Un hombre de la Palabra - Alfa y Omega

Un hombre de la Palabra

El 31 de agosto, murió una de las grandes personalidades de la Iglesia, el cardenal Martini, arzobispo emérito de Milán. «Ha sido un hombre de Dios» y un maestro para creyentes y no creyentes, ha dicho de él Benedicto XVI

Jesús Colina. Roma
Benedicto XVI saluda al cardenal Martini.

Más de 20 mil personas participaron, el lunes, en el funeral del cardenal Carlo María Martini, arzobispo emérito de Milán: seis mil dentro del Duomo gótico, y quince mil en la plaza contigua. Unas doscientas mil personas se habían recogido ante su capilla ardiente, ese fin de semana. Estos números ayudan a comprender lo que ha significado la vida del biblista jesuita. Nacido hace 85 años, en Turín, nada hacía pensar que se convertiría en pastor de la diócesis más grande de Europa. Entró en la Compañía de Jesús con tan sólo 17 años, y desde el primer momento, dedicó sus energías a la pasión de su vida: el estudio de la resurrección de Jesús. Destacaría, así, como uno de los más grandes biblistas de su época, siendo elegido Decano del Pontificio Instituto Bíblico, entre 1969 y 1978. En esa fecha, fue nombrado rector de la Pontificia Universidad Gregoriana.

De manera imprevista, un año después, Juan Pablo II le nombró arzobispo de Milán. Allí, como pastor, introdujo la Escuela de la Palabra, que consistía en ayudar a todo tipo de personas a acercarse a la Escritura, siguiendo el método de la Lectio divina, es decir, la meditación orante de la Palabra de Dios. Tuvo una gran repercusión en todo el mundo la serie de encuentros, comenzados en octubre de 1987, sobre preguntas de fe, dirigidos a personas en búsqueda de Dios. Esas citas tomarían después el nombre de cátedra de los no creyentes, una idea que, como él mismo explicaría, había tomado del cardenal Ratzinger.

Se convirtió asimismo en uno de los escritores católicos de más ventas, y recibió el Premio Príncipe de Asturias en el año 2000. Tras presentar su renuncia al gobierno pastoral en el año 2002, por razones de edad, se retiró a Jerusalén para seguir dedicándose a la pasión de su vida, los estudios bíblicos.

Los medios de comunicación le presentaron, en ocasiones, como una especie de anti-papa, al recoger sus propuestas sobre la celebración de un Concilio, o sobre otras cuestiones circunstanciales en las que divergía de Juan Pablo II, o de Benedicto XVI. Martini siempre rechazó esas etiquetas. Como explicó en su funeral el cardenal Scola, arzobispo de Milán, «en la Iglesia, las diversidades de temperamento y de sensibilidad, así como las diferentes interpretaciones de las urgencias del momento, expresan la ley de la comunión: la pluriformidad en la unidad. Esta ley surge de una actitud típica de san Agustín, a quien tanto quería el cardenal: quien ha encontrado a Cristo, precisamente porque está seguro de su presencia, sigue buscando indómitamente». Este espíritu agustiniano aunó durante décadas a Martini y al cardenal Joseph Ratzinger. De hecho, el Santo Padre quiso hacerse presente en su funeral enviando un mensaje, leído por su enviado especial, el cardenal Angelo Comastri. «Ha sido un hombre de Dios, que no sólo ha estudiado la Sagrada Escritura, sino que la ha amado intensamente, ha hecho de ella la luz de su vida para que todo fuera ad maiorem Dei gloriam, para la mayor gloria de Dios», escribió el Papa en su misiva, citando a san Ignacio de Loyola. «Precisamente, por este motivo, ha sido capaz de enseñar a los creyentes y a los que están en búsqueda de la verdad que la única Palabra digna de ser escuchada, acogida y seguida es la de Dios, porque indica a todos el camino de la verdad y del amor», añadía Benedicto XVI.

Por la unión de los chinos

También ha fallecido, este verano, el cardenal Paul Shan, obispo emérito de Kaohsiung (Taiwán), jesuita, quien en los últimos años desarrolló una intensa labor en beneficio de la unión y la reconciliación de los católicos de Taiwán y de la China continental, sobre todo gracias a su Carta a los hermanos en el episcopado, dirigida a los obispos y fieles del continente. Asimismo, impulsó la Causa de canonización de los mártires chinos bajo el comunismo; el cardenal Zen, arzobispo emérito de Hong Kong y gran amigo suyo, ha revelado su insistencia ante Juan Pablo II para lograr la beatificación, ya que las autoridades chinas presionaban en contra; le dijo al Papa que «los mártires chinos estaban sufriendo un segundo martirio».

El cardenal Zen ha destacado que el cardenal Shan «supo transformar su cáncer en una gracia del Señor, un brillante testimonio de cómo alguien que tiene fe es capaz de vivir y también sabe cómo morir». En su lápida se ha colocado como epitafio, según su deseo: Nacido en Cristo, ha vivido en Cristo, ha muerto en Cristo: pertenece a Cristo para siempre. El Papa ha manifestado sus condolencias a toda la Iglesia en Taiwán, y ha recordado, «con gratitud, sus años de fervoroso servicio en Kaohsiung».