Un día para «conocer y estimar más» a la vida contemplativa
Este domingo 7 de junio se cambian las tornas y toca a los fieles rezar «por quienes oran por nosotros: las personas consagradas contemplativas», explican desde la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada. Se trata de la Jornada Pro Orantibus, en la que «estamos invitados, como un momento singular cada año, a un continuo empeño de conocer mejor y estimar más» esta vocación tan particular, asegura el presidente de la comisión de la CEE, Luis Ángel de las Heras, en entrevista con Alfa y Omega.
La vida consagrada contemplativa es necesaria para la Iglesia «porque custodia sin descanso una dimensión imprescindible» para la renovación de todos los cristianos: la contemplación, explica el también obispo de Mondoñedo-Ferrol. De esta forma, «merece la pena estar cerca de las personas consagradas contemplativas, tratar con ellas. Pasar algún momento o tiempo en sus monasterios, nos ayuda a vivir con más hondura, gozo y compromiso la vocación cristiana».
No obstante, la jornada de este año llega marcada por el distanciamiento social impuesto por el Gobierno para evitar los últimos coletazos del COVID-19. Esto no ha evitado, sin embargo, que las religiosas y los religiosos de España se hayan seguido interesando por lo que ocurre más allá de los muros conventuales. Al contrario, «los cerca de 9.000 miembros de la vida consagrada contemplativa en España han vivido con honda preocupación la difícil situación en nuestro país y en el mundo entero» y «han intensificado la oración, contribuyendo a esa corriente de esperanza, serenidad y consuelo en medio de una tragedia que ha afectado a muchos con sus nombres concretos», subraya De las Heras.
Y con la fuerza de la oración va la fuerza de la acción, señala el obispo y religioso claretiano. «No han dudado en cambiar su trabajo por lo que era necesario en ese momento», desde «confeccionar mascarillas, batas o pantallas, ofrecer alimentos por el torno, o regalar dulces a los profesionales de la salud y a otros héroes de este tiempo especial». En resumen, «han estado orando por todos y ofreciendo lo que tenían para paliar el sufrimiento y las carencias. En las comunidades contemplativas hay una gran sensibilidad por los problemas y sufrimientos de la gente».
Sentir los efectos de la pobreza
Los religiosos españoles se han entregado a este actual ora et labora a pesar de que la pandemia les ha afectado como a todos los demás. Se han contagiado como el resto y la crisis derivada del confinamiento y el cierre de establecimientos les ha golpeado como a muchos otros. Sin embargo, «hay que señalar la corriente de cariño y solidaridad de muchas personas e instituciones con las comunidades contemplativas que han tenido dificultades».
El obispo de Mondoñedo-Ferrol también subraya las ayudas de las propias órdenes y del Fondo Intermonacal de la CEE. Pero no todas las religiosas han pedido auxilio aun cuando se encontraban en una situación delicada: «Tenemos testimonios de monasterios que han manifestado su deseo de experimentar con gratitud, alegres en el Señor, los efectos de la pobreza en esta circunstancia, en compasión y solidaridad con tantos hombres y mujeres que sufren miseria, sobre todo en estos momentos».
Número y significatividad
La Jornada Pro Orantibus 2020 llega también en un momento en el que «la vida consagrada en España disminuye en número», reconoce el presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, «pero no puede menguar en significatividad». En este sentido, Luis Ángel de las Heras pide «cuidar la calidad» y «asimilar y procesar los cambios en creativa fidelidad a lo esencial, con exigencia y entrega evangélicas y con el don de la profecía». La vida consagrada contemplativa, concluye, «es profecía de silencio, escucha y alegría en medio de ruidos, sorderas y tristezas existenciales».
La Jornada Pro Orantibus se puede resumir en cinco palabras: rezar por los que rezan. La oración es uno de los pilares de la vida religiosa contemplativa. Por eso, aquel día sor Rocío Goncet, religiosa dominica del monasterio de Santa María la Real (Bormujos, Sevilla), se puso delante de la cámara para dar ánimos ante la pandemia —que en aquellos momentos estaba descontrolada— y para ofrecer la oración de las religiosas de clausura por todos aquellos sanitarios que escribieran al correo electrónico.
«Pensábamos que nos contestarían solo algunas personas», pero el vídeo se viralizó y después de 7.000 correos y más de 15.000 personas encomendadas, «nos hemos visto desbordadas», confiesa la monja a Alfa y Omega. De hecho, la iniciativa trascendió las fronteras de la profesión médica y «nos acabaron contactando todo tipo de personas, desde policías o militares hasta empleados de banca». Y no solo de España; las peticiones de rezos llegaron tanto de países europeos (Alemania, Reino Unido e Italia) como americanos (México, Argentina, Venezuela o Canadá).
De entre todos ellos, Goncet recuerda en especial el mensaje de «un médico que nos contó que su mujer estaba embarazada, a punto de dar a luz. Él se había tenido que ir de casa por precaución y pedía oraciones por él, por su mujer y por su hija». En el email «también decía que le encantaría estar en el parto de su hija, pero que estaba dispuesto a sacrificar ese momento tan especial si le tocaba atender a los enfermos del coronavirus».
La idea original —cuando pensaban que solo recibirían unas decenas de peticiones— era asignar a cada hermana una oración, pero, en menos de una semana, el monasterio de las dominicas de Bormujos se quedó pequeño y tuvieron que pedir ayuda telefónica a otras comunidades para atender el torrente de solicitudes.
Se sumaron religiosas desde diferentes puntos de la geografía española. Las hijas de santo Domingo recibieron refuerzos incluso en el terreno internacional, como el de las concepcionistas franciscanas de Goa (India)… y también en el celestial. Allí se encuentra la hermana Pilar Adámez, superiora de la comunidad de las oblatas de Cristo Sacerdote de Huelva, que falleció en medio de la iniciativa por culpa del COVID-19 «rezando por aquellos que nos pedían oraciones».
El torrente de solicitudes fue tan grande que las monjas estuvieron a punto de perder la cuenta de correo electrónico por un anormal uso de la misma, lo que para Goncet revela el «poder de la oración» y, sobre todo, «la necesidad que tenemos todos de Dios en nuestra vida diaria, independientemente de si estamos más cerca o más lejos de Él».
Ahora que la pandemia está remitiendo en España, «todavía no nos hemos planteado lo que pasará con la cadena de oración». Pero sor Rocío Goncet asegura que «se ha creado una fraternidad muy bonita entre los laicos y las comunidades de religiosas, y eso no se va a acabar tan fácilmente», concluye.
Tras el ora, al que también se dedican sobre todo las clarisas, llega el labora, que en el caso de las religiosas del convento de la Anunciación —situado en el madrileño barrio de Carabanchel— se centra en trabajos de papelería para una importante entidad financiera. «Nos mandan cajas de documentos que están en las sucursales y nos piden que las clasifiquemos según una serie de criterios. También bordamos conjuntos de bebé por encargo», explica sor Lourdes Barahona. Sin embargo, este segundo modo de subsistencia se vio paralizado en los primeros días del confinamiento, «y entonces decidimos nuestros ejercicios espirituales anuales». «Tuvimos un encuentro fuerte con el Señor», asegura la superiora de la comunidad.
En aquel retiro, las nueve monjas rezaron, como siempre, por todos los que se acogen a sus oraciones y, en esta ocasión, de forma especial, «por todos los afectados por la pandemia», incluido «el hermano de 28 años del señor que un día tocó en nuestro telefonillo para insultarnos a nosotras y a Dios, y para echarnos la culpa de su muerte». Por él y por el resto de fallecidos por coronavirus, Lourdes y las otras hermanas también han ofrecido la Eucaristía, a la que han «podido asistir prácticamente a diario gracias al vicario de la Vicaría VI y a unos frailes que han venido».
Tras los ejercicios, las clarisas de la Anunciación añadieron a la oración el trabajo material contra el coronavirus. Un día se pusieron a hacer mascarillas y, casi 4.000 unidades después, todavía no han parado. «En la primera tanda hicimos 1.100 mascarillas para un señor que nos trajo una tela», asegura Barahona. Posteriormente, las religiosas compraron cerca de 2.500 telas ya cortadas y pidieron ayuda a través de Facebook para conseguir las gomas. «Solo le preguntábamos a la gente dónde podíamos comprarlas, pero lo que sucedió es que nos empezaron a llegar miles de gomas donadas por quienes habían leído ese mensaje», asegura.
Con mucho material todavía disponible en su almacén, y ante la obligatoriedad de llevar mascarilla, las religiosas siguen fabricando estos protectores. «Una vez que acabamos varias, se las hacemos llegar a la señora que nos encarga los vestiditos de bebé y las reparte entre las personas necesitadas o en Cáritas», explica Barahona.
Ellas se sitúan a la cola y solo se quedarán las últimas mascarillas que hagan, ante la perspectiva de que la pandemia se siga manteniendo en el tiempo. «Hasta ahora, hemos tenido suerte. La mitad de las hermanas son población de riesgo y hemos estado en contacto con personas infectadas. De forma milagrosa, ninguna nos hemos contagiado», asegura la superiora, que se despide de Alfa y Omega animando a los fieles a participar en la Jornada Pro Orantibus para rezar por las religiosas: «Existen todavía muchos prejuicios contra nuestra forma de vida y mucho desconocimiento. Es una vocación, pero como en todas las vidas hay días buenos y días malos, y necesitamos vuestra oración».