Una breve biografía de Tomás Moro
Hasta hace poco Tomás Moro estaba considerado unánimemente un mártir de la libertad de conciencia, pero en las últimas décadas, con criterios de lo políticamente correcto, se ha intentado presentarle como un intransigente tanto con los herejes como en su defensa del catolicismo frente a las pretensiones político-religiosas de Enrique VIII. Historiadores revisionistas, autores de bestsellers de escaso criterio y escritores de televisión oportunistas han ofrecido a las nuevas generaciones un Moro de aspecto antipático aunque sin oscurecer sus rasgos de ingenio. Es un personaje muy distinto del man for all seasons que triunfó en la década de 1960 en el teatro y el cine con un texto magistral de Robert Bolt.
Por eso se hace necesario recuperar al auténtico, y hasta casi desconocido, Tomás Moro. No le entendieron muchos de sus contemporáneos, los cortesanos capaces de vender su conciencia por unas migajas de gloria y poder, o los intelectuales más preocupados por las retóricas de escritos y palabras que por una auténtica búsqueda de la verdad. En cambio, el lector de hoy sí puede abrirse al rico pensamiento de Moro y al ejemplo perdurable de su vida pública y privada. Lo puede conseguir con Tomás Moro (breve biografía), publicada en 1978 y reeditada hoy en una magnífica traducción (ed. Rialp), cuyo autor es el canadiense James McConica, uno de los grandes especialistas en el humanista inglés.
En poco más de un centenar de páginas, el autor nos presenta a un Tomás Moro de múltiples facetas: el juez y abogado ingenioso, el humanista apasionado por las lenguas y literaturas clásicas, el buen esposo y padre de familia, el consejero de príncipes que busca corregir las debilidades humanas sin provocar resentimientos… Percibimos que era enemigo de los extremos, tal y como demuestra esta cita de su obra Utopía: «Si no logras que lo malo se torne en bueno, haz por lo menos que el mal se limite al mínimo». Con todo, este retrato no estaría completo sin el hombre de devoción y oración, incapaz de separar su vida espiritual personal de un servicio activo a la sociedad. Sin embargo, su servicio al rey fue amargo. No consiguió mejorar la conducta del monarca con el trato privado, pero no sacrificó las exigencias de su fe y su conciencia.