La ópera Dead man walking, un viaje sobre el perdón
El Teatro Real acoge la ópera contemporánea Dead man walking, adaptación de la historia real que inspiró la película Pena de muerte. Su protagonista, la hermana Helen Prejean, ha apadrinado la obra en nuestro país
Elmo Patrick Sonnier fue ejecutado en 1984 por asesinar a una pareja de adolescentes. Cuando le llegó el momento de morir en la silla eléctrica, intentó que la hermana Helen Prejean no estuviera presente. Quería evitarle el mal trago a quien había sido su consejera espiritual durante dos años. La religiosa, de la Congregación de San José, le respondió: «Cuando vayas a morir, mírame. Quiero que lo último que veas sea una cara de amor». Al salir de la cárcel una vez muerto Sonnier, su primera reacción fue vomitar. En sus memorias, escribió: «Lo que vi esa noche prendió fuego a mi alma».
Desde entonces la hermana Prejean ha acompañado a otros cinco reos hasta su ejecución, y ha tenido además «el privilegio de recorrer con varias familias de víctimas el camino hacia la sanación». Esta doble labor no está exenta de conflictos y dilemas para la religiosa, ya que la ayuda a los agresores puede generar incomprensión en las víctimas. En 1993, Prejean compartió sus experiencias en el libro Dead man walking (Muerto que camina), que Tim Robbins llevó al cine dos años después. En España, la cinta se estrenó como Pena de muerte.
La misma historia vuelve ahora a nuestro país en el improbable pero efectivo formato de ópera. Con su título original, estará hasta el 9 de este mes en el Teatro Real, de la mano de buena parte del equipo que ha estado detrás de su éxito desde su estreno en el año 2000: el compositor Jake Heggie, el director de escena Leonard Foglia, y los intérpretes Joyce DiDonato y Michael Mayes, que dan vida respectivamente a la hermana Helen y Joseph de Rocher, una fusión de varios de los convictos reales, entre ellos Sonnier, con los que ha tratado la religiosa. También ella ha estado en Madrid, mostrando su entusiasta apoyo a esta obra musical.
Dead man walking trasciende el debate ideológico sobre la pena capital. Prejean esgrime con soltura los argumentos a favor de abolirla. Pero ha comprobado que estos no calan en la gente si, antes, no se afronta el horror inenarrable de algunos crímenes y el dolor de las víctimas. No es fácil. Ella misma reconoce que, por cobardía, tardó demasiado en contactar con las familias de las víctimas de Sonnier.
Los abismos del propio corazón
Este viaje interior suyo es el motor de la ópera. La trama nunca niega la culpabilidad de De Rocher. Pero la hermana Helen y, con ella, el espectador van descubriendo en el reo a una persona que, como afirma la religiosa real, «vale más que lo peor que haya hecho». Y, en uno de los momentos centrales de la obra, el público empatiza también con el desafío de acoger el sufrimiento, paralelo y desbordado, de los padres de los jóvenes asesinados y de la madre del asesino.
Prejean espera que este viaje lleve al espectador «a los abismos de su propio corazón, a esas regiones donde nos han hecho daño y tenemos que decidir si buscar venganza o tomar el camino hacia el amor y el perdón». Este espíritu ha calado en todo el equipo. Durante la rueda de prensa de presentación de la ópera, la idea más repetida por todos los presentes, firmes opositores de la pena de muerte, fue que no se puede luchar por su abolición sin plantearnos, personalmente, si seríamos capaces de perdonar a alguien que nos hiciera algo horrible. Dead man walking logra ponernos ante este abismo. De ello da testimonio el mensaje que una espectadora escribió al actor principal, Michael Mayes, tras una representación en Estados Unidos: «Mi hija fue asesinada hace siete años, y tú has cambiado la forma en la que pienso en su asesino».