Juan del Río: un obispo entregado a la misión
El pasado jueves, Juan del Río, arzobispo castrense, falleció a consecuencia de la COVID-19 en el Hospital Gómez Ulla. Cuatro sacerdotes que estuvieron cerca de él lo recuerdan en todas sus facetas
Un padre, un hermano, un amigo, un pastor… un hombre entregado a la misión. Este es Juan del Río (Ayamonte, 1947), arzobispo castrense, fallecido en el Hospital Gómez Ulla hace una semana afectado por la COVID-19. Así lo definen varios sacerdotes que colaboraron con él o estuvieron cerca en distintos momentos de su vida: en Andalucía, su tierra natal, en el Arzobispado Castrense, en sus responsabilidades en la Conferencia Episcopal o en su vinculación con los medios de comunicación.
Julián Esteban Serrano, jefe del Servicio Religioso del Gómez Ulla y delegado episcopal castrense de Pastoral Sanitaria, es uno de ellos. Permaneció a su lado en los últimos momentos, al igual que su compañero, el padre Eugenio que, con las protecciones requeridas, fue quien le administró el sacramento de la Unción, la absolución general y la recomendación del alma. En su mesilla, cuenta el páter Esteban Serrano en un escrito, «depositamos, por recomendación del canciller, una estampa, con imagen y oración, del padre Huidobro, pues era muy devoto suyo y promotor de su causa; junto a esta, adjuntamos otra de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y el diurnal para el seguimiento de la liturgia de las horas que fervorosamente nos había pedido».
Antes de todo esto, el arzobispo les había confesado con esperanza: «Si el Señor quisiera llevarme, bendito sea el Señor; si el Señor me quisiera ahorrar el trance, bendito sea también, que continuaría trabajando para su Reino».
Su estado de salud se complicó —con diversos fallos orgánicos— hasta la inevitable sedación, pero tanto el padre Eugenio como el padre Julián siguieron rezando la liturgia de las horas «con él» desde la puerta del box en el que estaba: «Me sigo viendo a mí mismo declamando en alta voz los laudes, la hora intermedia y las vísperas. No sé qué pensarían los trabajadores de la UCI cuando miraban a los capellanes, pero a los pocos días, primero su médico, la doctora González, y luego algún que otro miembro de ese esforzado grupo, fueron arrimándose a hacerlo con nosotros».
El rezo matutino del 28 de enero lo interrumpió el jefe de la unidad para comunicar que Del Río no terminaría la mañana con vida. Así fue. El padre Julián leía al profeta Isaías: «Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede».
Sevilla, Jerez, Madrid…
Aquella mañana concluyó en esta tierra la entrega de Juan del Río, que siempre fue sin reservas en todos los lugares donde sirvió, desde su querida Andalucía, donde nació y forjó su vocación sacerdotal y su ministerio episcopal, pasando por Roma y Madrid.
Francisco Juan Martínez Rojas, hoy vicario general de Jaén, era buen amigo suyo. Se conocieron siendo los dos sacerdotes. Habían compartido responsabilidad en la pastoral universitaria de sus diócesis. De hecho, reconoce que una de la grandes aportaciones de Juan del Río en Sevilla fue el acercamiento de la Iglesia a la universidad. Impulsó el Servicio de Asistencia Religiosa de la Universidad de Sevilla (SARUS), que funciona como un departamento más de la universidad y a través del que se imparte Teología como asignatura de libre configuración. «Una experiencia única en España», añade.
También destaca su habilidad para el mundo de la comunicación, algo que hizo posible la creación de la Oficina de Información de los Obispos del Sur (ODISUR), y capacidad de gobierno en una diócesis, como demostró en Jerez, donde tuvo un papel fundamental en su organización y estructura. Y su talante para tener interlocutores en el ámbito civil y para permanecer alejado de «un pastoralismo selectivo y excluyente de la religiosidad popular en Andalucía». «Ha sido un hombre que ha dignificado el episcopado en España», reconoce Martínez Rojas.
Juan Carlos Pinto, capellán castrense en zona de operaciones, es testigo del liderazgo de Juan del Río como arzobispo. «Ha dejado sin duda un arzobispado muy bien preparado y una huella imborrable en nuestros corazones y en nuestras vidas», reconoce. La puesta en marcha de Cáritas Castrense y la capacidad para lanzar un proyecto específico frente a las consecuencias de la COVID-19 son solo dos ejemplos.
Para él fue «un verdadero pastor», siempre cercano y dispuesto a escuchar a su capellanes: «Ante situaciones complejas sabía transmitir calma y dar una salida, utilizando muchas veces su buen humor. Pude experimentar que era un padre, gozaba cuando uno de sus capellanes hacía las cosas bien y tenía éxito; y sufría cuando uno lo pasaba mal, y ahí siempre aparecía para apoyar».
Por su parte, José Gabriel Vera, director de la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española y de la Comisión de Medios de Comunicación Social, de la que Juan del Río era presidente, destaca «su amor profundo a la Iglesia» y su capacidad «para leer los tiempos presentes y señalar el papel que debía ocupar la Iglesia para cumplir su misión». «Sabía anticiparse con decisiones audaces», añade. Una capacidad que llevó al ámbito de la comunicación, sobre el que tenía «intuiciones certeras» y que ponía en práctica con sus escritos en redes sociales.
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