Un santo para la crisis - Alfa y Omega

Un santo para la crisis

Francisco de Asís, una santidad para épocas de crisis es el título de la intervención del filósofo francés Fabrice Hadjadj, durante un encuentro, en Lourdes, para celebrar el VIII centenario de la fundación de la Orden franciscana, de 1209. Humanitas, revista de la Pontificia Universidad Católica de Chile, ha recuperado el texto, del que ofrecemos un extracto:

Fabrice Hadjadj
Francisco recibiendo los estigmas de la Pasión. En un libro de oraciones (siglo XV). Museos Vaticanos.

Se habla de crisis financiera, del calentamiento climático… Los pensadores cristianos dicen que, básicamente, estamos en mayor medida en una situación de crisis antropológica… Si creemos que la crisis es una excepción, eso significa que todavía creemos en una sociedad perfecta aquí abajo. Pero ése es un discurso que ha producido grandes totalitarismos. Queda así un horizonte de progreso en el que la crisis se nos manifiesta como algo excepcional, de la que sería necesario salir atando de nuevo los cabos rotos. El problema es que ya los jóvenes no creen en esto. La Iglesia misma pone al mundo en crisis. Es lo que ocurre con Cristo y su anuncio. Provoca una crisis porque le impide al mundo cerrarse en sí mismo como desean los totalitarismos, y obliga a cada uno a decidirse, ya sea por el paraíso o por el infierno.

Es muy importante considerar el momento especial en el cual nos encontramos, calificado por un filósofo como tiempo del fin (¡que no es lo mismo que fin de los tiempos!) La explicación se vincula a tres nombres propios: el Gulag (a partir de entonces, no creemos que la política pueda conducir a una sociedad feliz); Auschwitz (los campos de exterminio son producto de una élite cultural, y durante mucho tiempo se creyó que la cultura y la técnica podían salvarnos); Hiroshima (la posibilidad de una destrucción total, reforzada hoy por la cuestión ecológica). Es el fin de todas las esperanzas mundanas. Es la caída del progreso, y eso… ¡es una maravilla! Porque eso muestra que hay urgencia de refundarlo todo, pero no apoyándose en el mundo, sino en las promesas de Dios.

Tal vez el gran peligro es el fundamentalismo. La gente va a percibir en tan gran medida la vanidad del mundo, que procurará escapar hacia el más allá. Cuando uno es cristiano, sabe que la eternidad consiste en ver al prójimo y a toda la creación en Dios, de manera que la eternidad ocurre aquí y ahora en un amor que se manifiesta en la tierra (no es una huída al más allá). ¡Es aquí donde Francisco es nuestro hombre!

Francisco no es un humanitario, no ayuda a los pobres; adopta la pobreza. Si uno es pobre, lo empobrece aún más. Pone la existencia al desnudo quitándole las escorias, para volver a la fuente del ser, para ver la propia existencia brotar del seno de Dios.

Cuando escucha: «Repara mi Iglesia», hace todo al revés: roba las telas del padre y su caballo, ¡y ofrece su bolsa! Siempre con el poder del dinero. Se dio cuenta de que el dinero podía quebrar las grandes jerarquías. ¿A qué conduciría lo que acababa de hacer? Trabajar más para dar más. Lo cual es una tentación para los mismos jefes de empresa cristianos, que vuelven a sus hogares pretendiendo incluso ya no poder respetar el domingo: siempre hay que dar y, por lo tanto, siempre hay que producir más…

El don es lo que más atrae al demonio, porque siempre quiere dar, pero a partir de su propio fondo, de sus propias fuerzas, sin haber recibido antes la gracia de Dios.

La fraternidad y la cruz

Cuando se es una criatura, es preciso, en primer lugar, aprender a recibir. Es necesario reconocer que nada somos por nosotros mismos. El hombre va a querer transformar todo a partir de sus propios planes. Y por eso va a decapitar, a meter en el Gulag, o en las cámaras de gas. Así, Francisco nada tiene para dar. La posición radical de pobreza para ser más receptivo al don de Dios: he aquí la a respuesta a la crisis económica.

La fraternidad no es sólo un dato, sino algo que también se hace a través de la cruz. Es dada, pero también a través de los sufrimientos, porque somos pecadores y debemos convertirnos. Francisco es el primer estigmatizado de la Historia. Lo que verán en él los primeros hermanos es, en primer lugar, al estigmatizado, y no al Francisco hermano de las criaturas, muy de moda hoy.

La cruz es tanto obra de la injusticia como obra de la alegría. Es la alegría lo que principalmente exige la cruz, en la condición actual del mundo, porque la alegría, la beatitud se recibe de Dios de manera que viene a crucificar nuestro orgullo. Pero no sólo se recibe la alegría, sino que ésta se desea comunicar. ¿Qué sería una alegría guardada para uno en forma estrecha y egoísta? No hay mejor definición del infierno que la de un pequeño placer encogido sobre sí mismo. Luego es preciso sufrir para transmitir la alegría Es la alegría quien va a pedir la cruz. Así, Francisco crucificado es el mismo que Francisco alegre, porque es este crucificado quien recibe la alegría de Dios y la comunica a sus hermanos entrando en su aflicción, identificándose con su aflicción.

No es lo suyo la ayuda a los pobres, ya que de ese modo su obra sólo sería una obra social, del mundo, como hay otras muy buenas. Es esencialmente hacerse uno con el pobre. Cristo quiso salvarnos haciéndose uno de nosotros. El franciscano va delante del pobre haciéndose pobre él mismo.

Aquí hay una respuesta profunda a la crisis antropológica, porque si el hombre se destruye es porque quiere salvarse a sí mismo, ser el autor de su alegría, más que recibirla de Dios.