Un Reino de amor y de verdad
Solemnidad de Cristo Rey / Evangelio: Juan 18, 33b-37
Con la finalidad de que los cristianos fuéramos conscientes de que el reinado del Señor no se queda solo en un deseo, sino que es real, el Papa Pío XI instituyó hace casi un siglo la fiesta que celebramos este domingo. Aunque en un primer momento la conmemoración se tenía el último domingo de octubre, desde la reforma litúrgica se colocó el último domingo del tiempo ordinario, como colofón del ciclo litúrgico. El sentido de la actual ubicación es vincular el reinado de Cristo con su segunda venida, logrando así una gran afinidad con la predominante temática referente al final de los tiempos, que la liturgia nos ofrece de modo especial durante estos últimos días del año litúrgico y el inicio del Adviento. En este horizonte, el pasaje evangélico va a buscar destacar el carácter interior y espiritual de este reinado, incidiendo en la superioridad de un trono que «no es de este mundo».
En sentido estricto sería inexacto considerar la fiesta de Cristo Rey como una novedad introducida en el periodo de entreguerras, ya que desde hacía siglos se conmemoraba al Señor como Rey el Domingo de Ramos, en una celebración en la que se unen de modo singular la aclamación entre palmas con el dramatismo del anuncio de la muerte de Cristo. De hecho, el domingo escucharemos parte del texto evangélico de san Juan, proclamado cada Viernes Santo en la celebración de la Pasión del Señor. Acusado de querer proclamarse rey, Jesús es conducido al pretorio para que Pilato lo interrogue sobre esta cuestión. Es ahí cuando el Señor pronuncia la célebre frase: «Mi Reino no es de este mundo». La escena ante la autoridad romana da ya sobrada muestra de ello, pues resultaría incomprensible el ejercicio de una realeza, la manifestación máxima de poder, en un contexto de humillación como el que describe Juan.
Por segunda vez insiste el Señor en que «mi Reino no es de aquí». Con todo, debemos notar que este evangelista escoge el final de la vida del Señor para revelar su realeza y la cruz como el trono desde el que reinará. La realidad es que el Señor no ha usurpado una realeza terrena y, como vemos en otras páginas evangélicas, Jesús huye siempre de cualquier intento de ser aclamado como mesías político. La misión que el Señor se asigna al referirse a su realeza es la de dar testimonio de la verdad, manifestando que Dios ha venido al encuentro del hombre por amor, revelando, en definitiva, que Dios es amor.
Designio de Dios
Esta visión contrasta significativamente con los esquemas habituales del ejercicio del poder por dos motivos. El primero es que el poder está normalmente unido a una posición de superioridad y, a causa de la debilidad de la condición humana, con frecuencia se ejerce mediante un dominio violento; por el contrario, la verdad y el amor jamás se imponen por la fuerza, sino que interpelan el corazón del hombre, proporcionando paz y alegría cuando permitimos que entren en nuestra vida. La segunda razón estriba en que este Reino se presenta como un misterio, en su sentido teológico: un designio de Dios que se revela pausada y progresivamente en la historia. Por el contrario, el paso de los siglos nos ha permitido ver la contingencia de reinos e imperios sólidamente arraigados. Solo ha bastado que se impusiera alguien más fuerte para que se esfumara lo que se creía eterno.
Sobre el cirio pascual, expresión característica del Señor como luz y vida, se dice al principio de la Vigilia Pascual: «Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad». Estas palabras, recogidas en el libro del Apocalipsis, son la plasmación celebrativa de cómo la Iglesia ha comprendido que estamos ante un Reino sin ocaso y que, gracias al misterio pascual, los bautizados somos asociados a la gloria y al poder que anuncia el último libro de la Biblia.
En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».