Estos días se ha producido el eclipse solar total que, desde el Pacífico Sur, ha tocado tierra en Chile y Argentina haciéndose visible en los dos países. Argentinos y chilenos han concurrido a las inmensidades patagónicas para ver cómo el sol se oculta por completo. También pudo verse en Uruguay y en Colombia. La luna cubrió el sol haciendo caer la noche antes de tiempo. A juzgar por las fotos, el espectáculo tuvo que ser majestuoso.
De vez en cuando, el universo nos brinda imágenes como esta de una oscuridad que se cierne en un momento. Como las tempestades en alta mar y las tormentas de arena, los eclipses nos advierten de lo pequeños que somos en comparación con este mundo creado para nosotros por un acto de amor infinito que aún no ha concluido.
En el espacio exterior, reina un silencio absoluto y, en algunos puntos, la oscuridad es total porque el campo gravitatorio de los agujeros negros atrae hasta la luz y le impide salir. Pascal afirmó que lo aterraba «el eterno silencio de estos espacios infinitos». No es para menos.
También en nuestras vidas se producen eclipses y los silencios pueden parecer interminables. Hay tiempos negros de desolación en que todo parece muerto. Manolito de María, el gran cantaor, afirmaba que cantaba «porque me acuerdo de lo que he vivido». Ese recuerdo a veces regresa como la negra sombra del poema de Rosalía y solo lo conjuran la oración o el arte. Es la noche de la vigilia de Pascua justo antes de que brille la luz que señala a la Luz. Como dijo Benedicto XVI en 2006, «no hay que desanimarse porque la oración requiere esfuerzo o por tener la impresión de que Jesús calla. Calla, pero actúa. Colonia fue testigo del profundo e inolvidable silencio de un millón de jóvenes en el momento de la adoración del Santísimo Sacramento. Aquel silencio orante nos unión, nos dio un gran consuelo».
A veces Dios mismo parece ocultarse y desaparecer de la historia, pero no es así. Está ahí, entre los enfermos, entre los sufrientes, entre los que se sienten abandonados, clavado en la Cruz entre dos ladrones. Sus seguidores lo han dejado solo. El hombre a quien escogió para construir sobre él su Iglesia lo ha negado tres veces. Su madre contempla su tormento sin entender nada. No hay noche más oscura, ni más profunda ni más triste.
Pero una Luz brilla en las tinieblas. Nada ni nadie puede apagarla y, ante ella, no hay eclipse que valga.
No debemos olvidarlo.