Un médico que escuchó al Papa Pablo VI - Alfa y Omega

Un médico que escuchó al Papa Pablo VI

El doctor Thomas Hilgers ha dedicado toda su vida a intentar llevar a la práctica, desde la ciencia, las enseñanzas de la encíclica Humanae vitae. De esta inspiración ha salido un manual médico de 1.200 páginas y la formación de 900 médicos en naprotecnología

María Martínez López
El doctor Hilgers con una niña nacida con la ayuda de la naprotecnología. Foto: Instituto Pablo VI

«Queremos ahora alentar a los hombres de ciencia. […] Es de desear […] que la ciencia médica logre dar una base suficientemente segura para una regulación de nacimientos, fundada en la observancia de los ritmos naturales» de la mujer. Al leer esta frase de la encíclica Humanae vitae, el joven estudiante de Medicina Thomas Hilgers, de 25 años, sintió «que el Papa me estaba hablando directamente a mí».

Desde ese momento, siempre que tuvo ocasión intentó aprender más y empezar a desarrollar sus propias investigaciones sobre el lenguaje del cuerpo de la mujer. Lo hizo en la Clínica Mayo y en la Universidad de Saint Louis, hasta que su oposición al aborto lo llevó a la universidad jesuita de Creighton (Omaha). Originalmente, quería ayudar a los matrimonios a vivir la paternidad responsable. Un enfoque que le ha valido no pocas incomprensiones… también dentro de la Iglesia. Esta –reconoce para Alfa y Omega– se enfrenta «al desafío de dar un salto cuántico en formar a los católicos respecto a su doctrina» sobre sexualidad y reproducción.

El trabajo del matrimonio John y Evelyn Billings, con quienes estuvo en contacto durante los años 1970, fue para él una fuente de inspiración y un trampolín. Sin embargo, en 1978 recibió una llamada dentro de la llamada: los primeros nacimientos por fecundación in vitro le hicieron plantearse que el conocimiento del ciclo de la mujer podría emplearse para diagnosticar y tratar las causas médicas de la infertilidad. Ese mismo año, la muerte de san Pablo VI le inspiró a crear, como homenaje, el Instituto Pablo VI para el Estudio de la Reproducción Humana, puesto en marcha en 1985. Allí vio la luz la tecnología procreativa natural, o naprotecnología.

Respaldo de los Papas

Al principio, no tenían grandes aspiraciones para este proyecto. «Solo era –reconoce– una idea en homenaje a un Papa que nos había enseñado el camino a seguir en nuestra carrera profesional». Pero a mediados de los 90 «los estudios iban arrojando unos datos que nos hicieron darnos cuenta de que el instituto debía ser una de nuestras prioridades». En esa misma época, en 1994, recibió un espaldarazo de la Iglesia al nombrarle san Juan Pablo II, junto con su mujer, miembros de la Academia Pontificia para la Vida; una confianza reiterada por Francisco, que el año pasado lo eligió como consultor del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

En 2004, publicó un manual médico de más de 1.200 páginas. Además, desde sus inicios, en el instituto se han formado unos 900 médicos. Ya son 230 centros los que aplican sus métodos en todo Estados Unidos, y hay programas similares, además de en muchos países de Europa, en otros tan distantes como Japón, Australia o México.

Salida después de la in vitro

El doctor Hilgers no oculta que su principal objetivos siempre ha sido «ofrecer esto a los católicos; no nos hemos orientado a los que no lo son». Y, sin embargo, el 25 % de sus pacientes no son miembros de la Iglesia. Incluidos «muchos que han recurrido a tratamientos de reproducción artificial que han fracasado. Con nosotros, pueden obtener un diagnóstico del problema subyacente y un abordaje terapéutico del mismo». Algo que le hace pensar que «la nuestra es una labor de evangelización, que los católicos pueden compartir con otros».