Una bocanada de esperanza para una Iglesia mártir
El Papa clausura el Sínodo de los Obispos para Oriente Medio. ¿Para qué ha servido el Sínodo de los Obispos para Oriente Medio, clausurado el domingo por Benedicto XVI? El Relator General de esta Asamblea episcopal, el Patriarca egipcio de Alejandría de los Coptos, Su Beatitud Antonios Naguib, responde sin dudarlo un segundo: los pastores de estas Iglesias, que llegaron a Roma el 10 de octubre apesadumbrados por una realidad que suscita desesperanza, han regresado a sus tierras «sin miedo», y con una nueva esperanza
Benedicto XVI había apostado mucho por esta Asamblea inédita. El Sínodo de los Obispos para Oriente Medio se había preparado a grandes velocidades, y nadie podía imaginar qué pasaría en el aula sinodal cuando se sentaran a debatir los Patriarcas y pastores de siete Iglesias de distintos ritos de la única Iglesia católica, que representaban una variopinta área geográfica, que se extiende desde África del Norte hasta Turquía, desde Irán hasta Arabia Saudí, sin olvidar Tierra Santa.
Su Beatitud Naguib, quien será creado cardenal el 20 de noviembre próximo, ha explicado a Alfa y Omega que los 165 padres sinodales han respondido a las cuestiones fundamentales que planteaba el Sínodo, en especial, a la pregunta de las preguntas: el futuro y la presencia de las comunidades católicas en Oriente Medio. «Lo primero que se planteó fue la necesidad de detener la hemorragia de cristianos de esa tierra, asegurando para todos el respeto de los derechos fundamentales, la justicia y la posibilidad de vivir con plena dignidad. Antes de entrar en el aula, muchos de nosotros se preguntaban cómo deberíamos ver el futuro, el futuro de nuestras Iglesias. Ahora, al regresar, estamos convencidos de, al menos, un punto: hay que desterrar los temores ante el futuro, para abrazar la esperanza».
En el documento de trabajo (Instrumentum laboris), que ha servido de base para la discusión, con frecuencia aparecían los términos miedo, temor, desesperación para describir la situación de los cristianos en esta tierra. En las 44 propuestas que los padres sinodales han aprobado como fruto de este Sínodo, para que Benedicto XVI redacte el documento conclusivo, estos términos no aparecen en ningún momento.
Inesperadamente, uno de los temas más complicados para el Sínodo de los Obispos de Oriente Medio ha sido la manera adecuada para hablar de Irak. Desde un primer momento, se han visto dos posiciones, que no sólo eran internas a los obispos iraquíes, sino que, en realidad, afectaban a toda la región. Por una parte, algunos subrayaban la necesidad de una denuncia profética del martirio que algunos cristianos del país están sufriendo. Otros, por el contrario, pedían prudencia, pues una denuncia desde Roma podría convertirse en sangre en las tierras de Nínive. La Iglesia caldea en Irak ha visto cómo en los últimos años quedaba reducida a un tercio, pasando de 1.500.000 fieles a unos 500.000 en estos momentos. Obispos, sacerdotes, diáconos, y, sobre todo, laicos han sido cruelmente asesinados.
El Patriarca caldeo de Bagdad, Su Beatitud Emmanuel III Delly, a diferencia de otras ocasiones, optó en el Sínodo por la segunda actitud, la prudencia. Ante todo, consideró que las relaciones entre cristianos y musulmanes son positivas, caracterizadas por «un respeto recíproco. Las escuelas cristianas son estimadas. Hoy la gente prefiere ir a estas escuelas dirigidas por institutos cristianos, y de manera especial por las religiosas». Asimismo, aseguraba que «tenemos libertad de religión en nuestras Iglesias».
Por su parte, monseñor Basile Georges Casmoussa, arzobispo de Mosul de los Sirios, en Irak, fue mucho más duro, denunciando «la oleada de terrorismo, inspirada por ideologías religiosas, se entiende islámicas, o totalitarias, que niegan el principio mismo de la igualdad en beneficio de un revisionismo fundamental que abruma a las minorías, y por tanto a los cristianos, el eslabón más vulnerable». Y continuó: «El cristiano oriental en un país del Islam está condenado tanto a la desaparición como al exilio. Lo que pasa hoy en Irak nos recuerda a lo que pasó en Turquía en la Primera Guerra Mundial. ¡Es alarmante!».
El mensaje final del Sínodo de los Obispos logró, como siempre sucede en este tipo de encuentros, el justo compromiso: denuncia y apoyo. El texto aprobado por los padres sinodales dice así: «Hemos recordado en nuestras reuniones y nuestras oraciones los sufrimientos sangrientos del pueblo iraquí. También hemos recordado a los cristianos asesinados en Irak, los sufrimientos permanentes de la Iglesia en Irak y de sus hijos desplazados y dispersos por el mundo, llevando con ellos las preocupaciones de su tierra y de su patria. Los padres sinodales han expresado su solidaridad con el pueblo y las Iglesias en Irak y han manifestado el deseo de que los emigrantes, obligados a abandonar su país, puedan encontrar, allí donde lleguen, los auxilios necesarios, para que puedan regresar a sus países y vivir seguros en ellos».
«Tras las primeras intervenciones en el aula, en las que con frecuencia se centró la atención precisamente en los miedos, los temores, la desesperación, que hasta ahora han caracterizado la existencia diaria de la vida de los cristianos en estas regiones, decidimos eliminar estas palabras. No sólo para desterrar una mentalidad que se estaba infiltrando cada vez más en nuestro contexto, sino más bien para comenzar a enseñar a nuestros fieles a vivir a la luz del Espíritu, que no nos abandona nunca. Los padres sinodales pidieron expresamente que no se hiciera mención de los miedos y temores en los documentos, comenzando por las propuestas. La voluntad de todos es que esta Asamblea pueda dar un fuerte impulso hacia la esperanza».
Comunión y testimonio
Alfa y Omega pidió a monseñor Béchara Rai, obispo de Jbeil de los Maronitas, un prelado sumamente carismático en el Líbano, particularmente comprometido en el mundo de los medios de comunicación, que resumiera en dos palabras el resultado del Sínodo. Lo tiene muy claro: comunión y testimonio, que forman parte del lema sobre el que han reflexionado en estos días.
«Comunión —aclara—, pues los católicos y los cristianos en general, si no están unidos, no son creíbles. En este sentido, ha sido histórico este Sínodo, pues ha congregado a todos los Patriarcas de Oriente Medio y a los máximos representantes de la Iglesia latina, comenzando por el Papa». Con frecuencia, los católicos de esas tierras, separados por la riqueza de ritos milenarios, «en la práctica no logran coordinarse, o quedan bloqueados por históricos celos».
«Y testimonio —añade—, porque los cristianos estamos llamados a ser anunciadores de Cristo en el difícil contexto que vive en estos momentos Oriente Medio».
En su homilía de la misa de clausura, Benedicto XVI no dudó en destacar que, «desde hace demasiado tiempo, en Oriente Medio perduran los conflictos, las guerras, la violencia, el terrorismo». Y añadió: «La paz, que es don de Dios, también es el resultado de los esfuerzos de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales, y en particular de los Estados más implicados en la búsqueda de la solución de los conflictos. Nunca debemos resignarnos a la falta de paz. La paz es posible. La paz es urgente. La paz es la condición indispensable para una vida digna de la persona humana y de la sociedad. Es también —subrayó el Papa— el mejor remedio para evitar la emigración de Oriente Medio».
Martirio, ecumenismo, Islam…
La esperanza, en el análisis de los padres sinodales, no ha significado cerrar los ojos ante la realidad. En las propuestas presentadas al Papa, votadas por los participantes, se dedica una a la necesidad de llamar la atención del mundo «sobre la dramática situación de ciertas comunidades cristianas en Oriente Medio, que sufren todo tipo de dificultades, llegando en ocasiones hasta el martirio. Es necesario pedir a las instancias nacionales e internacionales todo esfuerzo para acabar con esta situación de tensión, restableciendo la justicia y la paz».
El resto de las propuestas del Sínodo tienen un impacto decisivo en la región a las que van destinadas. Por ejemplo, una de ellas está dedicada a la necesidad de «alentar y reforzar el respeto, la dignidad, el papel y los derechos de la mujer», en una cultura en la que, con frecuencia, se convive con la poligamia, o en la que niñas y mujeres ven sus derechos fundamentales negados.
El sínodo ha dado un fuerte impulso a la unidad con los cristianos de otras confesiones, representadas con delegados fraternos, en particular con las ortodoxas, numéricamente las más importantes en la región. Y como símbolo de esta unidad, el Sínodo ha propuesto que se escoja una fecha común para católicos y ortodoxos en la celebración de la Pascua (separada hoy por calendarios distintos: Juliano y Gregoriano).
En las propuestas del sínodo se puede leer, asimismo, un claro impulso al diálogo interreligioso, basado en «la purificación de la memoria» de una región que ha derramado la sangre de hijos de religiones diferentes, con el «perdón recíproco del pasado». En este contexto, los padres sinodales, siguiendo las indicaciones del Concilio Vaticano II, han promovido «iniciativas de diálogo y cooperación con los judíos», la profundización en el Antiguo Testamento y sus tradiciones, y han declarado: «Rechazamos el antisemitismo y el antijudaísmo, distinguiendo entre religión y política».
Por lo que se refiere al diálogo con los musulmanes, que constituyen la mayoría de los ciudadanos de Oriente Medio, el Sínodo ha dejado claro que «es importante promover la noción de ciudadanía, de la dignidad de la persona humana, de la igualdad de los derechos y deberes y la libertad religiosa, que incluye la libertad de culto y la libertad de conciencia». La propuesta sinodal afirma: «Los cristianos de Oriente Medio están llamados a continuar el fecundo diálogo de vida con los musulmanes. Éstos se preocuparán por dirigirles una mirada de aprecio y de amor, dejando a un lado todo prejuicio negativo. Juntos están invitados a descubrir los respectivos valores religiosos. De este modo, ofrecerán al mundo la imagen de un encuentro positivo y de una colaboración fecunda entre los creyentes de estas religiones, oponiéndose juntos a todo tipo de fundamentalismo y violencia en nombre de la religión».
Éstos son los frutos oficiales de este sínodo. Pero el más importante, sin duda, han sido los numerosos encuentros, cafés, intercambios que durante quince días han podido tener el Papa y los representantes de la Curia romana, junto a los líderes católicos de Oriente Medio. Si es verdad que los problemas pueden resolverse con comunicación, está claro que los problemas del cristianismo en Oriente Medio, a partir de ahora, tendrán una solución más fácil.
La nueva evangelización de regiones enteras del planeta que están claudicando de su fe se ha convertido en prioridad del pontificado de Benedicto XVI, quien este pasado domingo anunció que la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos tendrá lugar, en 2012, sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
Durante la homilía de clausura del Sínodo de Obispos para Oriente Medio, el Papa confirmó el anuncio —adelantado hace unas semanas por Alfa y Omega—, y explicó que, «durante los trabajos de la Asamblea, se ha subrayado a menudo la necesidad de volver a proponer el Evangelio a las personas que lo conocen poco, o que incluso se han alejado de la Iglesia». Benedicto XVI concluyó que, «a menudo, se ha evocado la urgente necesidad de una evangelización también para Oriente Medio. Se trata de un tema muy difundido, sobre todo en los países de antigua cristianización», y reconoció que «también la reciente creación del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización responde a esta profunda exigencia».
Se trata de un Sínodo, por tanto, que tendrá un particular impacto para Europa. Benedicto XVI viene, precisamente los días 6 y 7 de noviembre, a Santiago de Compostela y a Barcelona para impulsar este mismo objetivo: contribuir a que España redescubra las raíces de su fe, ante la tumba del Apóstol, y ante el mensaje en piedra del templo expiatorio de la Sagrada Familia.