Pocos conceptos han recibido tanta atención en las últimas dos décadas como el de liderazgo. Si uno introduce en el buscador de la mayor librería virtual la voz leadership, se encontrará con más de 150.000 títulos. El liderazgo es importante para el trabajo de las personas, las organizaciones, los países o las familias, aunque otros duden de que sea efectivamente un factor del éxito al entender que se da una atribución injustificada a la persona en cabeza.
En las organizaciones, el título de jefe legitima para dar órdenes y que estas sean, en principio, obedecidas. Como explica John Maxwell, las personas siguen al líder porque es su obligación. Se trata de un aspecto elemental en el que se ancla el poder coercitivo sin el que ningún liderazgo empresarial y general es posible; ahora bien, aposentarse en él no es suficiente para desarrollar una labor cabal de liderazgo.
Cuando uno va más allá del poder que otorga el estatus, conectando con sus subordinados para construir una buena relación personal, estos le seguirán y estarán dispuestos a hacer esfuerzos adicionales de los anejos a su obligación. El líder les cae bien porque notan que no le son indiferentes. Si esta situación anímica se consolida, surge un buen clima laboral, que reviste el ejercicio del poder con una pátina eficaz de amabilidad. No obstante, es insuficiente para mantener un nivel de liderazgo duradero, que precisa de la confirmación de los objetivos conseguidos. Los resultados comunican más que cualquier otro mensaje y aportan un punto de fuerza sobre el que apalancar decisiones posteriores.
Un líder puede decidir quedarse aquí, pero perderá lo mejor que conlleva liderar y malogrará un enorme potencial. Si ve más allá de la cuenta de resultados, superando la miopía inicial propia de la eficacia a corto plazo y de miras estrechas, se encontrará de nuevo con las personas: está en su mano que se conviertan en una prioridad real y no en una excusa enmascarada. Si se preocupa por añadir valor simultáneamente a la empresa y a sus miembros, de estos recibirá algo más que un buen clima: lealtad, con la que se paga la ayuda a crecer como profesionales. El colofón es que el líder tiene seguidores por ser quien es y por lo que representa para ellos.
Las empresas necesitan líderes en los que confiar, íntegros moralmente y maduros psicológicamente, que sepan lo que se traen entre manos tanto en términos técnicos como de gerencia. Una simbiosis de humildad y autoestima. La congruencia favorece que líderes y seguidores sepan que pertenecen a una misma comunidad, que están inmersos en una aventura que merece la pena, y que el fin que persiguen trasciende sus egoísmos particulares porque apunta a un bien común.
Guido Stein
Profesor del IESE.
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