Una Iglesia formada sólo por laicos: así nació la de Corea
El Evangelio llegó a Corea a través de jóvenes coreanos con inquietudes que descubrieron el cristianismo a través de los libros de los misioneros en China. Algunos de ellos viajaron a China a formarse, se bautizaron, y de vuelta a su país predicaron el Evangelio y bautizaron a quienes lo deseaban. Así lo cuenta monseñor René Dupont, primer obispo de Andong. Con motivo de la próxima visita del Papa Francisco a Corea, la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, de la que es miembro, ha publicado este testimonio, que recoge Aleteia
¡Gente valiente que acoge la fe cristiana espontáneamente por sí misma! ¡Una vez bautizados, bautizan comunidades, también por sí mismos, después buscan sacerdotes para que se ocupen de estas comunidades! Así es la increíble y maravillosa historia del nacimiento de la Iglesia en Corea.
San Pablo no había previsto esto cuando explicaba, en su epístola a los Romanos, que para creer en la Buena Nueva primero era necesario haberla escuchado, y que no se la podía escuchar si un misionero no había sido primero enviado a proclamarla.
Todo empezó hace unos 220 años, en una época cercana a la de la Revolución francesa. Corea era entonces vasalla de China. En la corte del emperador, China cogía a europeos, especialistas en ciencias de la época, es decir, en geografía, astronomía, matemáticas… que a la vez eran especialistas en religión, porque eran sacerdotes católicos.
Mientras el gobierno coreano cerraba herméticamente todas las puertas al exterior, jóvenes intelectuales coreanos, entusiastas de ideas nuevas y deseosos de servir a su país, se pasaban secretamente libros chinos, algunos de ellos cristianos, como los escritos dos siglos antes por el padre Matteo Ricci y sus compañeros jesuitas.
Sin bautizar, celebraba su día del Señor
Es cierto que tenían algunas ideas políticas detrás, pero como tampoco se trataba de hablar públicamente de ellos, pensaban que en primer lugar tenían que formarse.
Un tal Hong Yu-han, por ejemplo, que nunca recibió el bautismo, leyó varios libros cristianos ¡y desde el principio le conquistaron! Hasta el punto de tomar, por su cuenta, hábitos de oración; incluso celebraba, a su manera, una vez a la semana un día del Señor y ponía en práctica la caridad compartiendo generosamente sus bienes.
San Andrés Kim, el primer sacerdote coreano, muerto mártir 70 años más tarde, dijo de él que fue «el primer coreano que practicó la religión cristiana», lo cual no es del todo exacto, porque dos siglos antes, en las camionetas de un ejército japonés invasor, varios misioneros extranjeros habían bautizado a coreanos, pero… ironías del destino -o más bien sonrisa del Buen Dios-, ¡estos primeros cristianos desaparecieron sin dejar rastro!
Hasta China para conocer a misioneros
Otro, un tal Lee Byeok, va más lejos. Fascinado de alguna manera por el cristianismo que vislumbró en los libros, quiso saber más. Sin embargo, para saber más había que ir a China, a Pekín, y encontrarse allí con alguno de estos sabios occidentales.
Para ello, era del todo necesario formar parte del grupo de embajadores nombrados por el rey que iban, al final de cada año lunar, a mostrar lealtad al emperador de China y recibir de él el calendario del año siguiente.
Como no era posible hacerse nombrar él mismo, tuvo la idea de dirigirse a un joven amigo de su edad que debía acompañar a su padre nombrado secretario de embajada. Ese amigo se llamaba Lee Seung-hun: tenía 27 años. Lee Byeok le mostró los libros que tenía y le pidió que fuera a buscar otros a Pekín. Incluso le aconsejó hacerse bautizar.
Lee Seung-hun, después de un tiempo de vacilación, acabó aceptando. Y así fue como en Pekín se encontró con tres jesuitas: un portugués, el padre D’Almeida, y dos franceses, los padres Grammont y De Ventavon. Él hablaba coreano, ellos chino; él aprendió algunos caracteres chinos, ellos también: sólo se entendían por escrito.
Pedro Lee, piedra angular de la Iglesia en Corea
Él pidió el bautismo y fue el padre Grammont quien emprendió la enseñanza. ¡Bueno, una enseñanza rudimentaria que no duró más que tres semanas! Finalmente los dos franceses le hicieron pasar un examen de catecismo… que fue satisfactorio.
Le pidieron entonces el consentimiento de su padre, que aceptó. Lee Seung-hun fue bautizado por el padre Grammont, que le puso el nombre de Pedro para que fuera la piedra angular de la Iglesia coreana. Era uno de los últimos días de enero de 1784.
Cuando regresó a Corea, llevaba los brazos llenos de libros de astronomía, matemáticas, geometría… y religión. Lee Byeok estaba encantado. Él y sus amigos se lanzaron de cabeza al estudio del cristianismo, hasta tal punto que a principios del invierno de ese mismo año 1784, Pedro Lee consideró que podía bautizar a los tres más avanzados, entre ellos Lee Byeok.
Poco después, otro grupo recibió el bautismo, y otros más después. Los primeros bautizados daban el bautismo a los catecúmenos, cuando los consideraban preparados, y les invitaban a formar lo que ahora se llamaría comunidades de base.
En seguida, los libros más importantes, muchos de ellos libros de oración, se tradujeron al coreano y se difundieron ampliamente. Porque estos nuevos cristianos tenían espíritu misionero: con melodías tradicionales hacían pasar el mensaje, inventaban historias alegóricas… ¡para los pequeños! ¡Y maravilla! ¡Las comunidades crecían aquí y allá como setas, sin la presencia de ningún misionero!
Comienza la persecución
Pero rápidamente también, se murmuró en los medios oficiales que elementos peligrosos se reunían secretamente y podían alterar el orden público. El asunto estalló un gran día cuando policías entraron en la casa de un tal Thomas Kim que reunía a los cristianos, en el centro de Seúl, en el lugar de la catedral actual.
¡Habiendo escuchado ruidos desde el exterior, esos policías creyeron encontrarse ante una banda de traficantes que jugaba ilegalmente a juegos de azar! El asunto hizo mucho ruido: la comunidad fue dispersada y Thomas Kim enviado al exilio.
Pedro Lee (Lee Seung-hun) dio a conocer estas noticias al padre Grammont a través de otro amigo que formaba parte de la embajada siguiente. Este último volvió con todavía más libros, que fueron confiscados en la frontera por las autoridades. Los cristianos ya eran indeseables y empezaron las persecuciones…
Monseñor René Dupont