La XXVI Jornada Mundial de la Juventud, de Madrid, «ha sido un acontecimiento eclesial emocionante; dos millones de jóvenes de todos los continentes vivieron con alegría una formidable experiencia de fraternidad, de encuentro con el Señor, de compartir y de crecimiento en la fe: una verdadera cascada de luz»: con estas palabras tan expresivas, resumía Benedicto XVI, en la primera Audiencia general, a su regreso de la JMJ Madrid 2011, «los momentos tan intensos que vivimos». Y no dudó en afirmar que «el encuentro de Madrid fue una estupenda manifestación de fe para España y, ante todo, para el mundo». La Luz del mundo, que es Cristo mismo, y cuantos han sido iluminados, revestidos de Él, hechos miembros de su Cuerpo por el Bautismo, reunidos en cientos de miles junto a Su Vicario en la tierra, ¿cómo no iba a difundirse, en cascada inagotable, llenando el mundo entero de la luz de la Vida? Así lo subrayan los componentes de la Mesa redonda que, invitados por Alfa y Omega, analizan y hacen balance, en este número, de la JMJ.
«No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte»: lo dice Jesús, en el evangelio de San Mateo, precisamente al proclamar a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo». Esto, exactamente, es lo que ha resonado con fuerza estos días en Madrid, y de modo admirable en Cuatro Vientos: lo volvía a proclamar Jesús -así lo recordaba su Cabeza visible, en la Audiencia del miércoles de la pasada semana- a la «multitud de jóvenes en fiesta, para nada atemorizados por la lluvia y por el viento», porque allí estaba «Cristo presente en la Eucaristía», ante Quien «permanecieron en adoración silenciosa». Era, en verdad, una cascada de luz, cuyo estruendo que llenaba totalmente el silencio de esa multitud de corazones no era otro que el grito lanzado por Juan Pablo II, ya desde el comienzo de su pontificado, y que no ha dejado de resonar en los labios de Benedicto XVI: «¡No tengáis miedo!» ¿Cómo tenerlo con tal Amigo que llena de sentido la vida y la cumple en plenitud? Él era realmente el protagonista. Los jóvenes de Cuatro Vientos lo sabían bien, sabían bien de Quien era la iniciativa: «No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino que soy yo quien os he elegido a vosotros».
El Papa Benedicto dejó bien claro de dónde brotaba la cascada de luz. Lo dijo al inicio mismo de su homilía, en la Misa de clausura: «Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos. Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre». De eso se trata, justamente. ¿Acaso la vida, la vida en plenitud que desea todo corazón humano, nos la podemos dar nosotros a nosotros mismos? ¿Acaso el Dueño de la vida, la Vida misma no es Dios? ¿Cómo entonces podría cumplirse la vida fuera de Él? ¿Y cómo entonces la juventud del Papa no iba a exultar de alegría desbordante ante el Dios vivo que se nos ha dado para vivir la misma Vida que es Él? En el Prólogo de su evangelio, Juan lo proclama con claridad meridiana: en Cristo, el Hijo de Dios hecho carne, «estaba la vida y la vida era la luz de los hombres»…, y brotó la inagotable cascada de luz.
Benedicto XVI ha venido a Madrid a confirmarnos en la fe, para que los jóvenes, y todos los hombres, podamos estar más plenamente firmes en la fe, que «no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo»: nos lo decía, hace un año, el Papa en su Mensaje para esta JMJ de Madrid 2011, y lo reiteraba en la Misa de Cuatro Vientos: «La fe no proporciona sólo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él», y por eso «no se puede separar a Cristo de la Iglesia, como tampoco la cabeza del cuerpo». La imponente cascada de luz que ha llenado a Madrid de alegría y de esperanza verdaderas, evidentemente, no tiene otro nombre que Jesucristo: Él y nosotros en Él, con la misma estrecha unidad, la misma íntima relación que Él tiene con el Padre. En su Mensaje preparatorio, el Papa ya nos daba la pauta: «Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud». El mundo entero ha podido verlo, ha podido ver esa vida plena como una asombrosa cascada de luz.