Sin espacio para una mirada de amor - Alfa y Omega

Sin espacio para una mirada de amor

Domingo de la 28ª semana de tiempo ordinario / Marcos 10, 17-30

Ana Almarza Cuadrado
'Cristo y el joven rico', detalle. Heinrich Hofmann. Iglesia Riverside, Nueva York, Estados Unidos
Cristo y el joven rico, detalle. Heinrich Hofmann. Iglesia Riverside, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Marcos 10, 17-30

Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replico: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús se lo quedó mirando, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.

Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!». Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».

Comentario

Este Evangelio está lleno de sugerencias que nos ayudan a descubrir cómo estamos viviendo, a orientar nuestra vida desde una respuesta que nos lleve a «heredar la vida eterna» que Dios nos regala, a vivir en plenitud y a no conformarnos con lo establecido. 

Nos disponemos, de forma serena y sin prisa, a acoger su mensaje, la invitación que nos trae su Palabra; a prestar atención a cada detalle, que nos lleva a la conversión del corazón. La Palabra siempre es una invitación a conocer a Jesús y a seguirle del modo y manera que Él quiere ser seguido, a entrar a formar parte de su historia de salvación.

Lo primero que encontramos es que Jesús sale al camino, se pone en posición de ser encontrado y nos permite entrar en diálogo. Como el joven, a veces nos presentamos delante de Jesús creyendo que la salvación depende de nuestras buenas obras, del esfuerzo de nuestra vida. Es más, podemos presentarnos delante de Jesús esperando la palmadita en la espalda, presumiendo de estar haciendo lo bueno, de ser personas merecedoras de la gracia de Dios. Creer que la salvación depende de nuestros méritos. El joven, como si fuera algo extraordinario —no mata, no comete adulterio, no roba, no da falso testimonio, no estafa, honra a su padre y a su madre— quiere seguir viviendo sus privilegios después de la muerte y asegurarse la «vida eterna». Los judíos creían en la eternidad asociada a la resurrección de los muertos. Incluso, nos atrevemos a regalarle el oído a Dios: «Maestro bueno».

La relación de Jesús es de amor. Lo miró amándolo. Jesús no necesita méritos, sino que nos abandonemos en Él. La vida es un regalo. No nos obliga a secundar su propuesta. Es una invitación a seguirle sin ataduras. A poner en juego nuestra libertad. Nos puede pasar como al joven, que no tengamos espacio en nuestro corazón para sentir la mirada de amor de Jesús, que lo tengamos demasiado lleno de cosas, juicios, derechos. Que nos movamos en la dinámica del poder que nos impide encontrarnos con Él. El joven se va desilusionado, abatido por las palabras de Jesús: se marchó entristecido porque le invita a dejarlo todo, y él «era muy rico».

¿Cómo me presento delante de Jesús?

Jesús expresa su pesar por la resistencia del joven a recibir la buena noticia de la salvación, la negativa a dar más. Jesús nos invita a vivir en plenitud, a alejarnos de la mediocridad, del mero cumplir normas, y a abrirnos a la dinámica del Reino, a aprender a vivir a fondo y con hondura; nos da la oportunidad de descubrir en los pobres la experiencia de cielo, de Dios. Una experiencia que quienes la hemos experimentado no podemos olvidar. En quienes viven en pobreza, en las mujeres víctimas de cualquier violencia, en las injusticias sufridas, Dios nos da la oportunidad de descubrir lo que verdaderamente nos hace felices.

Que no seamos de esas personas que frunciendo el ceño nos marchemos tristes, de quienes por tenerlo todo no queramos perder seguridades, privilegios. ¿Soy capaz de darme cuenta de la llamada a la conversión, al encuentro, a descubrir que es Dios quien lo hace posible en mí, que el seguimiento es un camino de gratuidad, de confianza?

Los discípulos también esperan los privilegios del seguimiento. Jesús promete el ciento por uno y, como Él, nos invita a experimentar las consecuencias del amor hasta el extremo. Solo Dios puede hacerlo. Humanamente es imposible. Jesús pronuncia estas palabras aquí y ahora, en el contexto de nuestra vida, de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia. ¿Qué respuesta estoy dando?