Un grupo de cardenales asesorará al Papa Francisco. Renovación en la continuidad
Se esperaban nombramientos en Roma, pero la reforma del Papa Francisco no se limitará a relevos al frente de los dicasterios vaticanos, sino que modificará la propia estructura de gobierno de la Iglesia. El obispo de Roma quiere más colegialidad en la Iglesia, y ha creado un grupo de cardenales procedentes de todos los continentes para asistirle
Es «el paso más importante en la historia de la Iglesia, en los últimos diez siglos», escribe en el Corriere della Sera el historiador de la Iglesia Alberto Melloni. ¿Exagerado? Probablemente, sí. El anuncio que escuetamente comunicaba la Secretaría de Estado, el sábado, decía simplemente que «el Santo Padre Francisco, tomando en consideración una sugerencia surgida durante las últimas Congregaciones Generales precedentes al Cónclave, ha constituido un grupo de cardenales para que lo asesoren en el gobierno de la Iglesia universal». Al grupo se le pide ya el estudio de «un proyecto de revisión de la Constitución apostólica Pastor Bonus sobre la Curia romana».
Menos Secretaría de Estado
Son ocho cardenales, más un obispo secretario. La primera reunión no se celebrará hasta octubre, aunque «Su Santidad, desde ahora, está en contacto» con ellos, aclara el comunicado. Así pues, no hay prisas, porque no existe una situación de «emergencia que haga falta afrontar», ha matizado el padre Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Son nueve personalidades de confianza del Papa, pero también ha tenido en cuenta la representatividad territorial. Según ha trascendido, el cardenal Bertone, Secretario de Estado, se lo expuso así a varios de sus integrantes, al comunicarles el nombramiento.
Llama la atención la implicación de la Secretaría de Estado en los primeros pasos de la reforma del Papa Francisco, porque uno de los objetivos es justamente reducir su peso. La reforma de Pablo VI en 1967 convirtió a este organismo en el instrumento de «supervisión y de coordinación» de la Curia, explica al Corriere monseñor Marcello Semeraro, el secretario del nuevo grupo consultivo. Ha llegado el momento de replantear ese papel, sugiere el obispo, que alude a las críticas de algunos responsables de dicasterios sobre la descoordinación y la falta de acceso al Papa en los últimos años.
El cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y presidente de Cáritas, coordinará el nuevo grupo, formado por personalidades procedentes de todos los rincones del mundo. Hay otros siete cardenales, además del obispo de Albano, la diócesis donde está Castel Gandolfo. Monseñor Marcello Semeraro será el secretario del grupo. El prelado asistió al entonces cardenal Bergoglio, cuando, de forma inesperada, tuvo que sustituir al cardenal Egan (obligado a regresar a Nueva York por los atentados contra las Torres Gemelas) como relator general del Sínodo de los Obispos de América, en 2001.
El único miembro romano es el cardenal Giuseppe Bertello, con amplia experiencia diplomática, y actual presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, que no es propiamente un órgano de la Curia, y que tiene además amplia experiencia diplomática. De América del Norte, proviene el cardenal O’Malley, con fama de gran reformador, por haber tenido que hacer frente a duras situaciones muy difíciles en Boston y en sus anteriores diócesis. El tercer cardenal americano del grupo es el chileno Javier Errázuriz, de 79 años.
El cardenal Laurent Monsengwo, el representante africano, tiene amplia experiencia de gobierno, también civil, ya que, en la República Democrática del Congo, la Iglesia desempeñó una destacada contribución a la transición política tras la guerra de los Grandes Lagos. El cardenal Oswald Gracias es arzobispo de Bombay y presidente del episcopado indio, y el cardenal australiano George Pell es reconocido como la figura de referencia de la Iglesia en Oceanía. De Europa, estará presente el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich y presidente de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE).
Pero no va a ser una reforma contra la Secretaría de Estado, ni contra nadie, sino para adecuar las estructuras a la misión de la Iglesia: el anuncio del Evangelio en el mundo. El viernes, el Papa visitó este organismo, agradeció su labor, particularmente en las últimas semanas, y saludó personalmente a sus cerca de 300 empleados.
Más colegialidad
La gran nota de la reforma del Papa Francisco parece que será un impulso a la colegialidad. Jorge Bergoglio se ha presentado desde su elección como obispo de Roma, no como Papa, lo que se ha entendido no sólo como guiño ecuménico, sino como respuesta a la petición de más colegialidad en la Iglesia, reiterada durante las reuniones que prepararon el Cónclave.
Según ha explicado el padre Lombardi, el Papa Francisco «ha querido dar una señal de estar dispuesto a recibir esas indicaciones, consejos y sugerencias de sus hermanos cardenales», y «demuestra estar atento a las expectativas de la Iglesia universal». Pero ésa es, por ahora, una solución provisional, aclara. «No se habla de comité, de comisión, consejo…, sino simplemente de grupo, con lo que «se emplea una denominación muy abierta» para articular un órgano consultivo con representatividad universal, que permitirá al Papa gobernar la Iglesia escuchando más eficazmente «las voces de la Iglesia de las diversas partes del mundo». En palabras del obispo secretario, este grupo «no sustituye a la Curia», sino que «es un instrumento más al servicio del Papa», que «representa un pequeño sínodo de comunión que reúne a obispos de todos los continentes». El cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador de los nueve, cree que la principal aportación del grupo será dar al Papa «información de primera mano sobre algunas situaciones que no siempre se conocen bastante. Podremos darle, en contacto con las diversas Conferencias Episcopales, perspectivas distintas de las que llegan a la Santa Sede».
Lo normal sería que este grupo u otro con fines similares permaneciera tras la reforma de la Curia. La pregunta es qué forma adoptará. Podría ser una especie de pequeño senado permanente dentro del Sínodo de los Obispos, un consejo de personalidades relevantes más informal que quisiera tener a su lado el Papa, o un espacio en el que estuvieran representantes de las diversas Conferencias Episcopales regionales. En todo caso, algunos comentaristas han aludido a la similitud entre el organismo consultivo creado por el Papa y el gobierno habitual en las Congregaciones religiosas, como los jesuitas, donde el Superior despacha a diario con sus consejeros.
En la estela del Concilio
La solución final seguramente no será fácil. «Hay un problema estructural, afrontado ya por el Concilio Vaticano II, al que todavía no se le ha encontrado una solución satisfactoria y estable: la relación entre el primado del Papa y el colegio de los obispos», decía, poco después de la elección del cardenal Bergoglio, el cardenal Camilo Ruini, vicario emérito de Roma.
Ya en la fase preparatoria del Concilio, hubo diversas peticiones, como la del cardenal Silvio Oddi, proNuncio en Egipto, que propuso «una especie de Concilio en miniatura formado por personas de toda la Iglesia, que pueda reunirse periódicamente, al menos, una vez al año, para tratar los problemas más importantes».
En 1965, al inaugurar la última sesión del Concilio, Pablo VI anunció «la institución, tan deseada por este Concilio, de un Sínodo de los obispos que, compuesto por obispos, nombrados la mayor parte por las Conferencias Episcopales con nuestra aprobación, será convocado, según las necesidades de la Iglesia, por el Romano Pontífice, para su consulta y colaboración, cuando, para el bien general de la Iglesia, le parezca oportuno».
Hay una base teológica sólida para esta iniciativa. La Constitución conciliar Lumen gentium aclara que todo el Orden episcopal es sucesor del Colegio de los apóstoles, aunque el obispo sólo tiene autoridad cuando está unido al Romano Pontífice. El Papa, por su parte, tiene potestad suprema y universal en la Iglesia, pero no a título individual, sino como cabeza del cuerpo de los obispos. «Los obispos no son vicarios del Papa, sino que son también vicarios de Cristo, pero dependen de la cabeza del Colegio en todo lo que afecta a la unidad doctrinal y disciplinar de la Iglesia universal», resumía el cardenal Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, en el Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en 2012 en Dublín.
Colegialidad afectiva y efectiva
Pero ¿cómo se articula esa colegialidad afectiva y efectiva que formula el Concilio? El Sínodo permite abordar grandes temas de forma colegiada, pero no una relación fluida de los obispos con el Santo Padre. Ni siquiera es operativo para este fin el Colegio cardenalicio, demasiado grande, que el Concilio contempla como representación cualificada del colegio de los obispos. Es función de los cardenales asistir al Papa en el gobierno de la Iglesia, pero, en la práctica, los cardenales sólo se reúnen en los Consistorios para la creación de nuevos cardenales, o para la canonización de santos.
Juan Pablo II buscó fórmulas para agilizar la relación con las Iglesias locales, y orientó justamente a este fin su reforma de la Curia, plasmada en la Constitución apostólica Pastor Bonus. La Curia, que «no tiene ninguna autoridad ni potestad fuera de las que recibe del Supremo Pastor», está llamada a ser «servidora de comunión» en toda la Iglesia con el Romano Pontífice, decía el documento. En el planteamiento de Juan Pablo II, «los obispos de todo el mundo» y «sus Iglesias son los primeros y principales beneficiarios del trabajo de los dicasterios», razón por la cual también son llamados a servir en el Vaticano obispos, presbíteros, religiosos y laicos de todo el mundo.
La Constitución tiene una larga introducción, en la que está contenida la fundamentación teológica y eclesial de la Curia romana, junto a una breve exposición sobre la evolución histórica del gobierno universal de la Iglesia. Tras esa introducción, se articula la estructura de la Curia, comenzando por la Secretaría de Estado, y siguiendo por las Congregaciones, Tribunales, Consejos Pontificios…
Las posibilidades de reforma de todas esas estructuras son potencialmente incontables, y ni siquiera habría necesidad de tocar una sola coma de la primera parte del documento. De hecho, es significativo que el Papa no haya optado por redactar una nueva Constitución apostólica, sino por modificar la existente. Es quizá un signo de renovación en la continuidad, en expresión de Benedicto XVI; de que lo que hay aquí en juego es la mejor adecuación de las estructuras de gobierno de la Iglesia a las necesidades de este tiempo. Ni más ni menos, ni menos ni más.