Un año salvando vidas: el éxito de los corredores humanitarios. Todo a punto en España
Unos 700 refugiados han llegado a Italia gracias al proyecto de corredores humanitarios de Sant’Egidio. Ya hablan italiano, trabajan y están integrados en sus comunidades de acogida
«El 4 de febrero de 2016 es un día que nunca olvidaré», explica Yasmien en un perfecto italiano. Ella, su marido y sus dos hijos fueron la primera familia siria que llegó a Italia gracias a los corredores humanitarios de la Comunidad de Sant’Egidio. Su éxodo hacia la incertidumbre comenzó en Homs (Siria), en 2014. Fue cuando la familia perdió su casa, pasto de las llamas después de un bombardeo. Habían sobrevivido a dos años de penurias, de violencia y de dolor en Siria. Huyeron a Líbano donde permanecieron otros dos años malviviendo en un garaje alquilado en la ciudad de Trípoli, un nuevo hogar de unos pocos metros cuadrados en el que supieron de otra noticia tan desgarradora como la propia guerra: la pequeña Falak, su hija de apenas 6 años, tenía un tumor en el ojo. La niña fue intervenida en un centro hospitalario de Beirut, pero su situación era particularmente urgente porque necesitaba quimioterapia. Fue entonces cuando la Comunidad de Sant’Egidio conoció su caso gracias a sus trabajadores en el terreno. «El criterio que hemos usado es el de la vulnerabilidad. Seleccionamos a personas en situaciones delicadas como, por ejemplo, una enfermedad», explica a Alfa y Omega Daniela Pompei, responsable del servicio a refugiados de la Comunidad de Sant’Egidio en Italia.
Un año después Yasmien rememora con una sonrisa la gran acogida que recibió en el mismo aeropuerto romano de Fiumicino. «Recuerdo el cariño, las flores…», relata –insisto– en un perfecto italiano. Porque la integración de estos refugiados comienza desde el primer minuto en que pisan suelo europeo. «En el mismo aeropuerto comienza la tramitación de su petición de asilo», indica Pompei. La responsable de Sant’Egidio atendió a este semanario el pasado 27 de abril, día en que llegaron a Roma 68 personas gracias a los corredores. El 28 lo pudieron hacer otras 57. «Esta mañana hemos estado en el aeropuerto desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde. Hemos pasado con ellos los controles de fronteras y de seguridad y los 68 han comenzado los trámites», añade. En dos meses estos solicitantes de asilo ya podrán acceder a un contrato laboral según la legislación italiana.
Fuera el temor a las avalanchas
El protocolo se lleva a cabo en cooperación con el Ministerio del Exterior, que es el que concede los visados, y el del Interior, que es el que verifica y estudia los perfiles de los peticionarios. Incluso las comisarías de los pueblos o ciudades donde finalmente recalan estas familias ya están al tanto de su presencia, antes incluso de que lleguen a su destino. El Estado italiano ha concedido estos visados al proyecto de Sant’Egidio, la Federación Italiana de Iglesias Protestantes y la Iglesia evangélica valdense porque han garantizado la acogida de estas personas, al menos durante un período no inferior a un año. Por esta misma razón, Pompei sostiene además que este sistema frena el temor que suscitan las avalanchas de refugiados: «Esto ayuda a rebajar el nivel de miedo, porque no es la llegada de 1.000 personas en barcazas. Hemos querido demostrar que hay otro camino alternativo a la travesía en patera y a la muerte en el mar».
Al día siguiente de su llegada, los niños son escolarizados y los adultos comienzan las clases de lengua y cultura italiana en la escuela que gestiona la Comunidad de Sant’Egidio con profesores voluntarios. La solidaridad que ha recibido Yasmien se contagia y por eso ella misma quiere convertirse en artífice de paz e integración. Para ello, se ha matriculado en un curso universitario de mediación cultural. Compagina sus estudios con su trabajo como limpiadora en el hospital Gemelli de Roma. Su marido, electricista, aún no tiene empleo, pero la familia sale adelante como cualquier otro ciudadano.
«Sus rostros son diferentes»
Desde febrero de 2016 se han salvado a más de 700 vidas gracias a este proyecto. Los primeros que llegaron entre hace nueve meses y un año ya tienen el estatus de refugiado, un permiso de trabajo por cinco años de validez y documentación para viajar durante cinco años a cualquier lugar excepto a Siria. Unas doce personas han vuelto a la universidad mientras que hay muchas otras que intentan convalidar sus estudios. Para algunos Sant’Egidio ha facilitado cursos de formación profesional y otros han decidido marcharse a áreas rurales puesto que se dedicaban al campo en su país de origen. También entre los refugiados llegaron heridos de guerra, personas con graves minusvalías o traumas severos, que han accedido a una pensión de invalidez permanente. Poco a poco se va estabilizando la situación de todos. «Si miras las fotos de cuando llegaron hace un año y les ves ahora casi no se les reconoce por lo mucho que han cambiado. Sonríen, son felices. Sus rostros son diferentes», explica Pompei que, en muchas ocasiones, viaja a Líbano para acompañar en su llegada a estas familias.
Además de los trámites legales, la Comunidad de Sant’Egidio es la responsable del acompañamiento y los gastos cotidianos. Lo hacen gracias a las muchas aportaciones particulares que reciben, gracias al paso adelante que han dado los ciudadanos ante la parálisis de las instituciones en la crisis de refugiados más grave desde la II Guerra Mundial. «Este modelo ha demostrado que si hay un compromiso de la sociedad civil los gastos se reducen mucho más que si corrieran a cargo de la asistencia pública», apostilla Pompei.
Bari, volcada con la familia Mahajna
Como explica la responsable de Sant’Egidio, han recibido incluso llamadas de particulares que han ofrecido su tiempo o sus recursos, como una familia de Roma que ofreció durante dos años una casa de forma gratuita, u órdenes religiosas o parroquias que han donado espacios para la acogida. De esto sabe mucho la familia Mahajna, que llegó a Italia gracias a los corredores humanitarios el 16 de junio de 2016. Ahmed, Fátima y sus cuatro hijos viven ahora en Bari pero, en su vida siria, habitaban en Damasco, de donde huyeron para establecerse en Líbano. Es importante recalcar que los sirios que huyen a Líbano no tienen ningún futuro. No pueden solicitar asilo, no se reconoce su estatus de refugiado y no tienen si quiera derecho a obtener un empleo. Por eso, su existencia allí es muy precaria y se convierte, a la fuerza, en una situación transitoria para aquellas familias que desean un futuro mejor. Esa era la situación de los Mahajna hasta que los encontraron los trabajadores de la Comunidad de Sant’Egidio y de las Iglesias protestantes italianas que trabajan en el proyecto con la organización católica. Cuando llegaron a Bari se instalaron en una casa puesta a disposición por una parroquia y comenzaron las clases de italiano. Enseguida la comunidad entera se movilizó para acogerlos. Incluso en el colegio, antes de la llegada de los cuatro pequeños, los alumnos tenían preparadas pancartas y un gran recibimiento para los niños. El dibujo del pequeño Denny lo decía todo. Escribió «te quiero mucho» sobre un fondo con corazones y un avión.
Un sencillo dibujo que plasma la esencia del proyecto: hacer que quienes escapan de una guerra lo puedan hacer de forma segura –no jugándose la vida en el mar–; que no caigan en las redes de traficantes de personas y que experimenten de nuevo la bondad humana, esa que les ha permitido volver a nacer.
Solo falta que el Gobierno español diga sí. La propuesta está lanzada desde hace año y medio, pero en las últimas semanas se han intensificado los contactos, especialmente con el Ministerio del Interior. Tras los acuerdos firmados con Italia y Francia –en colaboración con otras iglesias cristianas–, el siguiente país podría ser España. Desde el Gobierno «todo son expresiones de estar de acuerdo a la implantación de corredores humanitarios», afirma Tíscar Espigares, responsable de la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid. El cardenal Osoro está apoyando activamente la iniciativa.
La medida –destaca Espigares– tendría coste cero para la Administración. Sant’Egidio está presente en diversos campos de refugiados en Oriente Medio y el norte de África, donde identificaría a los candidatos en situación de mayor vulnerabilidad para proponer a las autoridades la concesión de visados. Con Italia se han firmado dos protocolos para traer respectivamente a 1.500 y a 500 refugiados, en tandas de 30 o 40 personas, de las que han llegado ya unas 700. Con Francia el acuerdo es más limitado: el Gobierno galo se ha comprometido a emitir 500 visados. Este sería el escenario más realista para España, al menos inicialmente. «Pero lo importante es empezar», dice Tíscar Espigares. «Que se vea que esto es viable, que la sociedad está deseando ayudar, que la propaganda del miedo es falsa…».
A diferencia de los contratos firmados con varias organizaciones para la atención de refugiados en España, no se trata de atender a los que «ya han venido aquí jugándose la vida». Se habla de que puedan hacer el trayecto «de forma segura», destaca la responsable de Sant’Egidio. Otra diferencia fundamental es el acompañamiento, que se prolonga cuanto tiempo sea necesario. «Hoy a los refugiados, en el mejor de los casos, se les reconoce como refugiados políticos y se les ayuda a pagar el precio de un alquiler durante seis meses o un año». En la propuesta de Sant’Egidio, por el contrario, hay «un seguimiento, una cercanía», en temas que abarcan el aprendizaje del idioma y la cultura local, la escolarización de los niños, la convalidación de estudios académicos, el uso de transporte público en la ciudad de acogida o incluso el acompañamiento en los primeros días de trabajo si es necesario. «Hablamos de un acompañamiento muy mimado, de mucha cercanía y confianza, para que sientan que no están solos en un país extraño para ellos. Esa es la garantía de la integración».
Para poner en marcha esta red de acogida e integración, Sant’Egidio cuenta en varias provincias españolas con varias parroquias, familias y organizaciones dispuestas a colaborar. Cuando el acuerdo con el Gobierno se concrete, «se trata de coordinar todo ese bien con un mismo espíritu», dice Espigares.
La responsable de Sant’Egidio lamenta que hayan tenido pasar seis años de guerra en Siria para que empiece a haber reacciones. «Reconozcámoslo –dice–, se ha tratado el tema de los refugiados como una situación de emergencia puntual, y no lo es. Mucha gente no va a poder volver», afirma. «Y Europa mientras, como ha dicho el Papa, va camino de convertirse con el inverno demográfico en un cementerio de lujo, con vallas cada vez más altas para aislarnos del resto del mundo. Es de una inhumanidad alucinante. ¿Es eso lo que queremos? Yo no lo quiero».