La editorial Elba ha publicado Un pequeño mundo, un mundo perfecto, del paisajista y jardinero romano Marco Martella. Es un libro delicioso, entretenidísimo y muy bello. En la línea de Los jardines de los monjes, de Peter Seewald y Regula Freuler, y de Pequeños paraísos, de Mario Katz, este ensayo nos adentra en distintos jardines y, a través de ellos, rescata la dimensión más profunda del alma: el cuidado, la admiración, el gusto por la belleza, el asombro por la maravilla de lo creado.
A mí me gustan mucho los jardines. Dondequiera que voy, trato de visitarlos y dedicarles tiempo. No me sorprende nada que el edén fuese un jardín y no pierdo la esperanza de que el paraíso, puestos a buscar metáforas, no tenga solo una infinita biblioteca con tiempo infinito para leer, sino también un jardín interminable donde se den todas las estaciones: el florecer de la primavera, las tardes de verano, los colores del otoño y los paisajes nevados del invierno.
Desde el Huerto de los Olivos puede contemplarse una vista espectacular de Jerusalén. Un huerto no está muy alejado de un jardín y, en este en concreto, oró el Señor en horas terribles. Un jardín puede ser, pues, no sólo un lugar de esparcimiento, sino también un refugio y un consuelo. Por toda la cristiandad, los monjes plantaron y cultivaron jardines dentro y fuera de los claustros porque Dios ama la vida y ella es su signo infalible.
A mi próximo viaje, no dejaré de llevarme este libro tan amable por su puedo volver a leerlo a la sombra de los árboles y el aroma de las flores.