Albert Boadella: «Un artista no crea; recrea. El único creador es Dios»
Cuando Matisse, a sus 81 años, terminó el diseño de la capilla de las monjas dominicas de Vence, cerca de Niza, escribió que todo arte digno de ese nombre tiene que ser religioso; «si no, no es más que un documento, una anécdota». Albert Boadella –Barcelona, 1942. Director artístico de los Teatros del Canal de Madrid, fundador y hasta 2012 director de Els Joglars– también intuye lo que él denomina un elemento místico en el proceso artístico, «como si alguien te moviera o fueras conducido». Nos citamos en la jornada posterior a las elecciones catalanas. Hacía una de esas soleadas tardes madrileñas en las que el otoño es una pura provocación para la reflexión. Hablamos de catalanismo, de Dios, de Bach y de la vida de un «monaguillo profesional».
Tenemos que hablar de Cataluña, Albert. En Adiós Cataluña, libro del 2007, decías que allí ha ocurrido una epidemia propiciada por la acción de pocos y la omisión de muchos. Hablemos de esa omisión.
Es curioso que estamos en una sociedad donde hay muchas oportunidades de participación y de información, pero hay millones de ciudadanos que lamentablemente tienen miedo a la realidad. Esa es la mejor definición de omisión, el miedo a la realidad. Porque la verdad no es lo que te dicen y cuentan, ni es aquello por lo que optas por comodidad mental. Así se vive en la ficción que, en principio, puede ser agradable, pero tiene sus consecuencias.
Has definido el nacionalismo como idea provinciana y endogámica. ¿Cómo se puede huir de ese casticismo?
Hay que volver a la realidad, hay que volver a contar a los ciudadanos de Cataluña la verdad, casi diría una verdad científica. Hoy vivimos la eliminación de barreras fronterizas. La Unión Europea, con su Acuerdo de Schengen, quiso hacer algo así. Las barreras raciales o culturales no tienen cabida. Desde el momento en que se exhibe el elemento diferencial como barrera, la liamos. ¿Qué es el hecho diferencial en sí mismo con relación a Francia, Alemania o Italia? Un ciudadano de Murcia, París o Roma, tiene diferencias mínimas. Sí hay diferencias con el islam desde el punto de vista cultural, religioso, social o familiar. Pero nosotros, los hijos de la cultura cristiana, practiquemos o no, ¿qué diferencias podemos tener aparte del folclore?
España ha sido la voluntad de ser una nación. Hubo desde Cataluña y desde el norte la voluntad de expulsar al invasor. Hay una voluntad de unión entre distintos reinos. La unión entre Isabel y Fernando es el intento de construir una nación, y así llevamos más de 500 años. Es la voluntad de convivir juntos a pesar de las diferencias, pero hay algo que nos une, podríamos llamarlo espiritual, y que tiene relación con la música, la literatura, el paisaje, la familia. Todo esto que tiene Cataluña lo tiene de la nación española. Lo malo es que se cuenta la historia de otra manera, generando un proceso paranoico. No olvidemos que la paranoia es una de las patologías más fáciles de inducir, es la más utilizada por gobernantes sin escrúpulos. Consiste en señalar a un enemigo común.
Cuando te he oído hablar de tus raíces cristianas, siempre te he considerado muy proustiano. En el primer volumen de En busca del tiempo perdido, el Proust niño se acuerda de sus primeras experiencias en la iglesia. Relata que hacía la genuflexión delante del tabernáculo pero solo se quedaba con la sensación del incienso, las flores, la salvia, el tomillo, y aquello tan sensual le transportaba a mundos de ficción. Quizá Albert Boadella tenga mucho de esto, de la importancia del rito y la dramatización, y no tanto del hecho religioso.
Muchas veces he dicho que mi afición teatral es posible que venga de mi papel de monaguillo profesional, porque cada día asistía a misas, entierros y bodas. Todo esto a un chaval de 9 años le tiene forzosamente que impregnar. Había entonces un cuidado ritual mucho mejor que el actual, era impresionante. El arte, por otra parte, es el camino más rápido hacia cualquier sensación de lo intangible. El artista trabaja con materiales también intangibles, hay una cierta experiencia espiritual profunda. Siempre he dicho que me acerca más a los ancestros cristianos que llevo dentro la Pasión según san Mateo de Bach que un sermón o un libro de teología. Además, el arte ha sido muy aprovechado por la Iglesia. Por eso tenemos una Capilla Sixtina y tantas otras cosas. Gente muy inteligente de la Iglesia supo entender que el arte era un extraordinario elemento de transmisión de la fe.
Hay una frase de Benedicto XVI en la Carta a los artistas de 2009 en la que cita a un teólogo: «Quien en nombre de la belleza crispa los labios en una sonrisa, juzgándola como el juguete exótico de un burgués, de este se puede estar seguro de que no es capaz de rezar y pronto ni siquiera de amar». Yo te vi en Venecia hace algunos años en la Galería de la Academia delante de un cuadro de Carpaccio. Te detuviste mucho tiempo. ¿Cómo podemos abrirnos a la sorpresa de esa gratitud?
No me gusta la palabra crear, yo tengo un decálogo en el que pongo como primer mandamiento: «El único creador es Dios». Crear es hacer una cosa a partir de cero, y un artista no lo puede decir jamás. Hay una recreación. En el acto de construcción de algo artístico hay aspectos casi incontrolados de uno mismo, impulsos de naturaleza insólita, que te obligan a estar en una cierta dimensión mística. Y lo mismo me sucede cuando veo la obra de otros. Lo que me impresiona cuando escucho a Bach es que oigo el espíritu del artista, le escucho a él, vivo, no ha muerto. El arte tiene eso de maravilloso, aunque mi oficio, el teatro, sea el de morir mientras construimos.
Tú siempre has hablado de Dios como inteligencia creadora, ¿pero puede Boadella dar el paso de mantener con Dios una relación personal como la que tiene con su mujer, con todo su entramado de intimidades, o es Dios un presunto intocable?
Yo entiendo que el hombre vive en el misterio. A mí cuando alguien me dice que tiene la seguridad total de la inexistencia de una realidad superior me quedo asombrado. ¡Cómo es posible! Si hubiéramos descubierto la pared en la que se acaba el cosmos, bueno, podríamos deducir cosas. Pero si no sabemos casi nada, ¿cómo podemos negar la posibilidad de que todo eso funcione bajo unas inteligencias? Yo soy optimista. Ante la posibilidad de que exista una realidad trascendente, también soy optimista. Tengo la sensación en el arte de que alguien te mueve, como si fueras conducido, como si te pusieras en una corriente y te dejaras llevar. En la relación personal con mi mujer, que es la más profunda y la que más ha durado en mi vida, más de la que tuve con mis padres, hay una cierta fusión. No se sabe dónde empieza uno y dónde acaba el otro. Te das cuenta de que es una construcción de dos personas en una sola.
¿Cómo podemos despertar la sensibilidad estética con esta dimensión de trascendencia en un mundo donde todo parece puro espectáculo?
Hay una cosa muy importante: el orden. Yo soy un maniático del orden en la vida; que el exterior tenga una ordenación, que tu casa esté ordenada, que esté ordenada tu vida con cierta autodisciplina. El orden es un elemento esencial en la educación y es lo que más se ha desmontado. Desde el final de la II Guerra Mundial ha primado el desorden y un feísmo muy artificial. Si yo tuviera otra vez niños que educar, vigilaría la idea del orden más allá de los horarios. Me refiero al orden de las cosas, la forma como se percibe la naturaleza, ese orden que conduce a la belleza.
De hecho, una obra de teatro es una arquitectura ordenada. En la fe cristiana asociamos muchas veces la vida a un drama en el que nos la jugamos en cada escena mientras pasa el tiempo. ¿Qué se juega el ser humano en el drama de la vida?
El hombre busca por instinto la felicidad. Y hay una contradicción inmensa, porque parece que por instinto la felicidad consiste en conseguir cosas para uno mismo. El gran descubrimiento del cristianismo es la donación, esa es la felicidad. Si no la descubres en la vida, se te hace más dura en sí misma. Pensar en el otro antes que en ti, la clave es dar. Siempre lo he intentado en mi vida. Cuando no lo he practicado, aquel momento no se corresponde con las etapas mejores de mi vida.