Un hombre echa semilla y duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo - Alfa y Omega

Un hombre echa semilla y duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo

Viernes de la 3ª semana del tiempo ordinario. San Timoteo y San Tito / Marcos 4, 26-34

Carlos Pérez Laporta
'El sembrador'. Paula Nash Giltner
El sembrador. Paula Nash Giltner. Foto: Good News Productions International and College Press Publishing / freebibleimages.com

Evangelio: Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Dijo también:

«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña: pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo expondría con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Comentario

El día siguiente a la conversión de San Pablo celebramos la memoria de los Santos Timoteo y Tito. Es como si la santidad de estos se siguiera de aquella conversión. Porque, de hecho, la santidad de Timoteo y Tito no es el fruto de su esfuerzo moral individual, sino que proviene también de la conversión Pablo. Ya no solo porque históricamente fuera así, sino porque siempre es así. Nuestras conversiones generan un espacio en el que los demás pueden fructificar.

Jesús lo expresa en el evangelio: «la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. […] primero los tallos, luego la espiga, después el grano» y «echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas».

Cada vez que acogemos la Palabra, que nos convertimos a ella, mostramos que «el reino de Dios se parece a un hombre»; esto es, se parece a una historia de un hombre, cuya vida fue lugar de consuelo y plenitud para los hombres. Como la copa de un árbol, el Reino es esa vida humana, enraizada en Dios y abierta al cielo. Porque esa apertura al cielo infinito es la conversión, y la santidad: convertirse es cambiar la mentalidad, dejando de vivir encerrado en la mundanidad, y la santidad no es otra cosa es comenzar a vivir ya en esta vida del ciento por uno en el cielo.