Un local de Cobo Calleja se convierte en cenáculo el domingo
Gracias a José, que ha cedido sus instalaciones, los católicos chinos que trabajan en el polígono pueden hacer un parón en su interminable jornada laboral dominical y acudir juntos a Misa. «Si no venimos perdemos la paz», aseguran
La tarde del domingo en uno de los cientos de locales del polígono industrial Cobo Calleja, en la localidad madrileña de Fuenlabrada, termina de forma bastante ajetreada. Poco a poco, al piso superior van llegando hombres y mujeres de nacionalidad china. «Ni hao, ni hao», se saludan con una sonrisa. Dentro de poco va a comenzar la Misa. Desde hace poco más de un año, se ha corrido la voz entre los católicos chinos de Cobo Calleja de que todos los domingos a las 19:30 horas tiene lugar la Eucaristía para todos aquellos compatriotas que no tienen otra posibilidad para cumplir con el precepto dominical.
Su jornada laboral más intensa de la semana es la del domingo, algo de lo que da fe el denso tráfico que presenta el polígono. «Ellos trabajan de domingo a viernes y muchas horas», explica Francisco Chen, vicario de la parroquia Santos Justo y Pastor, de Parla, y capellán de la comunidad china de toda la diócesis de Getafe. Las 14 personas que acudieron a Misa el domingo pasado trabajan en restaurantes, tiendas al por mayor y almacenes de la zona. Hay empleados y también empresarios como José, uno de los fieles, que ha cedido un local para la celebración. «Lo ofrecí por amor, como un servicio a los demás, para que podamos rezar juntos», explica a Alfa y Omega. Su gesto ha hecho posible que muchos de ellos se puedan conocer y venir cada domingo a Misa.
El polígono industrial Cobo Calleja está situado a 20 kilómetros al sur de Madrid, por la carretera de Toledo. Ocupa una superficie comparable a más de 160 campos de fútbol y allí operan más de 500 empresas, muchas de ellas propiedad de ciudadanos chinos con miles de compatriotas trabajando en ellas. Se considera el mayor recinto empresarial chino de toda Europa. Los católicos que trabajan en este macrocomplejo no tienen posibilidad de ir a las iglesias de la Comunidad de Madrid en las que hay grupos de fieles de su nacionalidad más estables: la parroquia de Santa Rita en la capital, o los templos de Usera y Parla. «Nos hacía falta un lugar más cercano para ellos», explica el capellán, y gracias a José lo tienen: una pequeña sala con un sencillo altar de madera, un crucifijo, un Sagrado Corazón y una Virgen con el Niño, pintados con rasgos orientales.
Mientras Francisco se reviste para la celebración, alguien hace sonar un pequeño órgano portátil en el que ensayan un canto que se interpretará al final de la celebración, dedicado a María. De hecho, a nuestros oídos solo se entienden dos palabras durante la Misa: María y Jesús. El resto se puede seguir sin problemas, porque las distintas partes de la celebración coinciden con las nuestras, muestra de la universalidad de la Iglesia en todo el mundo. Solo cambia el idioma.
Una vida pesada y difícil
«Su vida es muy pesada y difícil, porque tienen que trabajar mucho», dice el capellán, que explica, asimismo, que a muchos les preocupa cómo transmitir la fe a sus hijos. «Con tanto trabajo, algunos niños se quedan en sus casas todo el día pegados a los móviles y a las tabletas. Es una generación que está perdiendo el legado de sus mayores», explica.
Otra de las inquietudes de esta pequeña comunidad es la «buscar a los católicos perdidos», compatriotas que trabajan en Cobo Calleja «y que quizá no saben que nos reunimos los domingos», dice Chen. Le da importancia porque todos tienen claro que «necesitamos a Jesús», dicen en una conversación informal al final de la celebración. «Para nosotros es nuestro apoyo espiritual, nuestro compañero, nuestra vida…», sostienen.
Por eso se siguen reuniendo cada domingo en este pequeño cenáculo improvisado. «Si no venimos a Misa nos sentimos mal, perdemos la paz. Lo necesitamos, es nuestra vida», concluyen.
Todos los ciudadanos chinos del mundo celebran este domingo, 22 de enero, la entrada de su año nuevo, la principal celebración civil en el país asiático. Fuegos artificiales e innumerables elementos de decoración en color rojo —el color de la suerte en China— protagonizan este día. «Es como vuestro año nuevo», explican los católicos chinos de Cobo Calleja, «sin elementos religiosos». El primer año chino comenzó en el 2.637 a. C. según nuestro calendario occidental. Desde entonces, cada uno de ellos consta de doce meses lunares y a los tres años se añade un año con un mes adicional. El año que comienza llega bajo el signo del conejo, según la costumbre de asignar a cada ciclo la influencia de un animal.