Un palentino de ida y vuelta - Alfa y Omega

Un palentino de ida y vuelta

Javier del Río Sendino, obispo emérito de Tarija (Bolivia), vuelve a Palencia como director de la casa sacerdotal diocesana, muy golpeada por la COVID-19. «Pese a lo duro de la situación, hemos vivido una experiencia espiritual»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Dos obispos al lado. Don Javier (izquierda) y don Manuel (derecha), junto a la imagen de Nuestra Señora de Lebanza, especialmente querida por los sacerdotes mayores, porque procede del antiguo seminario menor
Dos obispos al lado. Don Javier (izquierda) y don Manuel (derecha), junto a la imagen de Nuestra Señora de Lebanza, especialmente querida por los sacerdotes mayores, porque procede del antiguo seminario menor. Foto: diócesis de Palencia.

Javier del Río es un palentino de ida y vuelta. A sus 78 años, después de pasar 26 años en Bolivia —desde 2006 como obispo de Tarija—, vuelve a su tierra ya jubilado para dirigir la casa sacerdotal Nuestra Señora de Lebanza. «Yo estoy aquí como uno más», reconoce. «Mi misión ahora es crear una convivencia y una fraternidad sacerdotal lo más bonitas que sea posible. Son mis últimos años, pero este encargo alegra y alimenta mi ilusión».

La inquietud misionera le rondaba ya desde el principio de su vocación, pero tardó años en concretarse. «Recién ordenado pensé en irme a América a trabajar, porque aquí ya había muchos sacerdotes. Pero ese proyecto se paró, y a los 25 años de cura me lo planteé de nuevo. Tras unos ejercicios espirituales vi claramente que me venía otra vez aquella inspiración», recuerda.

Así, se unió a un grupo de misioneros que rodeaba al obispo Nicolás Castellanos, palentino como él. «Había emprendido antes esta aventura y vi que era lo que el Señor me pedía», dice. Trabajó en Santa Cruz hasta que le hicieron obispo de Tarija en 2006. El año pasado presentó la renuncia al Papa por razones de edad y volvió de nuevo a Palencia.

«Manolo, estoy a tu disposición»

En la casa sacerdotal, Del Río convive con otros 26 sacerdotes y con el obispo actual, lo que para ambos supone un reencuentro después de mucho tiempo. «Yo tengo un hermano agustino que ha sido compañero suyo de estudios, y le conozco desde hace mucho», dice el obispo emérito de Tarija. Por eso, no hay entre ellos «nada de rivalidad y sí mucho compañerismo. Yo, cuando vine a Palencia, le dije: “Manolo, estoy a tu disposición”. No quiero ser para nada una interferencia. Somos muy amigos desde hace tiempo, y en lo que podemos ayudarnos, nos ayudamos».

«Ha sido muy duro»

Al volver a su tierra se alojó en la casa sacerdotal que ahora dirige, y aquí le tocó vivir la pandemia y el confinamiento. «Ha sido muy duro», confiesa. «El coronavirus se ha llevado a cinco sacerdotes, y varios estuvieron ingresados en el hospital. No nos quedó otra que decir: “Amén”». Sin embargo, todos estos meses han supuesto «una experiencia espiritual, una especie de retiro» para ellos, en el que «todos hemos aprendido y hemos compartido mucho también».

Han sido días difíciles que ha vivido cerca del actual obispo de Palencia, Manuel Herrero, el otro obispo inquilino de Nuestra Señora de Lebanza. Al entrar en la diócesis, decidió irse a vivir a la casa sacerdotal, «porque como agustino siempre he vivido en una comunidad, y vivir solo no me parecía lo mejor», afirma. Para el prelado es «una oportunidad de hablar, dialogar y convivir, que es fundamental. Y si fomentamos la convivencia sacerdotal e invitamos a los sacerdotes a vivir así, entonces el obispo debe ser el primero que lo haga».

En la residencia, que se ha convertido en el hogar de la diócesis para todos los sacerdotes, especialmente para los mayores y los que no se valen por sí mismos, se respira «un ambiente positivo y fraterno». «Es verdad que cada uno tiene sus peculiaridades, pero hay un ambiente sacerdotal de hermanos. Hay un interés continuo de los unos por los otros, y una convivencia muy sencilla», dice Herrero.

«Era gente muy feliz»

Los años vividos en Bolivia han sido «una bendición de Dios», afirma Javier del Río. Cuando llegó a Santa Cruz fue a vivir a un barrio de la periferia «y me impactó una pobreza que yo no conocía en España». «No había nada, ni carreteras», pero enseguida «tuve la impresión de que la gente era muy feliz sin todas esas cosas que aquí consideramos indispensables». Además, esas personas «eran muy sencillas y simplemente daban valor a la amistad y a compartir. Vivían una religión muy sentida y muy auténtica. Son gente de una gran fe y confianza en Dios».