Una escritora maravillosa
Hace poco supimos que Bruce Springsteen había escrito un libro infantil sobre un bebé ladrón de Bancos. Durante la promoción del asunto, el Boss se ha sometido a las preguntas de rigor sobre sus lecturas favoritas, y ha dejado evidencias de ser un lector muy notable. Sus gustos van de Chejov a Cormac McCarthy, aunque tiene debilidad por Flannery O’Connor. Si el lector de estas líneas aún no conoce a Flannery O’Connor, se pierde mucho, y va en serio.
En el año que se nos fue, cumplimos los cincuenta años de su muerte, a los 39 años, asediada por el lupus, esa carcoma que devora los subterráneos del cuerpo condenando los órganos vitales. Además de ser una de las más grandes escritoras estadounidenses, y esto lo dicen los críticos con mayúscula, su fe católica provocaba extrañeza en el cinturón sureño protestante donde nació y desarrolló su corta vida. El 23 de septiembre de 1947, cuando tenía 22 años, escribió en su diario:
«Oh Dios, haz que yo Te desee. Para mí sería la felicidad más grande. Haz que yo Te desee no sólo cuando pienso en ti, sino en cada momento, y haz que este deseo se mueva dentro de mí».
Para este 2015, se prevé la edición de su biografía definitiva, estas cosas ampulosas que dicen las editoriales para ganarse a los aficionados. Pero, en este caso, cuenta con un aliciente extraordinario: el autor es un íntimo de la escritora, Bill Sessions. Parece ser que el título definitivo será Persiguiendo la alegría: la vida y el tiempo de Flannery O’Connor, donde aparecerán fragmentos de sus cartas, vida, oraciones personalísimas, sus luchas por una escritura de calidad, etc.
Tenemos la suerte de que en español podemos leer una selección de su correspondencia en una recopilación que apareció en 2004, titulada El hábito de ser (editorial Sígueme). En sus cartas y diarios, ella pide esencialmente tres cosas: ser una buena escritora, ser una mística y conocer la voluntad de Dios. Le salieron dos novelas mayúsculas, publicadas en España por Lumen, y una colección de cuentos imborrables.
Ojo, no es una escritora facilona; en sus páginas burbujea la presencia de la gracia de Dios en medio de situaciones caóticas inimaginables, universos protagonizados por freaks, niños homicidas, pastores evangélicos salvajes…, pero Dios se cuela siempre de una forma sorprendente. Vendría bien al lector bisoño de la estadounidense que comenzara con fragmentos de su Diario y cartas, a ver si, por no entender, nos vamos a perder las maravillas.