inaccesibles. Nuestros productos de fábrica son de baja calidad y demasiado caros.

Si bien somos el país más rico y poderoso del mundo, también somos el que más desperdicia, tanto naturaleza como humanidad. Esta sociedad está haciendo la vida extremadamente difícil para los que no son ricos y para lo que no son poderosos: niños, ancianos, mujeres (especialmente esposas y madres), gente del campo, pobres, desempleados y gente sin hogar. Estamos fracasando en los matrimonios y en la asunción de nuestras responsabilidades familiares. Nuestros hijos son mal criados y mal enseñados. Los sin hogar están en todas partes en nuestras calles; y nuestras casas están vacías. Sufrimos muchos tipos de daño debido a la promiscuidad sexual. Somos adictos a las drogas, a la televisión y a la gasolina. La violencia está literalmente en todas partes.

¿Qué tiene nuestra civilización que merezca ser defendido?

Mientras estábamos haciendo la guerra en el extranjero, una guerra civil no declarada se estaba combatiendo a diario en nuestras calles, en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo y en nuestras aulas. Y ninguno de estos problemas se arregla simplemente con riqueza, poder o tecnología. La mayor fuerza militar del mundo no sirve en absoluto de ayuda para nada de esto.

Se decía que el enemigo era Irak. Pero en Irak, y bajo el régimen de Saddam Hussein, nos enfrentábamos a un enemigo que había sido armado, entrenado y animado por nosotros mismos. Era una guerra contra nosotros mismos: incluso ganando, perdíamos. Hemos luchado contra Saddam Hussein porque nuestra dependencia voluntaria de la energía extranjera nos había dejado bajo su influencia. Tras haberlo vencido en la guerra, seguimos estando bajo su influencia, porque lo que hemos hecho para derrotarlo continuará afectándonos, e inevitablemente para peor. Pero tenemos que pagar el precio que se nos pida en sangre, en daño ecológico y en dinero (o en deuda).

Hemos estado protegiendo a Saddam Hussein prácticamente hasta el día en que le declaramos la guerra. Pero esta generosa ayuda a Saddam Hussein, que iba a ser después nuestro enemigo, no ha sido la primera contradicción a la que nos ha llevado la economía de libre mercado o global. Hace sólo unos años, nos esforzábamos muchísimo por venderle cereales americanos a la Unión Soviética, para cuya aniquilación nos habíamos armado.

Lo que tenemos que preguntarnos es: ¿qué tiene nuestra civilización que merezca ser defendido? En tiempos de guerra, nuestros líderes aluden siempre a sus oraciones. Quieren que sepamos que rezan. Pero las oraciones cristianas se dirigen a Jesús: un orante cristiano, por tanto, que ha decidido matar a quienes se le ha pedido que ame, que bendiga, que haga el bien… Ignorando el mandato evangélico, nuestros líderes han rezado sólo por el triunfo de sus armas y de sus programas políticos. Pero un misterio que todavía no ha sido explicado es por qué Dios querría favorecer particularmente a una nación cuya economía está lisa y llanamente basada en los siete pecados capitales.

Wendell Berry