Un libro en Italia desvela la afinidad espiritual entre Lucía De Gasperi y su padre. La hija monja que dirigía a De Gasperi
Lucía, la segunda hija de Alcide De Gasperi, entró en un convento de Roma en 1947, y desde entonces mantuvo una especie de dirección espiritual del estadista italiano, a través de sus Folios para papá, reflejo de una íntima simbiosis que duró siete años. Ahora, un ensayo reconstruye, con textos inéditos, aquella relación
Dios quería para ella una gran soledad. Ella le había pedido un gran amor a los demás. Como consideraba que, por sí misma, sería muy difícil comprender la voluntad divina, buscó enseguida directores espirituales, y los tuvo desde la adolescencia en adelante, capaces de seguirla de cerca en los ambientes llenos de fe de su vida: la familia y el convento. A los 22 años, recién licenciada en Literatura, en la víspera de la Inmaculada de 1947, Lucía De Gasperi ingresó en las Religiosas de la Asunción. La llamaban Luciola y era la segunda hija de Alcide De Gasperi y de Francesca Romani. Para recordar su historia y para recorrer su parábola humana y espiritual, así como la vinculación a su padre, además de a sus hermanas María Romana, Cecilia y Paola, llega ahora a las librerías Sor Lucía De Gasperi, desprendida de sí misma, de Francesco Giovannini (ed. San Pablo). El volumen ha sido presentado en Roma, en la casa de las Hermanas de la Niña María, y en la presentación intervinieron María Romana De Gasperi, el cardenal Giovanni Battista Re, sor Patrizia María Puricelli y Elio Guerriero. Tiene el mérito este libro de subrayar la intensidad de una relación singular, en la que padre e hija se iluminaban recíproca y espiritualmente, en las diferentes etapas de sus vidas.
Estas páginas permiten al lector ver, en primer lugar, las consecuencias de una educación marcada por una sólida religiosidad laical, con el cristianismo como camino de perfección a realizar en la justicia y en el amor fraterno, y en una Iglesia en la que llevar la inspiración religiosa a la vida cotidiana. Se podría pensar en una inversión de los papeles, pero no fue así. De la influencia de una afectuosa guía espiritual a distancia, surgieron aquellos Folios para papá, densas meditaciones que —decía De Gasperi a su hija— «tienen el olor del tomillo de los claustros antiguos». Telegramas espirituales que, junto con las cartas más extensas, son un reflejo de una relación espiritual que duró siete años, y qué quizás no fue suficientemente valorada en su primera aparición en 1968, bajo el título Apuntes espirituales y cartas al padre.
Buscando también en textos inéditos, el autor de estas páginas parte del nacimiento de Lucía en 1925, un rayo de luz en un momento complicado para el futuro estadista, obligado a vivir de las traducciones; poco después, en 1927, es detenido por los fascistas y excarcelado un año después. Será en 1929 cuando comience a trabajar en la Biblioteca Vaticana. La narración continúa con los años de la Segunda Guerra Mundial (cuando Alcide esboza las ideas de base de la futura Democracia Cristiana), vistos desde una familia sensible, con unos padres y niños conscientes de ser de otra manera. Entre los pequeños episodios, considerados relevantes, cabe destacar regalos como La vida de Cristo, de Ricciotti, que recibió de su padre («En este 1941 acepta, mi querida Lucía, este libro: que alimente en tu espíritu, cada día, la fuente viva de nuestras esperanzas»); o la presencia discreta de don Luigi Moresco, junto a Lucía hasta 1947, fecha de la muerte del sacerdote paulino, que decía a mamá Francesca: «Esta Lucía es una criatura especial, ¡recuérdelo!». Todo, con el telón de fondo de una Italia en guerra, que, después del 8 de septiembre de 1943, ve desencadenarse la caza y persecución de los opositores políticos controlados (con De Gasperi escondido en San Juan de Letrán). El volumen hojea el álbum de recuerdos: la vuelta del padre a la vida política y el nuevo curso democrático, pero también el compromiso de Lucía en la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI) y sus encuentros con monseñor Giovanni Battista Montini —luego Pablo VI—.
Es necesario estar contentos
A diferencia de su padre, a quien se le negó una audiencia con el Papa Pío XII por haberse opuesto a la alianza anticomunista que abarcaba desde los monárquicos hasta la extrema derecha, la religiosa fue recibida por el Papa como Superiora en Génova. Murió con tan sólo 41 años.
En el libro se habla de Pío XII, pero la hija no dice nada de las tensiones entre su padre y el Papa Pacelli. Se llega así a la salida de De Gasperi de la escena política, su difamación, la muerte de sus hijas y el traslado de sor Lucía a Génova, una ciudad que, a su llegada, aún muestra huellas de los bombardeos. En aquella diócesis, guiada por el cardenal Siri, Lucía trabaja; luego pone su esperanza en Juan XXIII y Kennedy; sobre todo, reflexiona sobre el Concilio Vaticano II, que el amigo de entonces, ahora Pablo VI, llevará adelante, mientras que su congregación empieza a aplicar las constituciones conciliares. Lucía es ahora la madre superiora, preparada para guiar a su comunidad según los signos de los tiempos; pero, por poco tiempo. «Es necesario estar contentos, reconocer que uno no es imprescindible y dejar hacer a los médicos»: sus pensamientos están impregnados por un espíritu de disponibilidad, un sentido de la alegría cristiana y una gran apertura al futuro.
Marco Roncalli. Avvenire
Traducción: María Pazos Carretero