Una comida al día + escuela = esperanza
«Una idea simple que funciona»: así define Magnus MacFarlane-Barrow, fundador de Mary’s Meals, la clave de su organización. Se trata de dar una comida diaria en el colegio para atraer a los niños en situación de pobreza crónica a las clases, de modo que puedan recibir una educación con la que escapar de la pobreza. Con este método alimentan —y facilitan su aprendizaje— a 1.257.278 niños en todo el mundo.
Sin embargo, a Magnus —un gigante escocés, de Misa y rosario diarios— le gusta distinguir entre asistencialismo y caridad: «En el corazón de Mary’s Meals hay una obra de amor. Eso es el centro de todo. En realidad lo que hacemos es una suma interminable de actos de amor, que realiza mucha gente en todo el mundo. Hay personas que realizan grandes sacrificios para sostener esta misión. Para mí, eso es caridad en acción. Además, la caridad, para ser de verdad, auténtica, no busca solo aliviar el sufrimiento inmediato de las personas, sino también hacerlas libres. En Mary’s Meals tratamos de hacer las dos cosas: dar alimento a los niños pero también hacerlos libres al facilitar su educación», cuenta para Alfa y Omega.
En la actualidad, Mary’s Meals actúa en 15 países de cuatro continentes, con un coste medio de alimentación por niño y año de tan solo 15,60 euros. La forma de desarrollar su actividad se ve avalada por diferentes estudios independientes realizados en Malawi, Liberia y Zambia, que muestran que en las escuelas donde trabaja no solo se reduce el hambre, sino que aumentan las matriculaciones, mejoran los resultados escolares y disminuyen considerablemente tanto el fracaso como el abandono escolar.
Así empezó todo
Todo surgió a finales de 1983 cuando Ruth, una hermana de Magnus, leyó en el periódico que «la Virgen María se está apareciendo a unos adolescentes en un lugar de Yugoslavia llamado Medjugorje», así que hasta allá se encaminó un grupo de primos y amigos que al volver convenció a los padres de Magnus a peregrinar allí al cabo de dos meses. A su vuelta, los padres de Magnus decidieron convertir su casa de huéspedes en una casa de retiros y convivencias, que tendría más tarde un papel fundamental en la expansión del mensaje de Mary’s Meals por todo el mundo.
La historia —que el propio Magnus relata en el libro El cobertizo que alimentó a un millón de niños (Planeta)— continuó años más tarde, también en noviembre pero esta vez en 1992, cuando Magnus y su hermano Fergus se encontraban en el pub local bebiendo una cerveza y en la televisión aparecieron imágenes de la guerra en Bosnia y Herzegovina. Se acordaron del viaje que realizaron años atrás y de toda la buena gente que habían conocido. Dado que había un grupo de personas en Londres que se disponía a enviar un convoy de ayuda, empezaron a lanzar una petición de material entre sus conocidos para recabar ropa, medicinas y alimentos, y apenas tres semanas después de la conversación en el pub se embarcaron en un Land Rover lleno hasta los topes con destino a la antigua Yugoslavia.
Ambos se llevaron una buena sorpresa al volver de aquel viaje, pues en su ausencia no dejó de llegar ayuda y el cobertizo de la casa familiar se había vuelto a llenar de material. Entonces Magnus decidió dejar su trabajo y tomarse un año sabático. Vendió la pequeña casa donde vivía y se dispuso a transportar ayuda humanitaria a Bosnia mientras siguiera recibiendo donaciones. De este modo, aquel viaje fue solo el primero de muchos otros que tuvieron lugar en aquellos primeros años.
Una pregunta incómoda
Gracias a los contactos que hacían los padres de Magnus en su casa de retiros, se fue formando un ejército de voluntarios y de colaboradores que solicitaban ayuda en parroquias y escuelas de toda Escocia. Fue gracias a este apoyo por lo que los viajes para entregar ayuda humanitaria se empezaron a extender rápidamente por otras zonas del mundo: Rumanía, Liberia, Sudán, India, Kenia, Siria, Haití, Tailandia…
Un punto de inflexión capital fue el encuentro de Magnus con Edward, un chico de 14 de Balaka, un pueblecito de Malawi, en el año 2002. Acompañado de un sacerdote local, Magnus conoció a la madre de Edward, Emma, que se estaba muriendo a causa del sida, y a sus seis hijos. Cuando le preguntó a Edward qué quería de la vida, cómo le podía ayudar, el chico le contó sus sueño: «Quiero tener suficiente comida y un día ir al colegio». La sencillez de las palabras de Edward impactó en Magnus de tal modo que a partir de entonces todos sus esfuerzos se centraron en ese objetivo: dar una comida al día a los niños en sus escuelas. Y así nació Mary’s Meals.
Con los años, la organización ha crecido tanto que le ha sido inevitable enfrentarse al mismo dilema que afrontó la madre Teresa de Calcuta: centrarse en resolver los problemas locales urgentes, antes que abordar las soluciones globales. Magnus explica que «lo más importante que podemos hacer a día de hoy es servir al niño que tenemos delante. Es la persona a la que amamos, a la que queremos ayudar. Y ese es el nivel de ayuda más importante. No pensamos en estrategias de tipo global, sino que esto va mas bien sobre el niño en concreto. Al mismo tiempo, debido a que Mary’s Meals ha crecido en esta manera tan sorprendente y hermosa, tenemos la oportunidad de lanzar al mundo una pregunta incómoda: ¿Por qué hay 66 millones de niños hambrientos y sin escolarizar? ¿Por qué en este mundo tan lleno, tan rico, mueren cada día debido al hambre 15.000 niños? Nosotros no estamos para dar soluciones globales, sino que para nosotros lo más importante es el individuo, aunque creo que nuestro modo de trabajar plantea a la gente cuestiones muy importantes».
Comunidad y líderes locales
En todos estos años, Mary’s Meals ha recibido la colaboración desinteresada de miles de voluntarios en países de toda Europa, que difunden su mensaje y su proyecto por todas partes y ayudan a hacer efectivas las donaciones a países del mundo empobrecido. Mientras, en estos países, la comunidad local también se implica y se hace responsable del proyecto: las escuelas desarrollan iniciativas de cultivo que complementan la comida de Mary’s Meals, padres y adultos de cada comunidad elaboran la comida que se distribuye diariamente en las escuelas, las materias primas se compran directamente a los productores locales en lugar de importarlas de fuera… En definitiva, una solución muy alejada del paternalismo: «El tipo de trabajo que nosotros hacemos solo puede llevarse a cabo con el trabajo de la gente allí —explica el fundador de Mary’s Meals—. No funciona cuando alguien de fuera impone su idea de desarrollo. De este modo se preserva también la dignidad de las personas, y se les da la posibilidad de ser colaboradoras en esta misión. No se trata de que se queden esperando pasivamente la llegada de la ayuda, sino de que ellos mismos se convierten en líderes locales que lleven a cabo esta labor. Nosotros somos muy claros cuando empezamos a relacionarnos con estas comunidades: ellos tienen sus responsabilidades y nosotros tenemos las nuestras. Eso es muy importante dejarlo claro antes de empezar a trabajar».
Una oportunidad de crecer
Realizar innumerables viajes alrededor del mundo, tanto para implementar proyectos en los países empobrecidos como para captar fondos en los más desarrollados, «te ayuda a colocar las cosas en su verdadera perspectiva —valora Magnus—. Cuando pasas un tiempo con estas comunidades y vuelves a casa te das cuenta de lo estúpidos que somos a veces, por estar tan preocupados por cosas que en realidad no importan. Pero también encuentro cosas positivas en las zonas más ricas del planeta, porque hay mucho bien y mucha generosidad… En realidad, cuando pedimos a la gente su apoyo y sus donaciones, siento que también nosotros les estamos dando algo, sobre todo la oportunidad de crecer, de ser totalmente humanos. Ambas partes del mundo son importantes y tienen su belleza».
El fundador de Mary’s Meals tiene claro el papel de la oración y de la Providencia en su organización. «Es hasta divertido ver cómo Dios ha ido trabajando en Mary’s Meals desde el principio —explica—. En una ocasión, en los comienzos, gastamos 4.200 libras en hacer llegar la ayuda a Bosnia y Herzegovina durante la guerra, y al volver me preguntaba cómo podríamos pagar algunas facturas pendientes, porque nos habíamos quedado casi sin nada. Al volver a casa, mi mujer me recibió emocionada porque acababa de llegar un cheque anónimo por el importe de… ¡4.200 libras!, de parte de un hombre al que nunca he conocido y que no sabía que teníamos esa necesidad. Ha habido muchas historias como esta. Yo nunca pensé que iba a dedicar mi vida a esto. En estos 25 años nunca he perdido el sentido del asombro por todo lo que nos ha estado pasando. Y cada mañana me invade un enorme sentimiento de gratitud por ser capaz de dedicarme a esto».
«Creo que Mary’s Meals es fruto de la oración —continúa Magnus—. En mi casa, en Escocia, mis padres dirigen un centro de retiro, con su capilla y con el Santísimo Sacramento, y allí todos los días desde hace muchos años se ha rezado por Mary’s Meals. Este regalo inesperado que es Mary’s Meals es fruto de toda esa oración, y se mantiene con la oración de muchísima gente en todo el mundo. No habría florecido tanto si no estuviera enraizada en la oración. Eso no significa que cada persona que trabaja o ayuda a Mary’s Meals tenga que rezar, porque es una organización abierta a todo el mundo, a todo el que quiera formar parte de esta misión tan bonita».