Una mujer budista que, viviendo en la gran pobreza, siempre buscaba para dar a sus hijos un trozo de pan, iba al vertedero de Darkham, una ciudad al norte de Mongolia. Un día encontró entre los desperdicios un objeto grande envuelto en tela. Ella lo recogió y, al desenvolverlo, se encontró con una pequeña imagen de la Virgen en madera, pero ella desconocía por completo a quién representaba, aunque algo le movió a llevarla a su yurta y a colocarla entre los pocos objetos preciados que poseía la familia. Ella se decía a sí misma que esa «hermosa dama» había querido encontrarla. Una vez de vuelta en casa, susurró a su familia: «Esta bella señora ha querido venir a vivir a mi tienda».
Pasaron los años y a la zona llegaron los primeros misioneros católicos; fueron precisamente unas religiosas quienes, entrando un día en la yurta, descubrieron con asombro la imagen y preguntaron a la señora por el origen. Cuando le explicaron que se trataba de la Madre de Jesús, alguien muy importante para los católicos, la mujer no dudó un momento en entregársela. Durante unos años, la estatua permaneció en la oficina parroquial de Darjan hasta que el cardenal Marengo se dio cuenta de que aquel descubrimiento no había sido fortuito y que la Virgen había querido decirles algo. Él mismo acudió a Darjan y conoció a la señora que había descubierto la imagen en el vertedero. Se decidió que esa estatuilla de la Virgen encerraba un significado especial para la historia de Mongolia y el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, trasladaron oficialmente la estatua a Ulán Bator con la idea de entronizarla en la catedral para que pudiera ser conocida y venerada por todos. Se pidió a los casi 1.500 católicos mongoles que enviasen un trozo de tela con algún significado particular para ellos acompañado de una oración. Con todos los fragmentos de telas, desde vestidos de novia a ropa de bebé o los tejidos más importantes que conservaban las familias, se confeccionó un manto, repleto de colores, que le fue ofrecido a la Virgen por todas esas intenciones del pueblo mongol. La estatua recibió el título de Madre del cielo por voluntad del Santo Padre y se ha convertido en símbolo de la Iglesia católica de Mongolia. Ante ella rezó el Papa Francisco cuando se reunió en la catedral con los sacerdotes, misioneras, religiosos y agentes de pastoral.