Un Papa que tiene prisa por comunicar a Dios
Dominique Wolton, un intelectual francés agnóstico, marcó un hito hace 30 años al publicar un libro-entrevista con el entonces cardenal arzobispo de París, Jean-Marie Lustiger. En 2018 se publicó en español Política y sociedad, un libro de entrevistas con el Papa Francisco, centrado en cuestiones políticas y sociales, y también en el —a su juicio— «desconcertante» modo de comunicar del Pontífice. Este es precisamente uno de los aspectos que analiza el filósofo italiano Massimo Borghesi, amigo del Papa Benedicto, que hace unas semanas visitaba España para presentar Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Ambos libros han sido publicados en Ediciones Encuentro
Es fácil conocer el pensamiento del Papa Francisco porque habla con mucha claridad en la Misa de Santa Marta, concede muchas entrevistas, graba muchos vídeos… ¿Esto juega a favor o en contra suya? ¿Le hace más comprensible o por el contrario más proclive a ser malinterpretado?
En las homilías de Santa Marta sus críticos no le escuchan nunca. Si lo hicieran, seguramente serían menos críticos. Hay gente que cree que un Papa que habla con esta simplicidad es un Papa poco profundo, intelectualmente poco formado. Estábamos habituados al lenguaje de Benedicto XVI, que cuando hablaba también podía ser muy sencillo. Los críticos les comparan y dicen que Benedicto es un Papa culto e intelectual, y Francisco simplemente un párroco.
Yo demuestro que, dentro del lenguaje sencillo de Francisco, hay una formación sólida y profunda, intelectualmente vigorosa y rica. El hecho de que el Papa hable con sencillez no quiere decir que su pensamiento sea simple; al contrario, es un pensamiento complejo. Pero su elección de ser sencillo es una elección evangélica.
¿Entonces por qué le acusan de ser poco profundo?
Hay un prejuicio. Y Bergoglio tampoco ha desvelado cuáles son sus maestros intelectuales. Él no quiere dar una imagen intelectual de sí mismo, prefiere dar la imagen de un cristiano normal. Las críticas que se le hacen al Papa muestran una falta de investigación sobre su formación. Hay gente que piensa que lo que no es europeo es poco profundo e interesante, y esto no es verdad. El Papa es jesuita, y los jesuitas tienen una formación internacional. Los maestros de Bergoglio no son solo intelectuales de América Latina, son sobre todo jesuitas europeos y autores como Henri de Lubac, en primer lugar, y después Gaston Fessard o Michel de Certeau. Son autores que han conformado la espiritualidad y el pensamiento de Bergoglio.
Veníamos de dos pontificados en los que cualquier declaración del Papa se amplificaba, se distorsionaba y se prestaba a controversia. ¿Esto ha desaparecido con Francisco? ¿Es un Papa más asimilado por el sistema mediático?
Esta era la acusación que se le hacía a Juan Pablo II, una acusación a una persona con un gran carisma. Todo lo que tiene carisma es mediático. Pero es evidente que Francisco no está siendo asimilado por los medios, sino que sus gestos interrogan a los medios. Por ejemplo, en la jornada dedicada a los difuntos, fue al cementerio de Trigoria, donde hay una parte dedicada a los niños no nacidos. El Papa no dijo nada, no habló contra el aborto, pero llevó flores a las tumbas de estos niños, y permaneció en un silencio absoluto. Desde el punto de vista mediático, era un efecto único. Sus gestos, siempre originales, hacen que los medios o se sientan aludidos o decidan ignorarlos. El telediario en Italia censuró estas imágenes del Papa en el cementerio.
El Papa tiene capacidad mediática, pero no es un hombre de espectáculo, porque él propone un cristianismo normal. Él quiere llevar el cristianismo a una condición de normalidad. Por eso critica tanto el clericalismo, porque este fenómeno coloca a sacerdotes y obispos en un plano de superioridad respecto a los laicos. Esto no es cristiano. Y por eso el Papa quiere dar una imagen del papado como algo normal.
¿Qué autores han influido en el Papa Francisco?
Sobre todo los franceses que he mencionado anteriormente. Ve la Iglesia como coincidencia de los opuestos. El Papa tiene una visión dinámica y en tensión de la vida cristiana. Porque la vida cristiana es una polaridad entre la gracia y la libertad, entre Dios y el hombre, entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, entre lo universal y lo particular… La vida es una polaridad. Él tiene un pensamiento que tiende a unir aquellos polos que están opuestos. Esto genera una perspectiva de paz para la Iglesia y para la historia, porque la vida cristiana no es uniformidad.
¿Cuál es su relación con los llamados autores del disenso?
Ellos no tienen influencia sobre su pensamiento. Esto es una leyenda. Él no ha sido formado en la teología del disenso. Se ha formado con los autores del Concilio Vaticano II. Incluso la teología del pueblo presente en Argentina abandonó la teología de la liberación presente en América Latina. El Papa refuta el marxismo y refuta la violencia, para hacer una elección preferencial por los pobres, y la liga a la idea del pueblo creyente y fiel, como lugar teológico de la justicia. El que acusa a Bergoglio de marxista no hace más que reflejar su miopía y su ignorancia, y cuestiona la misma doctrina social de la Iglesia.
Ha dado muestras de saber superar diferencias para poder encontrarnos en lo personal…
Bergoglio es muy abierto en el diálogo personal y en las relaciones, y es consciente de que en otras personas hay también intuiciones de verdad. El tiempo hace emerger la verdad y el error.
¿Qué esfuerzo de pensamiento y de corazón nos obliga a hacer el Papa en algunos de su pronunciamientos? Pienso por ejemplo en algunas partes de Amoris laetitia. ¿Hacia dónde nos quiere llevar el Papa?
El esfuerzo que pide de nosotros es colocarnos en un óptica de misión. No se entiende al Papa sin esta visión de acercarse a los paganos de nuestro tiempo. En el mundo hay muchos que no conocen nada de nuestra fe. Cuando la Iglesia se vuelve hacia ellos lo hace con el lenguaje del testimonio y de la misericordia. Este es el lenguaje que mejor entiende el hombre contemporáneo. Esta es la provocación de Francisco, que prefiere una Iglesia hospital de campaña antes que una Iglesia de puros y perfectos. A veces se ha presentado a la Iglesia como pura y perfecta frente a un mundo impuro e imperfecto, y resulta que ahora más que nunca la vemos como impura e imperfecta. Una Iglesia que se encierra en sí misma se hace impura. Y solo se hace pura cuando se dona al mundo, cuando se hace misionera.
«La idea del libro fue mía, el Papa no pidió nada». Wolton, cuyos trabajos en comunicación contemporánea son un referente a nivel mundial, llevaba tiempo interesado en la forma espontánea y directa que tiene Francisco de transmitir su mensaje. «Preparando un trabajo, concebí el plan del libro, que envié al Vaticano, junto a mi currículum y una carta de motivación». En Roma no conocía a nadie. Mes y medio después, recibió un correo electrónico de la Casa Pontificia: «El Papa le recibe tal día a tal hora». Feliz a la par que preocupado, acudió a Roma, creyendo que Francisco solo quería mantener una charla con él.
Hasta que el traductor le sugirió empezar la tanda de entrevistas.
No tenía grabadora ni había esbozado las preguntas. Solo sabía que una audiencia duraba veinte minutos. Estuve hora y media. Todo transcurrió muy bien. Pero no me precisó el número de entrevistas que íbamos a celebrar ni los temas que íbamos a abordar. Por fin, durante la cuarta o quinta entrevista, le pregunté si estaba de acuerdo con el principio del libro.
¿Qué contestó?
Que por supuesto. Le pregunté si hacía falta que le enviara las preguntas previamente. Respuesta: «Hágalo si quiere, pero no las pienso leer». Una confianza excepcional para un agnóstico como yo.
¿Por qué el Papa aceptó conversar con un intelectual laico y francés?
Porque creo que el Papa está algo asfixiado por los canales oficiales de la Iglesia. Un cardenal me dijo que yo había ganado –las peticiones de entrevista con el Papa abundan– porque mi libro estaba centrado en la política. Hace 30 años, cuando escribí el libro con el cardenal Lustiger, tuve que hacer un estudio exhaustivo de los Evangelios, de la doctrina y de la historia de la Iglesia. Esta vez solo me centré en lo que me interesa: la comunicación política mundial.
¿Cómo logró interesar al Papa?
Estoy seguro de que le fascinan los intelectuales franceses: son unos pelmazos, pero hablan bien. Por otra parte, mi trabajo venía bien amarrado, mi trayectoria me avala. Esto último fue una de las dos condiciones.
¿Cuál fue la otra?
Igual fue mi sentido del humor. Le admiro, pero no siempre soy respetuoso. Asimismo, me gusta la gente que sabe distanciarse de su cargo. La sencillez de este hombre me impactó.
¿No afecta tanta sencillez a las exigencias de la representación simbólica?
El Papa tiene un defecto: está tan inmerso en la comunicación que no se da cuenta que está siendo despedazado por editores y periodistas. Le dije que la comunicación le estaba confundiendo y que debía guardar algo más de distancia simbólica, sobre todo siendo tan popular. Sigo creyendo que es un error.
Algunos le reprochan que habla demasiado.
Probablemente. Pero se entiende: tiene 81 años y tiene prisa. El Papa ha sido muy disciplinado durante seis décadas. Estoy seguro de que se dice a sí mismo: o hablo ahora o ya no hablaré nunca. No lo sé con seguridad, pero creo que es menos conformista ahora que hace 30 años. Está más vivo e indignado. Desde su atalaya, observa todas las injusticas y desigualdades, lo que potencia su indignación. Está más politizado ahora que antes. No le gustan los poderosos.
¿En qué sentido?
No tiene nada contra ellos, pero no le gusta que no asuman sus responsabilidades.
¿Qué parte de misterio y de distancia ha de conservar su mensaje –con su carga de autoridad moral y política– en un mundo en el que la información circula a una velocidad vertiginosa?
No lo sé, pero sí existe el riesgo de que al cabo del tiempo, sus enemigos aprovecharan un exceso de palabra. Me permití decirle que era tan sencillo y comprensible, que una cierta dosis de misterio es necesaria. El poder, ya sea el religioso, el económico, el político o el militar, precisa de algo de misterio.
Del misterio a la fe: ¿cómo definiría la fe del Papa?
Es muy razonada, es una fe diaria, el Papa es muy franciscano en su comportamiento. No necesita símbolos; es el Evangelio encarnado en el encuentro: siempre va hacia el otro. Es una fe de contacto.