Un cura leyó los 88.197 casos que dirimió la Iglesia en Pamplona
El impacto de las guerras carlistas, los malos tratos en el matrimonio o el exceso de afición por la pelota: el tribunal episcopal navarro retrata cuatro siglos de vida cotidiana
5,38 millones de folios, la mayoría manuscritos, desde el siglo XVI hasta principios del XX. El sacerdote José Luis Sales Tirapu leyó los 88.197 expedientes que forman el fondo del tribunal episcopal que custodia el Archivo Histórico Diocesano de Pamplona. «No solo hizo inventario, sino un resumen de cada uno. Fue un trabajo impresionante. Después hemos ido pasándolo al ordenador» y se está editando. Ya llevan 43 volúmenes con sus índices. Es muy fácil de consultar «y va a serlo más porque queremos volcarlo en internet», explica Teresa Alzugaray, archivera paleógrafa, sobre la labor de quien durante 37 años fue archivero diocesano. En 2023, ya retirado, le valió la medalla Pro Ecclesia et Pontifice.
Desde tiempos antiguos, en todas las diócesis «el obispo juzgaba a los clérigos» o intervenía en los conflictos en los que estaban implicados. Al aumentar la administración de los asuntos eclesiásticos «tuvo que ir delegando en personas de su confianza, hasta que se formaron los tribunales episcopales», explica Alzugaray. Fue en el Concilio de Trento (1545-1563) cuando se regularon de forma definitiva y se empezaron a documentar los procesos gracias a la labor de notarios laicos o «secretarios», que fueron también los primeros archiveros. El fondo de este tribunal en Pamplona es único ya que, a diferencia de otras diócesis, se conserva prácticamente íntegro y en bastante buen estado, a pesar de que cambió varias veces de ubicación: de la torre de la catedral a un antiguo colegio de jesuitas y de ahí al palacio episcopal.
Los expedientes son de lo más variopinto, pues hasta el siglo XIX incluyen asuntos de la administración diocesana. Hay muchos relacionados con los procesos de nombramiento para algún beneficio, un cargo asociado a una renta: clérigos pero también sacristanes o maestros —que solían ser además los organistas—. A veces había disposiciones previas para que los votaran los vecinos o se nombrara a miembros de una determinada familia. Y no faltaban las disputas.
El tribunal intervenía asimismo en lo relacionado con las obras en los templos. Había concursos semejantes a los actuales, a los que se presentaban proyectos y bocetos —de gran interés para los historiadores del arte— y se iban haciendo bajadas de presupuesto. Se dirimían luego los conflictos por los pagos, o si alguna familia protestaba «porque por una reforma se permitía el paso por encima de su sepultura». Solía dársele la razón, puntualiza la archivera. Otro tema muy presente es el de los diezmos y primicias. Por ello «las guerras carlistas están muy documentadas en lo relativo a su impacto en la gente, ya que pedía no pagarlos si el Ejército había pasado» por un pueblo, reclamando alimentos, relata Alzugaray. De este apartado también se obtiene información «sobre cómo habían sido las cosechas. Y un geógrafo está investigando los terremotos» que se mencionan.
Acogerse a sagrado
En lo puramente judicial, el tribunal juzgaba todos los pleitos que implicaban a un clérigo. Aunque «si este veía que le iban a declarar culpable, a veces pedía que el caso se derivara al tribunal civil», matiza Alzugaray. No eran solo asuntos graves. A veces los casos muestran curiosidades útiles para investigar la vida cotidiana como «castigar a un cura por jugar a pelota a la hora de rezar» o por «celebrar muy temprano para irse a la caza de la paloma». Un tema «muy bonito» es «el de la inmunidad eclesiástica: si un malhechor se acogía a un lugar sagrado, los tribunales civiles no podían sacarlo de allí». Si los soldados lo hacían, se les ordenaba devolverlo. Un criminal en concreto «pidió que lo llevaran a la capilla del castillo de Javier».
Igualmente interesantes resultan los pleitos matrimoniales. En los casos de malos tratos —«hay descripciones tremendas», admite esta trabajadora—, la Iglesia solía permitir la separación. También intervenía si se rompía la promesa de casarse, sobre todo si había llevado a relaciones sexuales y a un embarazo. «Se hacía algo parecido a una conciliación» entre ambos y el matrimonio no solía celebrarse.
La amplitud de este archivo ha atraído a lo largo de los años a investigadores de distintos países. Quizá una de las más fieles es la exdecana de Historia del College of William and Mary de Virginia (Estados Unidos), que en los años 90 empezó a llevar cada año a un grupo de estudiantes. «Cada uno estudiaba un tema que les asignaba ella». Por ejemplo, el encargo que tenían los sacerdotes de asperjar el pueblo con agua bendita para evitar las tormentas o la figura de las «seronas», una especie de sacristanas también con beneficio.