Centesimus annus: una ética para la economía - Alfa y Omega

Centesimus annus: una ética para la economía

San Juan Pablo II aclaró en 1991 el tipo de capitalismo que encaja en el magisterio de la Iglesia: el que reconoce el papel fundamental positivo de la empresa, del mercado y de la propiedad privada

José María Ballester Esquivias
El Papa Juan Pablo II firma la encíclica ‘Centesimus annus’ el 26 de abril de 1991. Foto: Vatican Media

San Juan Pablo II supo aprovechar con creces la ocasión que brindaba el centenario de la Rerum novarum al escribir Centesimus annus, su tercera encíclica social. Y no solo por la efeméride, sino también porque su publicación, el 15 de mayo de 1991, coincidió con un escenario político, económico y social novedoso, debido al desmoronamiento, acaecido dos años antes, del comunismo soviético y la consiguiente victoria intelectual del capitalismo liberal. De ahí que el mundo entero –y no solo el católico– prestase especial atención al magisterio que el Papa iba a establecer. Baste recordar la enorme cobertura mediática que suscitó el documento pontificio a lo largo y ancho del planeta. La expectativa estaba justificada: la densidad y el mensaje de fondo contenidos en Centesimus annus han sentado cátedra para un periodo largo. Incluso se puede decir que su influencia no ha sido igualada por ninguna de las encíclicas sociales publicadas a posteriori.

Y eso que el Papa se muestra prudente en su enfoque inicial: «El análisis de algunos acontecimientos [los de 1989] de la historia reciente […] no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito específico del magisterio». La segunda advertencia viene dada en el punto 55 de la encíclica, que despeja dudas tanto respecto de su naturaleza teológica como de la necesidad para el cristiano de no alejarse de la fe, incluso cuando aborda materias relacionadas con las ciencias sociales o la filosofía.

Aclarados estos puntos, Centesimus annus entra de lleno en su núcleo: «Si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva»; en cambio, «si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa». Es la primera vez que un Papa reconoce de forma tan directa el papel positivo de la empresa, pero también advierte de la inmoralidad de lo que algunos llaman «capitalismo salvaje». Y al mismo tiempo se detiene largamente en los errores de un socialismo que el catolicismo rechaza.

Esta base doctrinal permite al Papa glosar a continuación aspectos clásicos de la doctrina social de la Iglesia, como el principio de subsidiariedad o la necesidad de mantener un equilibrio entre Estado y mercado y, asimismo, proponer elementos para un juicio ético de un mercado con limitaciones que han de ser complementadas. Subraya el profesor Ildefonso Camacho que «las limitaciones son de dos órdenes: la primera se refiere al tipo de demanda que actúa en él: no toda demanda vale, es preciso que vaya acompañada de la capacidad de pago». La segunda «tiene que ver con los bienes que el mercado asigna: hay ciertos bienes (los llamados bienes públicos, los que no son susceptibles de apropiación excluyente) cuya producción y distribución el mercado es incapaz de regular».

Centesimus annus, con todo, va más allá del análisis de los pilares de la economía clásica y aporta una novedad relacionada con la sociedad posmoderna. Es lo que san Juan Pablo II llama «la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber», que brinda unas oportunidades excepcionales, si bien contiene el riesgo de ensanchar las diferencias entre los que tienen acceso al conocimiento y los que no. «Hoy día el factor decisivo es el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así como de intuir y satisfacer las necesidades de los demás». San Juan Pablo II anticipaba las inmensas oportunidades del entonces incipiente universo digital, pero también sus peligros. Hoy los comprobamos a diario.