Esta Semana Santa he viajado a Tierra Santa. Fui con una amiga que, aunque se define como atea, me propuso el viaje, conociendo mi deseo de visitar la tierra de Jesús. De hecho, al invitarme, se me saltaron las lágrimas, porque se cumplía uno de mis sueños.
Empezamos el viaje por Galilea, para evitar la masificación de Jerusalén. Nos fuimos directamente a Nazaret. Y ahí vino la sorpresa. Al llegar a la Casa Nova de los franciscanos, pregunté por los horarios de los Oficios, porque al día siguiente comenzaba el Triduo Pascual. Pues bien, este año, el Patriarca de Jerusalén, el obispo de esta Tierra Santa, por tener un gesto de unidad con los ortodoxos, pidió a todo Israel, con excepción de Jerusalén y Belén, vivir la Pascua con ellos, el próximo 5 de mayo. A cambio, los ortodoxos se comprometerían a vivir la Navidad con los católicos el día 25 de diciembre (ellos la celebran el 7 de enero).
¡Cuál sería mi cara de asombro! ¡No podía creer haber llegado al fin a Tierra Santa y no poder vivir allí la Semana Santa!
El Jueves Santo, en la Misa de seis y media de la mañana, regresé a la segunda semana de Cuaresma. De nada me sirvieron los misales que había llevado y regalado a mi amiga, por si algún día se animaba a participar en el Triduo.
Finalizado el sabbath (que dura desde que se pone el sol, el viernes, hasta que se oculta de nuevo el sábado), cogimos el autobús a Jerusalén para unirnos, en la iglesia de Getsemaní, a los grupos de peregrinos que esa noche celebrarían la Vigilia Pascual allí, según me explicó fray Teodoro López, que tan amablemente me había asesorado antes del viaje. Y, así, ocurrió algo totalmente inusual: del Miércoles Santo, tras pasar (de nuevo) por la segunda semana de Cuaresma, me encontraba llena de gozo y enorme alegría, al fin, ¡en Pascua!
Pero aunque todo esto haya supuesto algo muy raro, algunas incomodidades a los peregrinos y un poco de descontrol y sorpresa para todos, yo sentí también mucha alegría por ese gesto de unidad de los cristianos que tanto necesitamos; incluso aunque haya quien ponga en duda que sirva para algo, incluso aunque al parecer casi siempre estas iniciativas vengan del mismo lado, e incluso aunque los ortodoxos no cumplan, la próxima Navidad, su parte del acuerdo.
Descubrir el Santo Sepulcro dividido en zonas con diferentes grados de limpieza y restauración y, por supuesto, con diferentes horarios para los cultos: greco-ortodoxos, armenios y franciscanos (católicos romanos), y también coptos, sirios y etíopes, me animó más que nunca a la oración por la unidad de los cristianos, el ecumenismo, y también por el diálogo interreligioso con las otras dos religiones monoteístas mayoritarias en Tierra Santa: musulmanes y judíos.