Un viaje a la devoción de la más antigua patrona de la villa de Madrid
Para celebrar los 500 años de custodia de la Virgen de Atocha, los dominicos organizan visitas guiadas al convento y a la basílica que muestran su lado más desconocido
«Esto no es una visita teatralizada; soy el prior del convento». Con simpatía, aludiendo a su hábito de dominico, comenzó el padre Iván Calvo la visita el pasado lunes a la basílica de Nuestra Señora de Atocha para el grupo de 20 personas que lograron plaza; afortunados ellos porque la lista de espera era de 100. La actividad se enmarca en las celebraciones del 500 aniversario de la presencia en la basílica de la orden de los dominicos. Algunos de los presentes —mujeres en su mayoría— no habían entrado nunca; otros, solo a rezar. Había quien conocía algo de la historia de la Virgen, pero nada comparado con la profusión de datos históricos y relatos espirituales que el prior va trasladando a lo largo de la hora y media larga que dura el recorrido por el recinto.
Todo comienza en la puerta, donde se conservan dos escudos en piedra, uno de los dominicos y otro con el oso y el madroño, emblema de los madrileños, únicos restos que quedan de la basílica del siglo XVII. Muchos han sido los avatares de este espacio desde que en la época de la ocupación musulmana Gracián Ramírez, principal de Madrid, empezara a construir una ermita en esta zona llena de atochas —planta humilde y sencilla— en honor a la Virgen María. El primer documento escrito en el que se alude a la Virgen de Atocha data del siglo XII, aunque una de las leyendas la sitúa en los comienzos del cristianismo: dicen que fue tallada por el mismísimo Nicodemo, policromada por san Lucas y traída a la península por los discípulos de san Pedro.
Sea como fuere, en 1523 los dominicos llegan a la primitiva ermita y fundan un convento con capacidad para más de 100 frailes y un hospital de peregrinos, lo que da idea de la extendidísima devoción que ya se le profesaba a la Virgen de Atocha, considerada la «primera y más antigua patrona de esta imperial villa de Madrid», dice el prior. La Casa Real se implica, se construye un gran templo y en 1602 los dominicos otorgan al rey de España (y así, hasta hoy), la propiedad del recinto para que lo tome bajo su protección. Felipe III y Felipe IV fueron los más devotos; se cuenta que este último tenía llaves de la iglesia y acudía casi a diario a ponerse a los pies de la Virgen.
En la visita se ve también la pila donde fue bautizado santo Domingo de Guzmán, que es la que se utiliza para cristianar a todos los hijos de reyes —incluidas la actual Princesa de Asturias y la infanta Sofía—, y el camarín de la Virgen. Aquí se conserva un manto bordado con las ropas que llevaba Isabel II cuando fue atacada por el cura Merino, que le intentó clavar un estilete en el abdomen. Resultó ilesa, lo que atribuyó a la intervención milagrosa de la Virgen de Atocha, y por eso le regaló lo que llevaba ese día, incluidas las joyas que lucía, topacios y diamantes del Brasil, con las que se hicieron corona y rostrillo para la Virgen y coronita para el Niño. Allí está el ramo de novia de la reina Letizia, porque es tradición que los reyes acudan el día de la boda a que la Virgen los bendiga y a presentar a sus niños cuando nacen. Concluye el recorrido en el camarín de la Virgen. «El valor que tiene es todo el bien que ha podido hacer a la gente que ha pasado ante ella», afirma el padre Iván. E invita a rezarle, «el que quiera», que esto es libre, aunque los dominicos ven aquí una oportunidad de acercarse a la fe.
Los grupos de junio ya están completos, pero visto el éxito de convocatoria las visitas se retomarán en septiembre. Ángeles, una participante, lo tiene claro: «Voy a volver».