Una casa rectoral para jóvenes extutelados
La parroquia Santa Luisa de Marillac de Córdoba y Cáritas Diocesana ponen en marcha La maleta de Luisa, una iniciativa para acompañar a jóvenes que, al cumplir los 18 años, dejaron de depender de la Administración
Al cumplir 18 años a Álex le hicieron una gran fiesta de despedida; su tiempo de tutela institucional había terminado: «Fue un momento muy importante para mí. Estoy orgulloso de quien soy y de lo que he vivido», decía, con la incertidumbre del futuro más próximo como equipaje. Tras vivir doce años tutelado por la Junta de Andalucía, alcanzar la mayoría de edad representaba un abismo, una maleta puesta en un camino borroso que ha de recorrer en soledad. Un camino que tienen que recorrer alrededor de 200 jóvenes solo en Córdoba. En la provincia hay un total de doce centros de menores, tres de titularidad pública y nueve concertados, con 183 plazas en total. Actualmente, el nivel de ocupación de plazas roza cada año el 100 %.
Es a esta incertidumbre a la que da respuesta un nuevo programa, La maleta de Luisa, coordinado por Cáritas Diocesana de Córdoba en la parroquia de Santa Luisa de Marillac. Dedicado a estos jóvenes extutelados y chicos en riesgo de exclusión, el objetivo es que «cuando se les pone la maleta en la puerta, nosotros la cojamos y los ayudemos a llenarla y, lo más importante, a llevarla a un lugar que les garantice un futuro», explica Miguel David Pozo, el párroco al frente del proyecto.
Andrea Marín es una de las jóvenes que participa en el programa. Tiene 17 años y, gracias a La maleta de Luisa, está estudiando un ciclo formativo de técnico en Farmacia. «Es una satisfacción muy grande pensar que quiero estudiar y puedo hacerlo. En mi casa no hay economía para los libros ni el material y ahora veo que puedo cumplir mi ilusión», relata la joven en entrevista con el Diario ABC Córdoba. «Esta ayuda no va a ser por mi cara», asegura, así que la joven devuelve el favor colaborando en la parroquia «para mantener el orden en las salas donde se imparte catequesis», explica.
Nueve jóvenes, de momento
El programa está dirigido, de momento, a nueve jóvenes. Tres de ellos conviven en un piso tras terminar su periodo de tutelaje al cumplir 18 años. Otros seis chavales, con motivación suficiente para cambiar sus vidas, verán de cerca el rostro de la normalización social acudiendo a la formación reglada, con apoyo material y económico. Un tipo de capacitación profesional acompañada de la implicación en algún servicio.
El párroco explica que la particularidad del programa es que no quieren ser simplemente facilitadores de recursos, sino formar un verdadero hogar. «Se les ofrecen formación, asesoramiento y hasta vivienda, pero construimos una familia», detalla a ABC. Además, La maleta de Luisa busca trascender y ofrecer una formación integral que pase de los jóvenes a sus familias y a su entorno. «Hablamos de uno de los barrios más pobre de Europa y esto no se cambia sacando a su gente. Los barrios se cambian desde dentro», afirma Pozo. Andrea lo corrobora: «En mi barrio hay pobreza, pero eso no significa que no podamos tener oportunidades. Porque aquí también hay gente que quiere estudiar o trabajar».
Tiempos orientativos
En el caso de La maleta de Luisa, los tiempos de duración de los procesos son solo orientativos y están sujetos a las variantes que vaya presentando el acompañamiento. Los seis jóvenes externos estarán acompañados durante el tiempo que duran los cursos que les permitan tener alguna certificación académica, mientras que para los jóvenes que viven en el piso el acompañamiento se cifra en 18 meses, ampliable a otros tres meses para realizar un proceso de adecuación a su nueva situación de autonomía. El espacio dedicado para esta etapa, donde se promueve la capacitación y emancipación de la persona, es la casa rectoral de la parroquia de Santa Luisa de Marillac.
En el acompañamiento, realizado por voluntarios y profesionales y coordinados por el párroco de Santa Luisa de Marillac, el protagonismo de cada persona es la pieza angular del proceso. En este periodo es el joven el que debe mostrar una actitud colaborativa, porque acompañar «nunca significa empujar sin contar con la persona», describe el programa. Pozo aboga por «crear un círculo que los ayude, no que los asfixie».