Una Iglesia siempre joven - Alfa y Omega

Una Iglesia siempre joven

Cuando, el lunes, resonaba en el Aula Pablo VI, del Vaticano, el himno de la última Jornada Mundial de la Juventud, Firmes en la fe, Benedicto XVI volvió a revivir aquel momento único de su pontificado. Por su mente volvieron a pasar los rostros de los dos millones de chicos y chicas, llegados a Cuatro Vientos desde todos los rincones del planeta, gritando rítmicamente Be-ne-dic-to

Jesús Colina. Roma
Voluntarios de la JMJ de Madrid 2011, durante la audiencia del Papa, el lunes 2 de abril, en el Aula Pablo VI, del Vaticano.

El paso de más de nueve meses no ha apagado la emoción de Benedicto XVI, provocada por aquella lluvia batiente de la noche de la JMJ en Cuatro Vientos, de la que a duras penas pudieron protegerle sus colaboradores: «Mi corazón se llena de gratitud a Dios por la experiencia de gracia de aquellos días inolvidables —confesó el Papa, hablando en español, dejando espacio a las confidencias—. Desde mi llegada, se sucedieron las muestras de acogida y hospitalidad, junto a la fe y la alegría de los jóvenes, que se convirtieron en signos elocuentes de Cristo resucitado».

Todos estos instantes pudo revivirlos junto a las casi cinco mil personas, entre ellas muchísimos jóvenes, que participaron en la Audiencia que concedió a la diócesis de Madrid. Fue el gesto emocionante con el que el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, quiso darle las gracias por la Jornada Mundial de la Juventud celebrada el pasado mes de agosto. El momento más íntimo se vivió cuando el Coro y Orquesta de la JMJ interpretaron una canción de cuna que la madre del Papa, María Ratzinger, cantaba a sus tres hijos en los años felices de la infancia.

El encuentro tuvo lugar con motivo de la celebración, el Domingo de Ramos, de la Jornada Mundial de la Juventud 2012, que en esta ocasión, como estableció Juan Pablo II, se celebró a nivel local en las diferentes diócesis. Y la diócesis del Papa la vivió de manera única: fue testigo del paso del relevo entre los jóvenes madrileños y los cariocas, que organizan la próxima edición en Río de Janeiro, que se celebrará del 23 al 28 de julio de 2013, con un lema que retoma las palabras de Jesús: Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos.

¡Gracias, Santo Padre!

Cuando el cardenal arzobispo de Madrid, en su saludo al Santo Padre Benedicto XVI, pronunció las palabras: ¡Gracias, Santo Padre!, la mayoría de los corazones de los casi cinco mil peregrinos que estábamos presentes en el Aula Pablo VI se unieron a esa acción de gracias, que bien podía ser personal. Y es que todos y cada uno de los allí congregados, y de los cientos de miles de madrileños, y aun de españoles, que no pudieron estar presentes en la cita en la Ciudad Eterna, un día después de que el Papa presidiera en la plaza de San Pedro la Misa del Domingo de Ramos y, con ella, la Jornada Mundial de la Juventud, todos, repito, sentíamos y sentimos que tenemos motivos para decirle Gracias al Santo Padre.

Gracias por su cariño y por su cercanía. Gracias por su tiempo y por su presencia. Gracias por sus palabras y por su testimonio. Gracias por haber vivido con nosotros, en Madrid, unos días de gloria y de gracia que permanecerán en la mente y el corazón de todos los que tuvimos la gracia y la dicha de vivirlos. «Mi corazón se llena de gratitud a Dios por la experiencia de gracia de aquellos días inolvidables», nos ha dicho en el Aula Pablo VI, evocando la vivencia del pasado mes de agosto en Madrid. Y nos ha recordado que «aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia».

Un Espíritu que le ha acompañado y acompaña en sus palabras y en sus obras, y que ha hecho posible que el padre y pastor se acerque a sus hijos para hacerles vibrar con su presencia, con sus palabras, con sus gestos, después de un periplo agotador en el que ha llevado la Buena Nueva por México y Cuba.

A los jóvenes les ha pedido de manera especial que sean capaces de escuchar la voz del Señor, que les llama a una vocación concreta en su vida —«que Él ha querido proponeros para vuestra dicha y santidad»—. Y que, en consecuencia, sean misioneros de Cristo: «No ahorréis esfuerzo alguno para que los que os rodean lo descubran personalmente y se encuentren con Él, que está vivo, y con su Iglesia».

Y yo me pregunto: ¿hay algún programa más claro y más prometedor? Descubrir la propia vocación y seguirla es la única garantía de dicha y felicidad. Un camino duro, exigente, difícil, pero seguro para llegar a la única meta que merece la pena: Cristo, muerto y resucitado por amor a nosotros, a todos y cada uno de nosotros, los hombres.

María Dolores Gamazo

Los jóvenes españoles, reunidos en la casa del Papa, vinieron acompañados por los obispos auxiliares de Madrid, los monseñores César Franco, Fidel Herráez, y Juan Antonio Martínez Camino, además del obispo de Getafe, monseñor Joaquín María López De Andújar, y el obispo de San Sebastián y presidente de la Comisión episcopal de Juventud, de la Conferencia Episcopal Española, monseñor José Ignacio Munilla.

Entre las autoridades civiles, asistieron a la audiencia la alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, quien reconocía: «No hay nadie en el mundo en estos momentos, ni un cantante de rock ni un político, que consiga atraer a tantas personas, a tanta juventud como la que estuvo en Madrid durante la visita del Papa».

El secreto de la JMJ

Para el Papa fue la ocasión propicia para explicar cómo este fenómeno es posible: «Aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia», les dijo a los jóvenes madrileños. «Él no deja de infundir aliento en los corazones, y continuamente nos saca a la plaza pública de la historia, como en Pentecostés, para dar testimonio de las maravillas de Dios», prosiguió.

El cardenal Antonio María Rouco saluda al Santo Padre, en la audiencia del pasado lunes, en el Aula Pablo VI, del Vaticano.

Ahora bien, el Papa no quiere que aquellos momentos vividos por los chicos y chicas en la capital española se queden en una mera aventura. En realidad, son el inicio de un camino de encuentro con Cristo. Por eso les explicó: «Vosotros estáis llamados a cooperar en esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a ella sin reservas. Cristo os necesita a su lado para extender y edificar su reino de caridad. Esto será posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis llevando una vida según el Evangelio, con valentía y fidelidad».

El obispo de Roma se puso en la piel de quienes le escuchaban y reconoció: «Alguno podría suponer que esto no tiene nada que ver con él, o que es una empresa que supera sus capacidades y talentos, pero no es así. En esta aventura, nadie sobra». Y continuó: «Por ello, no dejéis de preguntaros a qué os llama el Señor y cómo le podéis ayudar. Todos tenéis una vocación personal que Él ha querido proponeros para vuestra dicha y santidad. Cuando uno se ve conquistado por el fuego de su mirada, ningún sacrificio parece ya grande para seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así hicieron siempre los santos, extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor, transformando el mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde Dios es glorificado y sus hijos bendecidos».

Misioneros jóvenes

El Papa invitó a los jóvenes a ser también, «como aquellos apóstoles de la primera hora, misioneros de Cristo entre vuestros familiares, amigos y conocidos, en vuestros ambientes de estudio o trabajo, entre los pobres y enfermos».

«Hablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni temores —les invitó el Papa—. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte, escuchadlo y tened un trato frecuente y sincero con él. Contadle con confianza vuestros anhelos y aspiraciones, también vuestras penas y las de las personas que veáis carentes de consuelo y esperanza. Evocando aquellos espléndidos días, deseo exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo alguno para que los que os rodean lo descubran personalmente y se encuentren con él, que está vivo, y con su Iglesia».

Palabras del cardenal Rouco en la Audiencia con el Papa: Hemos venido a darle las gracias

Querido Santo Padre:

Aquí nos tiene, a los peregrinos de Madrid, Alcalá de Henares y Getafe, y de otras partes de España, venidos a Roma, para agradecerle su presencia en Madrid durante los imborrables días de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. Aquí estamos, Santo Padre, además de los obispos, las autoridades civiles de Madrid capital y de su Comunidad, los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud, un buen número de sacerdotes y responsables de la pastoral juvenil, patrocinadores, voluntarios, el coro y la orquesta de la JMJ y, sobre todo, jóvenes, que vivieron aquellos días con fe y alegría desbordante. Hemos venido a darle las gracias. Nunca olvidaremos su gloriosa entrega, llena de afable cercanía de gestos elocuentes de padre y pastor supremo, así como su cálido y profundo magisterio del que continuamente sacamos luz, fuerza y sabiduría para el trabajo evangelizador con los jóvenes. ¡Gracias Santo Padre!

A medida que pasa el tiempo, percibimos con más profundidad la gracia que ha supuesto para España y para Madrid vuestro paso por nuestras vidas y por nuestra patria. El Señor Jesús se ha hecho presente, en la persona de su Vicario, y nos ha confirmado en la fe, alentado en la esperanza y fortalecido en el amor. Nos ha permitido verificar la certeza de su presencia resucitada en medio de una Iglesia siempre joven por la fuerza del Espíritu, y capaz de interrogar a los hombres de nuestro tiempo sobre el misterio que encierra: la persona misma del Señor.

Nada de esto hubiera sido posible sin la presencia de Vuestra Santidad, que ha recibido la misión de pastorear a toda la Iglesia y de conducirnos hacia Cristo, Hermano, Amigo y Señor de nuestras vidas. Nuestra gratitud, por tanto, es la única respuesta debida a tanta gracia recibida y, al mismo tiempo, el reconocimiento gozoso y creyente de vuestro ministerio al servicio de toda la Iglesia.

¡Gracias, Santo Padre!

Al comenzar esta Semana Santa, el Papa quiso recordar el vía crucis de la plaza de Cibeles, momento espiritualmente simbólico de la JMJ: «En él oramos, conmovidos ante la belleza de aquellas imágenes sagradas, que expresaban con hondura los misterios de nuestra fe». Y animó a los madrileños «a cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del dolor y de los pecados del mundo, para que entendáis mejor el amor de Cristo por la Humanidad. Así os sentiréis llamados a proclamar que Dios ama al hombre y le envió a su Hijo, no para condenarlo, sino para que alcance una vida plena y con sentido».

Iglesia, siempre joven

Por último, el Papa dio cita a los jóvenes españoles en Río de Janeiro, en 2013, para participar en la próxima JMJ, «en lo que sin duda será un hito más del camino de la Iglesia, siempre joven, que quiere ensanchar el horizonte de las nuevas generaciones con el tesoro del Evangelio, pujanza de vida para el mundo».

«Como ahora avanzamos con los ojos fijos en la inminente aurora de la Pascua, que la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil sea una nueva y gozosa experiencia de Cristo resucitado, que conduce a toda la Humanidad hacia la claridad de la vida que procede de Dios», concluyó el Papa.