Un monasterio para hacer presente a la Iglesia en el Marruecos vaciado
Tres religiosas están dando sus primeros pasos en el monasterio de Tazert, en una zona rural de Marruecos. Son las responsables de mantener una presencia de ocho décadas que combina la espiritualidad franciscana con el anhelo de Charles de Foucauld de tener una presencia humilde entre la población musulmana del Magreb
¿Qué pintan tres monjas africanas en un monasterio perdido en las montañas de Marruecos, rodeado de olivos y eucaliptos? Ayudan a un grupo de 80 mujeres bereberes en el taller de tapicería y bordados, atienden una consulta sanitaria… Pero, sobre todo, «han aceptado tener esta presencia encarnada en medio del pueblo marroquí». Habla el obispo español Cristóbal López, arzobispo de Rabat, que está acompañando a esta comunidad en sus primeros pasos.
Las religiosas, de las Hermanas de San Francisco de Asís, se instalaron en el monasterio de Tazert el 8 de diciembre pasado. «Las visité hace unas semanas y están contentas —cuenta a Alfa y Omega el arzobispo—. De momento están en una primera etapa, de acercamiento y conocimiento mutuo. Tienen que ir con pies de plomo y ser prudentes», para que la gente «no las vea como ricas que viene a dar cosas.
El monasterio llevaba deshabitado desde 2013, cuando las clarisas que en él vivían echaron el cierre. Lo había puesto en marcha Charles-André Poissonier, un franciscano francés que en los años 1930 quiso hacer en esta zona del Magreb una experiencia eremítica a lo Charles de Foucauld.
Poco a poco comenzaron a pasar por allí otros franciscanos, que «querían vivir ese espíritu de estar metidos en la masa, haciéndose presentes, silenciosamente, en medio del pueblo». Después de 40 años, su comunidad dio paso a unas clarisas que, por una llamada especial que sintió la superiora, «habían adoptado el rito melkita, que se celebra en árabe, para acercarse más al pueblo». En 2013, la edad y la falta de relevo las obligó a volver a Francia.
«Simplicidad, acogida e inserción»
Desde 2015, la Iglesia estaba buscando a otra comunidad dispuesta a trasladarse allí. Y, cuatro años después, aparecieron las Hermanas de San Francisco de Asís. «Es una nueva etapa del monasterio –apunta monseñor López–, pero tiene el hilo común del franciscanismo: simplicidad, acogida e inserción en medio de la gente».
Esta congregación nació en 1963 fruto de la unión de tres congregaciones de espiritualidad franciscana, a las que se unieron otra docena, de África y Europa. Son unas 500 hermanas de vida activa y están presentes en diversos países francófonos de ambos continentes.
En Tazert, además de la acogida, se han hecho cargo de una cooperativa que produce tapices y bordados. Trabajan en ella unas 80 mujeres. «Una asociación, llamada Corazón Magrebí, los compra para venderlos en Marrakech y Europa, y les distribuyen lo que han ganado –explica el arzobispo de Rabat–. Creo que el año pasado repartieron a cada una unos 10.000 dírham», más de 900 euros. «Es un sobresueldo muy interesante para que las familias puedan salir adelante».
A esto se suma un pequeño proyecto de salud pública puesto en marcha por una de las religiosas, enfermera. Pero «lo principal no es lo que se hace, sino cómo se hace y con quién, esa presencia fraterna, que enlaza con el padre Poissonier y los orígenes del convento».
«No queremos olvidar el Marruecos rural»
La asociación Corazón Magrebí también es la responsable de que el monasterio estuviera dispuesto para acoger a las religiosas. Fundada en 2010 por Martin de Waziers y Guilhène de Cidrac, trabaja en Marrakech y en Tazert: además de la cooperativa, tiene proyectos educativos y de limpieza ambiental.
Un poco lejos de esta línea de promoción humana, «durante años cuidaron el edificio para que no se deteriorase más, pagaron a un guarda… Son cristianos y querían que se mantuviera este nexo entre la gente y la Iglesia». Una inquietud compartida por la jerarquía de la Iglesia, que durante cuatro años no dejó de buscar religiosas.
Monseñor Cristóbal López explica esta apuesta: «Queríamos dar valor a ese lugar y no perder nuestra inserción en las zonas rurales. Podemos tener la tentación o el peligro de concentrarnos en las ciudades, donde hay más gente, más medios, más comunicaciones… y olvidar que existe un Marruecos rural donde las pequeñas poblaciones están abandonadas».
«¿Ustedes no rezan?»
En Tazert, la vida es más exigente para las religiosas. Mientras en Casablanca o Rabat se sobrevive perfectamente con el francés, allí tienen que esforzarse en hablar la lengua local, árabe y tamazight, el idioma de la mayoría bereber de esta región. «Es una forma de recordarnos permanentemente nuestro objetivo de ser una Iglesia encarnada y totalmente marroquí, aunque todos seamos extranjeros», añade el arzobispo.
Un elemento clave de esta inserción es el diálogo interreligioso. Lo «tenemos que hacer todos los católicos». Pero la presencia de religiosos lo facilita, porque «el laico normalmente tiene su trabajo, su vida cotidiana, y no ha podido profundizar en este ámbito. El consagrado puede conocer más la realidad».
Otra de sus aportaciones es «ser un testimonio constante de nuestra vida de oración». Entre los musulmanes, existe un cierto prejuicio de que los cristianos no rezan, y a veces les sorprende descubrir que sí. En Tazert ocurrió al revés. «Al poco de llegar, una persona les preguntó “¿Y ustedes no rezan?”. “Sí, claro que rezamos”. “Es que no oímos la campana”. Cuando estaban las clarisas, que eran contemplativas, la gente estaba acostumbrada a que sonara cada poco tiempo. ¡Ahora ya saben que lo tienen que hacer!», narra divertido monseñor López.