Una fundación colombiana logra romper el círculo vicioso del embarazo adolescente
Muchas madres adolescentes de Colombia son «hijas y nietas» de madres adolescentes. Para escapar de la pobreza, necesitan reconstruirse afectivamente
En 2001, en Cartagena de Indias (Colombia) morían 50,9 niños por cada 1.000 nacidos vivos, el doble que la media del país. Catalina Escobar era testigo de ello. De situación acomodada, lo veía cada día en la Clínica de Maternidad Rafael Calvo, donde hacía voluntariado. El caso que más le impactó fue el de un bebé de dos semanas que murió en sus brazos. Su madre, una niña de 14 años, no había podido reunir los 30 dólares que costaba su tratamiento.
Cuando en esa misma época su hijo Juan Felipe, de año y medio, murió al caer accidentalmente desde un octavo piso, Escobar decidió dedicarse a combatir la mortalidad infantil. Para ello, creó en honor del pequeño la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar. Pronto comprobaron que «la mortalidad infantil tenía que ver directamente con los embarazos adolescentes», que en aquella época suponían una tercera parte de los nacimientos en Cartagena de Indias.
Y que su trabajo «era en vano si no entrábamos a la raíz del problema». Intentaron entonces evitar que se quedaran embarazadas por primera vez. También fracasaron, porque se trata de un problema transgeneracional. Las chicas que se quedan embarazadas «son ellas mismas hijas, nietas y bisnietas de madres adolescentes; no han visto otra cosa» y es casi imposible intervenir a tiempo, explicaba recientemente a Alfa y Omega durante una visita a Madrid para recibir un premio de la Fundación MAPFRE por su labor.
Los anticonceptivos no son la solución
Así, se reinventaron, y pusieron en el punto de mira sacar de la pobreza a madres adolescentes que ya tienen un hijo y viven en pobreza extrema, para romper ese círculo vicioso. «Hasta que no se quedan embarazadas, no se dan cuenta del problema», apunta. Entonces es más factible intervenir.
Factible, pero no fácil. «El menor de sus problemas es el estar embarazadas», subraya Escobar. Han vivido siempre en la pobreza, han sufrido violencia, prostitución, han consumido drogas e incluso han tenido pensamientos suicidas. «Desde niñas les han gritado que no sirven para nada». Y esta idea lleva asociada otra: que «tampoco su cuerpo tiene valor». Al mismo tiempo, «tienen un concepto equivocado de la masculinidad», que les hace ver como normal la agresividad y la falta de respeto.
Este problema «nunca se va a solucionar» mediante la anticoncepción o el aborto, abunda la presidenta de la fundación, porque «no es un problema de ovarios, sino de comportamientos e integralidad». Por ejemplo, «si a una de nuestras niñas le pongo un anticonceptivo y en una semana es la más promiscua, ¿qué estamos enseñando?». Hace falta ofrecerles un itinerario integral que las ayude a salir adelante y a tomar decisiones responsables.
«Modelo 360 grados»
Eso es lo que les ofrece, a lo largo de dos años, «la Juanfe», como se la conoce popularmente. Llaman a su método de trabajo «modelo 360 grados», porque «ponemos a las niñas en el centro de todo un ecosistema» pensado para ayudarlas a salir de su situación.
«Los primeros seis meses casi nos dedicamos a recuperarlas», en una especie de «UCI emocional» en la que «casi no las dejamos respirar»: terapia, acompañamiento, talleres psicosociales y de desarrollo personal y grupos de apoyo para abordar de forma más intensiva problemas específicos como el consumo de sustancias o los pensamientos suicidas. Todo con el objetivo de «sanar sus corazones, reconstruirlas, darles su valor», explica su fundadora.
Luego, cuando ya han encontrado una cierta estabilidad, empieza la preparación técnica. En su escuela de formación profesional, aprenden los oficios más demandados por las empresas. Por ejemplo, en Cartagena, vinculados al turismo. Y todos con inglés. Al terminar, salen con un trabajo en el mundo laboral formal, «que es como entrar en la clase media». También se hacen intervenciones con sus hijos.
Además del impacto personal en cada chica que se queda embarazada, el embarazo adolescente es un problema para toda la sociedad colombiana. Al ser de riesgo, la atención médica durante el mismo y subsanar las posibles complicaciones del bebé «cuesta cuatro veces más que en el embarazo de una mujer de 20 o 21 años», explica Catalina Escobar, fundadora de la Juanfe. Además, «cada año y medio o dos años esas chicas van a estar dando a luz». Dejan los estudios, y muchas no llegan a insertarse laboralmente, por lo que se deja de generar riqueza.
Este problema también está vinculado a la criminalidad: «En una investigación que hicimos en varios centros penitenciarios descubrimos que el 54 % de personas privadas de libertad son hijas de madres adolescentes». Por ello, Escobar estima que la maternidad precoz cuesta a la sociedad colombiana hasta nueve billones de pesos, unos 225 millones de euros al año.
El Harvard de las madres adolescentes
Desde que empezaron, por su centro y por los que han abierto en Chile y Panamá ya han pasado 245.000 muchachas. «Somos el Harvard de las madres adolescentes», bromea Escobar. De 1.000 jóvenes que solicitan entrar cada semestre, tras un intenso proceso de selección con pruebas psicotécnicas y entrevistas, solo son admitidas 150. No buscan a las más listas, sino «a las que realmente tienen voluntad para salir adelante» y la expresan mediante actitudes como la puntualidad, la buena actitud o el «venir arregladas dentro de su pobreza».
Además, adquieren el compromiso de no volver a quedarse embarazada durante el período de formación. De hecho, «el 99,8 % no lo hacen hasta seis o siete años después de terminar», cuando ya tienen una vida estable. En lo personal, también cambian sus relaciones con los hombres, y «ya no dejan que abusen de ellas». Sus hijos, los que ya tenían y los que vengan después, «crecen de una forma diferente».